Hacia la hora de comer recibí un mensaje de Letizia en que me decía que a las nueve en punto estará allí mirándome. Claro, Letizia… ayer me había olvidado de ella. Pero ¿cómo se hace para ensamblar la perfección con la perfección? Ayer tenía a Valerio y me bastaba. Hoy estoy sola y no me basto (¿por qué, sola, ya no me basto?). Quiero a Letizia.
P.S.: ¡Ese cretino de Fabrizio! ¡Se le había metido en la cabeza venir al teatro con su mujer! Menos mal que no es demasiado obcecado, al final lo convencí de que se quedara en casa.
1,50
Esta tarde no estaba especialmente nerviosa, es más, me había sumido en una ligera apatía, no veía la hora de terminar. Todos los demás saltaban, algunos de miedo, otros de satisfacción; yo estaba detrás del telón espiando a la gente que llegaba; observaba, atentísima, si ya había entrado Letizia. No la vi y Aldo, el escenógrafo, me llamó diciéndome que debíamos comenzar. Entonces se apagaron las luces de la platea y se encendieron las del escenario. Me lancé a escena como una flecha arrojada por el arco, llegué al escenario brincando exactamente como el director siempre me rogaba que hiciera durante los ensayos, pero que nunca había conseguido. Eliza Doolittle ha asombrado a todos, incluso a mí misma: salió con una naturalidad de gestos y de expresión absolutamente nueva, estaba entusiasmada. Desde el escenario trataba de entrever a Letizia, pero en vano. Así, esperé a que terminara el espectáculo, los saludos, los aplausos y desde atrás del telón ya cerrado seguí escrutando a los asistentes para encontrar su rostro. Estaban mis padres, por las nubes, aplaudiendo frenéticamente, estaba Alessandra, a la que no veía desde hacía meses y, por suerte, ni la sombra de Fabrizio.
Luego la vi; tenía el rostro alegre e iluminado y aplaudía como una enajenada. Me gusta también por eso, porque es espontánea, jovial, te transmite un alborozo extremo, mirarla a la cara significa exacerbar el propio regocijo.
Aldo me tiró de un brazo y exclamó a voces:
– ¡Bravo, bravo, tesoro! Venga, date prisa, ve a cambiarte, vamos a festejar con los demás.
Su expresión era tan singularmente desatinada que me provocó una risa sonora.
Le dije que no podía, tenía una cita. En ese momento llegó Letizia con su rostro sonriente. Cuando notó la presencia de Aldo, su expresión cambió, la sonrisa desapareció y los ojos se le ensombrecieron. Miré a Aldo y vi la misma expresión grave cayendo sobre su rostro descolorido. Me giré dos o tres veces como una tonta para observar primero a uno y luego a la otra, y pregunté:
– ¿Qué ocurre? ¿Qué os pasa? Se quedaron en silencio, mirándose con ojos severos, casi amenazantes.
Aldo fue el primero en hablar: -Nada, nada, marchaos. Les diré a los demás que no has podido acompañarnos. Adiós, guapa -se despidió, y me besó en la frente.
Confusa, lo miré mientras se escapaba. Me volví hacia Letizia y le pregunté:
– ¿Se puede saber qué pasa? ¿Os conocéis?
Ahora estaba más serena, aunque un poco titubeante y trataba de rehuir mis ojos. Bajó la vista y se cubrió el rostro con las manos de largos dedos.
Luego me miró a los ojos y dijo:
– Supongo que sabes que Aldo es homosexual.
En el colegio lo sabemos todos porque él ya ha salido del armario y habla sin ambages. Le respondí que sí.
– ¿Y qué? -la espoleé para que continuara.
– Que hace algún tiempo salía con un chico y después… bueno después nos conocimos, el chico y yo quiero decir… Aldo ya sospechaba algo -sus palabras eran lentas y fragmentadas.
– ¿Sospechaba qué? -pregunté, curiosa e histérica a la vez.
Me miró con sus ojazos tersos:
– No, no puedo decírtelo, perdóname… no puedo.
Desvió la mirada y dijo:
– Que no soy sólo lesbiana…
¿Y yo qué soy? Ni siquiera una mujer, en el padrón soy demasiado joven para ser mujer, por tanto, apenas una hembra que busca refugio y amor entre los brazos de una mujer. Pero estoy mintiendo, diario, nunca permitiría que mi otra mitad se me pareciera tanto, debo ser el único miembro femenino del mismo conjunto. Lo que veo y deseo en Letizia es sólo el cuerpo, la esencia carnal, pero, tampoco es así del todo: también la espiritual. Me gusta entera, me intriga y me fascina; desde hace algún tiempo se ha convertido en la protagonista de muchas de mis fantasías. El amor, lo que busco desde siempre, a veces me parece tan lejano, tan ajeno a mí.
1 de marzo
23,20
Cuando hoy salí de casa mi padre estaba sentado en el sofá mirando la pantalla con expresión ausente. Con aire apático, me preguntó adónde iba y me pareció que sobraba la respuesta porque cualquier cosa que le dijera no le habría cambiado la expresión del rostro, no se habría movido de allí.
Si le hubiera dicho: «Voy al apartamento que me acaba de comprar un hombre casado con el que folio», le habría provocado el mismo efecto que decir: «A estudiar a casa de Alessandra».
Cerré la puerta con cuidado, no quería perturbar sus abstractos pensamientos, tan alejados de mí.
Fabrizio ya me ha dado las llaves del apartamento yme ha dicho que lo esperara allí, que llegaría después del trabajo.
Aún no lo había visto, imagínate cuánto me importa. Aparqué la moto delante del edificio y entré en el vestíbulo desierto y en penumbras.
La voz de la portera preguntándome a quién buscaba me sobresaltó y me subió un calor repentino.
– Soy la nueva inquilina -dije en voz alta y escandiendo las palabras tontamente, pensando que la portera era sorda. En efecto, ella me aclaró de inmediato:
– No soy sorda. ¿A qué piso va?
Pensé un poco y luego dije:
– Al segundo, el que acaba de comprar el señor Laudani.
Sonrió y dijo:
– ¡Ah, sí! Su padre me ha dicho que le diga que es mejor que cierre la puerta con llave cuando esté dentro.
¿Mi padre? Lo dejé correr, era inútil explicar que no lo era y también bastante embarazoso.
Abrí la puerta y en el mismo momento en que la llave chasqueó, pensé qué estúpido e insensato era lo que me disponía a hacer. Estúpida porque hacía lo que no quería ni siquiera que empezara. Contento, con esa voz suya de imbécil, Fabrizio me había dicho que ésta sería una tarde especial, que inauguraríamos «nuestro refugio de amor» con algo memorable. La última vez que había hecho algo que alguien me había anunciado como memorable chupé las pollas de cinco personas en una habitación oscura que olía a porro. Espero que al menos hoy el tema sea otro. La entrada era bastante pequeña y un poco mortecina, sólo una alfombra roja daba una nota de color. Desde allí pude ver todos los demás cuartos, aunque sólo en parte: el dormitorio, un saloncito, tina cocinita y el trastero. Evité ir al dormitorio para no ver de cerca el adefesio que había hecho montar delante de la cama y me dirigí a la sala. Al pasar frente al trastero, tres cajas de colores apoyadas sobre el suelo me llamaron la atención, así que encendí la luz y entré. Delante de las cajas había una esquela en la que estaba escrito en grandes caracteres: abre las cajas y ponte alguna de las cosas que hay en ellas. El asunto me cautivó de inmediato, encendió mi curiosidad.
Hurgué entre las cajas y, en resumen, debo reconocer que no le falta imaginación. En la primera había lencería blanca y cándida de encaje, una combinación transparente, unas braguitas sensuales y, sin embargo, castas y un sujetador que dejaba los senos fuera hasta el pezón. Otra esquela, dentro, decía: para una nenota que necesita mimos. Primera caja descartada.
La segunda contenía un tanga rosa con plumas en la parte de atrás como si fuera la cola de un conejo, un par de medias de red, zapatos rojos de tacones vertiginosos y otra notita: para una conejita que quiere ser capturada por el cazador. Antes de descartarla quería ver qué reservaba la tercera caja.