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– Pareces un polluelo asustado… Perdóname si he sido indiscreto, pero ha sido más fuerte que yo.

Me abrazó con delicadeza y yo dejé mis brazos colgando a los costados, incapaz de imitar su gesto.

– Melissa… ¿Me permites que te invite a cenar esta noche?

Asentí con la cabeza y le sonreí, luego lo besé suavemente en la mejilla y volví a subir.

– Pero ¿quién era? -preguntó mi madre con curiosidad.

Me encogí de hombros:

– Nadie, mamá, nadie…

12,45 de la noche

Hablamos de nosotros, nos dijimos más de lo que había imaginado decir y oír. Tiene veinte años, estudia letras modernas, tiene esa expresión inteligente y viva en el rostro que lo hace increíblemente fascinante. Lo escuchaba con atención, me gusta mirarlo cuando habla. Siento un estremecimiento en la garganta, en el estómago. Me siento doblada sobre mí misma como el tallo de vina flor, pero no estoy rota. Claudio es benigno, sosegado y tranquilizador. Me dijo que había conocido el amor, pero que luego se le había escapado de las manos.

Pasando un dedo por el borde de la copa me preguntó:

– ¿Y tú? ¿Qué me cuentas de ti?

Me abrí, abrí una pequeña rendija de luz que rasgó la densa niebla que me envuelve el alma. Le conté algo de mí y de mis historias infelices, pero sin mencionar en absoluto mi deseo de descubrir y encontrar un sentimiento verdadero.

Me miró con ojos atentos, tristes y serios, y dijo:

– Me alegra que me hayas contado tu pasado. Confirma la idea que me he hecho de ti.

– ¿Qué idea? -pregunté, asustada de que me acusara de ser demasiado fácil.

– Que eres una chica, perdona, una mujer, que ha atravesado por situaciones difíciles para convertirse en lo que es, para asumir esa mirada y hacerla penetrar a fondo. Melissa, nunca he conocido una mujer como tú… paso de sentir una ternura afectuosa a padecer una fascinación misteriosa e irresistible.

Su discurso estaba escandido por largos silencios durante los cuales me ofrecía sus ojos y luego continuaba.

Sonreí y dije:

– Aún no me conoces tan bien como para decir eso. Podrás experimentar sólo uno de esos sentimientos que has dicho, o ninguno.

– Sí, es verdad -dijo después de haberme escuchado con atención-, pero me gustaría conocerte mejor, ¿me lo permites?

– ¡Por supuesto, por supuesto que te lo permito! -le dije, aferrándole la mano apoyada sobre la mesa.

Me parecía estar en un sueño, diario, un sueño bellísimo, sin fin.

1,20

Acabo de recibir un mensaje de Valerio, dice que quiere verme. Pero pienso en él con distanciamiento. Lo sé, me bastaría hacer el amor una última vez con el profe para darme cuenta de qué quiero de verdad y quién es Melissa de verdad: un monstruo o una persona en condiciones de dar y recibir amor.

10 de junio

¡Qué bien, ha acabado el colegio! Este año los resultados han sido bastante decepcionantes, yo me he esforzado poco y mis profesores apenas se han preocupado por entenderme. De todos modos, he logrado la promoción, han evitado destruirme definitivamente.

Hoy por la tarde he visto a Valerio, me ha pedido que me reuniera con él en el bar Época. Salí a la carrera, pensando que ésta era la ocasión de entenderme a mí misma. Al llegar, frené de golpe, haciendo chirriar los neumáticos en el asfalto, y atraje la atención de todos. Valerio estaba sentado a una mesa, solo, y observaba todos mis movimientos, sonriendo y sacudiendo la cabeza. Traté de mantener el tipo caminando despacio y asumiendo una expresión seria.

Me dirigí contoneándome a su mesa y cuando estuve cerca de él me dijo:

– Loly, ¿no has visto cómo te miraban todos cuando caminabas?

Sacudí la cabeza y respondí que no. -No siempre devuelvo las miradas. Llegó un hombre por detrás de Valerio, con aire misterioso y un poco huraño, al que me presentó diciendo que se llamaba Flavio. Lo miré escrutándolo con atención. Él interrumpió mi indagación diciendo:

– Tu chiquilla tiene unos ojos demasiado maliciosos y demasiado hermosos para su edad.

No dejé que Valerio respondiera y tomé la palabra: -Tienes razón, Flavio. ¿Seremos nosotros tres o habrá más?

Voy a lo esencial, diario, no me van las palabritas de circunstancias y las sonrisas cuando el objetivo es sólo uno y siempre el mismo.

Un poco incómodo, Flavio miró a Valerio, que dijo:

– Es caprichosa, pero te conviene hacer lo que dice.

– Mira Melissa -continuó Flavio-, Valerio y yo teníamos la intención de incluirte en una velada especial. Me ha hablado de ti, tu edad me ha cortado un poco pero después de saber cómo eres… bueno, he cedido y tengo una gran curiosidad por verte manos a la obra.

Dije sencillamente:

– ¿Cuántos años tienes, Flavio?

Me respondió que tenía treinta y cinco. Asentí, creía que tenía más pero me fié.

– ¿Cuándo sería esta velada especial? -pregunté.

– El próximo sábado, a las diez, en un palacete junto al mar. Vendré a buscarte yo, junto con Valerio, claro…

– Siempre que yo acepte -lo atajé.

– Por supuesto, siempre que aceptes.

Algunos segundos de silencio y luego pregunté:

– ¿Debo ponerme algo en especial?

– Basta con que no se note demasiado tu edad. Todos creen que tienes dieciocho -respondió Flavio.

– ¿Todos, quiénes? ¿Cuántos son? -le pregunté a Valerio.

– Ni siquiera nosotros sabemos el número exacto, más o menos cinco parejas garantizadas. Ahora no sabemos si habrá más gente.

Decidí participar. Lo siento por Claudio, pero no estoy segura de que alguien como yo pueda ser buena para amarlo, no creo que sea yo quien lo haga feliz.

15 de junio

No, no soy la chica que lo hará feliz. No lo merezco. Mi teléfono sigue sonando con sus llamadas y sus SMS. Lo abandono. No le respondo, lo ignoro por completo. Se cansará y buscará la felicidad en otra parte. ¿Y entonces, por qué este miedo?

17 de junio

En silencio, entre diálogos breves y esporádicos, nos hemos encaminado hacia el lugar en que se había fijado la cita. Era tina villa pequeña fuera de la ciudad, del otro lado de la costa, donde los escollos se resquebrajan convirtiéndose en arena. El lugar era bastante desierto y la casa estaba bastante aislada. Entramos a través de un alto portón de hierro y conté los coches aparcados en el sendero: había seis.

– Bomboncito, hemos llegado.

Flavio me irrita a muerte con estas expresiones… ¿quién coño lo conoce? Cómo se permite llamarme dulcísima, querida, pequeña… ¡lo estrangularía!

Nos abrió la puerta una mujer de más o menos cuarenta años, fascinante y perfumada. Me escrutó de arriba abajo y dirigió una mirada de asentimiento a Flavio, que sonrió levemente. Atravesamos un largo pasillo en cuyas paredes se exponían unos grandes cuadros abstractos. Cuando entramos en el salón sentí un profunda vergüenza porque decenas de miradas se dirigieron hacia mí: la mayoría eran hombres, encorbatados y distinguidos, alguno tenía un antifaz que le cubría el rostro, pero la mayor parte llevaba el rostro descubierto. Algunas mujeres se me acercaron y me hicieron preguntas a las cuales respondí con una serie de mentiras pactadas de antemano con Valerio. El profe vino a mi lado y me susurró: