Es difícil quitar los grumos del corazón. Pero quizá el corazón pueda latir tanto como para romper en mil pedazos la coraza que lo rodea.
30 de junio
Siento los tobillos y las muñecas atados por una cuerda invisible. Estoy suspendida en el aire y alguien desde abajo tira y aúlla con voz infernal, otro tira desde arriba. Yo doy tumbos y lloro, a veces toco las nubes, otras veces los gusanos. Me repito mi nombre: Melissa, Melissa, Melissa… como una palabra mágica que puede salvarme. Me agarro a mí misma, me prendo de mí.
7 de julio
He vuelto a pintar las paredes de mi cuarto. Ahora es azulado y sobre mi escritorio ya no está la mirada lánguida de Marlene Dietrich, sino una foto mía con la cabellera al viento mientras observo tranquila las barcas calcáreas en el puerto. Detrás de mí está Claudio, que me ciñe la cintura apoyando delicadamente las manos sobre mi camiseta blanca, y los ojos bajos, concentrados en mi hombro, que está besando. No parece prestar atención a las barcas, parece que se hubiera perdido en la contemplación de nosotros.
Una vez tirada la foto me susurró al oído:
– Melissa, te amo.
Entonces apoyé una mejilla en la suya, respiré con fuerza para saborear el momento y me volví. Cogí su rostro entre las manos, lo besé con una delicadeza hasta entonces desconocida y susurré:
– También yo te amo, Claudio…
Un estremecimiento y un calor febril me recorrieron el cuerpo hasta que me abandoné completamente entre sus brazos y él me estrechó con más fuerza besándome con una pasión que no era deseo de sexo, sino de otra cosa, de amor.
Lloré mucho, como no había hecho delante de nadie.
– Ayúdame, amor mío, te lo ruego -imploré con fuerza.
– Estoy aquí por ti, estoy aquí por ti… -dijo, mientras me abrazaba como ningún hombre me había nunca estrechado.
13 de julio
Hemos dormido en la playa, abrazados el uno al otro. Nos hemos dado calor con nuestros brazos y su nobleza de ánimo y su respeto me han hecho temblar de miedo. ¿Seré capaz de recompensarlo por tanta belleza?
24 de julio
Miedo, mucho miedo.
30 de julio
Yo escapo y él me alcanza. Y es tan dulce sentir sus manos que me estrechan sin oprimirme… Lloro a menudo y cada vez que lo hago él me estrecha, respira en mi pelo y yo apoyo mi rostro en su pecho. La tentación es huir y volver a caer en el abismo, recorrer el túnel y no salir nunca jamás de él. Pero sus brazos me sostienen y me fio de ellos y aún puedo salvarme…
12 de agosto
Lo deseo con una fuerza vibrante, no puedo prescindir de su presencia. Me abraza y me pregunta que de quién soy.
– Tuya -le respondo-, completamente tuya.
Me mira a los ojos y me dice:
– Pequeña, no te hagas más daño, te lo ruego. Me lo harías también a mí.
– Nunca te haría daño -le digo.
– No debes hacerlo por mí, sino por ti. Tú eres una flor, no dejes que te sigan vilipendiando.
Me besa deshojándome suavemente los labios y me llena de amor.
Sonrío, soy feliz. Me dice:
– Eso, ahora debo besarte, debo robarte esta sonrisa y estamparla para siempre en mis labios. Me haces enloquecer, eres un ángel, una princesa, querría dedicar toda la noche a amarte.
En una cama blanca y nítida nuestros cuerpos se adhieren perfectamente, su piel y la mía se unen y juntos nos convertimos en fuerza y dulzura. Nos miramos a los ojos mientras él se desliza dentro de mí, despacio, sin hacerme daño porque dice que mi cuerpo no debe ser violado, sólo amado. Lo ciño con los brazos y las piernas, sus suspiros se unen a los míos, sus dedos se entrelazan con los míos y su placer se confunde inexorablemente con el mío.
Me duermo sobre su pecho, mis largos cabellos le cubren el rostro pero él es feliz y me besa en la cabeza cien veces y otras cien.
– Prométeme… prométeme una cosa: no nos perderemos nunca, prométemelo -le susurro.
Aún silencio, me acaricia la espalda y siento unos estremecimientos irresistibles, entra nuevamente dentro de mí mientras yo hundo mis caderas pegándome a las suyas.
Y mientras me muevo despacio dice:
– Hay dos condiciones para que tú no puedas perderme y yo no pueda perderte. No deberás sentirte prisionera ni de mí ni de mi amor, ni de mi afecto, de nada. Tú eres un ángel que debe volar libre, nunca deberás permitirme ser el único objetivo de tu vida. Serás una gran mujer como también ahora lo eres.
Mi voz rota por el placer le pregunta cuál es la segunda condición.
– Que no te traiciones nunca, porque traicionándote te harás daño y me lo harás a mí. Te amo y te amaré aunque nuestros caminos se separen.
Nuestros placeres se funden y no puedo menos que estrechar fuerte a mi Amor, no dejarlo nunca jamás.
Me vuelvo a dormir, agotada, la noche transcurre y la mañana me despierta con el sol cálido y luminoso. Sobre la almohada hay una nota suya:
Que tengas en la vida la más alta, plena y perfecta felicidad, maravillosa criatura. Y que yo pueda formar parte de ella contigo, mientras tú quieras. Porque… sábelo desde ahora: lo querré siempre, incluso cuando ya no te vuelvas para mirarme. He ido a buscarte el desayuno, en seguida vuelvo.
Con un solo ojo abierto observo el sol, los sonidos llegan tenues a mis oídos. Las barcas de los pescadores están comenzando a atracar después de una noche pasada en el mar. Un viaje a lo desconocido. Una lágrima me atraviesa el rostro. Sonrío cuando su mano roza mi espalda desnuda y me besa en la nuca. Lo miro. Lo miro y comprendo, ahora sé.
Ha concluido mi viaje por el bosque, he conseguido escapar de la torre del ogro, de las garras del ángel tentador y de sus diablos, he huido del monstruo andrógino. Y he acabado en el castillo del príncipe árabe, que me ha esperado sentado en un cojín mullido y aterciopelado. Me ha hecho quitarme mis ropas gastadas y me ha dado trajes de princesa. Ha llamado a las doncellas y me ha hecho peinar, luego me ha besado en la frente y ha dicho que me observaría mientras dormía. Luego, una noche, hemos hecho el amor y, cuando regresé a casa, vi mi cabello aún reluciente y el maquillaje intacto. Una princesa, como dice siempre mi madre, tan bella que incluso los sueños quieren robarla.
Melissa Panarello