Hace más de dos semanas que frecuento la compañía de Daniele y ya me siento muy ligada a él. Es verdad que sus modales conmigo son bastante bruscos y nunca le sale de la boca un cumplido ni una palabra atenta: sólo indiferencia, insultos y carcajadas provocativas. Sin embargo, su manera de actuar hace que me entregue aún más. Estoy segura de que la pasión que tengo dentro conseguirá hacerlo completamente mío, pronto se dará cuenta. En las tardes calurosas y monótonas de este verano a menudo me encuentro pensando en su sabor, en la frescura de su boca de fresa, en sus músculos firmes y vibrantes como grandes peces vivos. Y entonces siempre me toco y tengo unos orgasmos estupendos, intensos y llenos de fantasías. Siento que una pasión enorme vive dentro de mí, la siento latir contra mi piel porque desea salir y desencadenar toda su potencia. Tengo unas ganas locas de hacer el amor, lo haría incluso ahora mismo y seguiría durante días y días, hasta que la pasión encontrara salida y se quedara fuera; al fin libre. Sé a priori que nunca tendré bastante; en un instante reabsorberé lo que he dispersado fuera para volver a abandonarlo a la intemperie, en un ciclo siempre igual, siempre emocionante.
1 de agosto
Me ha dicho que soy incapaz de hacerlo, que soy poco apasionada. Me lo ha dicho con su habitual sonrisa burlona y me marché deshecha en lágrimas, humillada por su respuesta. Estábamos en la hamaca de su jardín; apoyaba la cabeza en mis piernas y yo le acariciaba el pelo lentamente y miraba sus cejas cerradas de chico de dieciocho años. Le pasé un dedo por los labios y me mojé un poco la yema; él se despertó y me miró con aire interrogativo.
– Tengo ganas de hacer el amor, Daniele -le dije de pronto, con las mejillas ardientes.
Se rió con ganas, hasta quedarse sin aliento.
– ¡Venga, nena! ¿De qué tienes ganas? ¡Si no eres capaz ni de hacerme una buena mamada!
Lo miré perpleja, humillada, quería hundirme en su jardín tan bien cuidado y pudrirme allí abajo, mientras sus pies seguirían pisándome por toda la eternidad. Huí hacia la calle y le grité «¡Cabrón!», llena de rabia, mientras cerraba de un golpe la cancela y arrancaba la moto para marcharme con el alma destruida y el orgullo herido.
Diario, ¿es tan difícil dejarse amar? Pensaba que no era necesario tragar su veneno para garantizarme su afecto, que lo que cabía era, simplemente, entregarme por completo y ahora que estaba a punto de hacerlo, ahora que tengo ganas, él me ridiculiza y me enseña la puerta de ese modo. ¿Qué puedo hacer? De revelarle mi amor, ni hablar. Pero aún puedo probarle que soy capaz de hacer lo que no se espera, soy muy terca y lo conseguiré.
3 de diciembre
22,50
Hoy cumplo quince años. Fuera hace frío y esta mañana ha llovido con ganas. Han venido a casa algunos parientes a los que no he acogido muy bien y mis padres, incómodos, me han reprendido en cuanto se han marchado. El problema es que mis padres sólo ven lo que les gusta ver. Cuando estoy más chispeante, participan de mi alegría y son afables y comprensivos. Cuando estoy triste, se mantienen apartados, me evitan como a xana apestada. Mi madre dice que soy una muerta, que escucho música de cementerio y que mi única diversión es encerrarme en la habitación a leer libros (esto no lo dice, pero está en su mirada…). Mi padre no tiene ni idea de cómo transcurren mis días, y yo no tengo ninguna intención de contárselo.
Lo que me falta es amor, lo que quiero es una caricia en el pelo, lo que deseo es tina mirada sincera.
Hasta en el colegio ha sido un día infernaclass="underline" me han pescado en dos asignaturas que no había preparado (no tengo ganas de ponerme a estudiar) y he tenido examen de latín. Tengo a Daniele en la cabeza, de la mañana a la noche, ocupa incluso mis sueños. No puedo revelarle a nadie lo que siento por él, no lo entenderían, lo sé.
Durante las tareas, el aula estaba silenciosa y oscura, porque había saltado la luz. Dejé que Aníbal atravesara los Alpes y que los gansos del Capitolio lo esperaran aguerridos; dirigí la mirada hacia la ventana de cristales empañados y vi mi imagen opaca y desenfocada: sin amor un hombre no es nada, diario, no es nada… (ni yo soy una mujer…).
2001
25 de enero
Hoy cumple diecinueve años. En cuanto me desperté cogí el móvil y el bip bip de las teclas resonó por mi habitación. Le mandé un mensaje de felicitación al que no sé si responderá con un gracias, o si se partirá de risa al leerlo. Ya no podrá contenerse cuando lea la última frase que le he escrito: «Te amo y es lo único que cuenta».
4 de marzo
7,30 horas
Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que he escrito y no ha cambiado casi nada. Durante estos meses me he arrastrado, cargando sobre mis hombros mi inadaptación al mundo. Alrededor sólo veo mediocridad y hasta la idea de salir me pone mal. ¿Para ir adonde? ¿Con quién?
En tanto, mis sentimientos por Daniele han aumentado y ahora siento estallar el deseo de que sea mío.
No nos vemos desde la mañana en que me fui llorando de su casa y tan sólo ayer por la tarde una llamada suya ha roto la monotonía que me ha acompañado durante todo este tiempo. Espero que no haya cambiado, que todo en él haya permanecido igual a aquella mañana en que conocí al Desconocido.
Oír su voz me ha despertado de un largo y pesado sueño. Me ha preguntado cómo me iba la vida, qué había hecho en estos meses; luego, riendo, si me habían crecido las tetas y yo le he respondido que sí, aunque no es cierto. Para nada. Después de haber gastado las últimas palabras de circunstancias, le he dicho lo mismo que aquella mañana: que tenía ganas de hacerlo. En estos meses el deseo ha sido lacerante. Me he tocado hasta la exasperación, provocándome miles de orgasmos. El deseo se adueñaba de mí incluso durante las horas de clase, horas en las cuales, segura de que nadie me miraba, apoyaba mi Secreto en el soporte de hierro del pupitre y hacía una ligera presión con el cuerpo.
Extrañamente, ayer no me puso en ridículo, es más, se quedó en silencio mientras le confiaba mis ganas y dijo que no había nada de extraño, que era lógico que tuviera ciertos deseos:
– Es más -dijo-, como te conozco desde hace algún tiempo, puedo echarte una mano para que los cumplas.
He suspirado y sacudido la cabeza: -En ocho meses una chica puede cambiar y entender ciertas cosas que antes no entendía. Daniele, di más bien que no tienes ningún coño a tu disposición y que repentinamente -y «¡al fin!», he pensado-, te has acordado de mí -le espeté.
– ¡Estás zumbada! Es mejor que corte, no tengo por qué hablar con gente como tú.
Espantada ante este nuevo portazo en la cara, me rebajé a exclamar un «No» implorante y luego: -Está bien, está bien. Perdóname. -Veo que sabes entrar en razón… te haré una propuesta -dijo.
La curiosidad por lo que iba decirme me incitó de manera infantil a hablar y él dijo que lo haría conmigo sólo si entre nosotros no había nada más, sólo una historia de sexo en la cual nos buscaríamos cuando tuviéramos ganas. Pensé que a la larga también hasta una historia de sexo puro y duro puede transformarse en vina historia de amor y afecto; aunque no se presente en los primeros tiempos, se presentará con la costumbre. Me doblegué a su voluntad con tal de complacer mis caprichos: seré su pequeña amante con fecha de caducidad; cuando se haya cansado de mí me mandará a paseo sin demasiados remordimientos. Vista desde este prisma, mi primera vez podría parecer un contrato a plazo fijo al que sólo le faltara el documento escrito que lo sellara y certificara, un contrato entre alguien muy astuto y otro excesivamente curioso y deseoso, que ha aceptado el arreglo agachando la cabeza y con el corazón a punto de estallar.