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A través de las olas podía divisar la sombra de una gran mole, que aparecía y desaparecía a intervalos. ¿Qué podría ser aquello?

– No puede ser un barco -se dijo Julián a sí mismo, mientras el corazón empezaba a latirle apresuradamente. Observó con más atención a través de la fuerte lluvia-. Pues más parece un barco que otra cosa. No quisiera que fuese un barco. Con esta tempestad nadie que hubiera dentro se salvaría.

Siguió mirando durante un rato. La misteriosa sombra aparecía otra vez ante su vista. Luego volvió a desaparecer. Julián decidió regresar en seguida para contárselo a los demás. Echó a correr en dirección a la habitación-refugio.

– ¡Jorge! ¡Dick! ¡Acabo de ver algo raro entre las rocas desde lo alto de la muralla! Es una sombra que parece un barco, pero no debe de serlo. ¡Venid a verlo!

Los demás escucharon sorprendidos. Jorge echó precipitadamente dos trozos de leña más en el fuego para evitar que se apagara durante su ausencia y poco después todos corrían bajo la lluvia siguiendo a Julián.

La tormenta no parecía ahora tan fuerte. La lluvia había amainado. Los truenos se oían más distantes y los relámpagos eran menos frecuentes. Julián los llevó a todos hasta lo alto de la muralla, utilizando el mismo camino que la vez anterior.

Cuando llegaron arriba pudieron ver las enormes olas de color gris verdoso estrellándose contra las rocas con inusitada furia, como si quisiesen engullirse la isla entera. Ana cogió a Julián por el brazo. Estaba asustada y se sentía muy poquita cosa.

– No te asustes, Ana -dijo Julián con fuerte voz-. Ahora, antes de un minuto, vas a ver algo muy curioso.

Todos miraban atentamente la rocosa orilla. Al pronto no vieron nada de particular, porque las olas eran demasiado altas. De pronto, Jorge vio la sombra de que había hablado Julián.

– ¡Qué gracia! -gritó-. ¡Es un barco! ¡Sí que lo es! ¿Se estará hundiendo? ¡Es un barco grande, no es ningún yate ni tampoco un pesquero!

– ¡Oh, a lo mejor hay personas dentro! -gimió Ana.

Los cuatro observaron atentamente el barco y Timoteo empezó a ladrar cuando vio el oscuro bulto moviéndose de un sitio para otro entre las furiosas olas. El mar estaba arrastrando el barco hasta la orilla.

– Se va a estrellar contra esas rocas -dijo Julián de pronto-. ¡Mirad! ¡Ahora!

No bien hubo hablado se produjo un fuerte estrépito: la nave había quedado incrustada entre los afilados salientes de las peligrosas rocas de la costa sudoeste de la isla. Ahora apenas se movía ya, a pesar de que las olas, con toda su furia, continuaban precipitándose contra el barco.

– Ha encallado -dijo Julián-. Ahora ya no se puede mover. Supongo que la tempestad amainará pronto. Entonces quedará allí sujeto.

Mientras hablaba, un débil rayo de sol había aparecido por un momento entre un claro de las nubes.

– ¡Qué bien! -dijo Dick mirando al cielo-. Parece que el sol saldrá otra vez pronto. Entonces podremos calentarnos y secarnos y tal vez averigüemos algo sobre ese misterioso barco. Oh, Julián, no quisiera que hubiese nadie a bordo. Espero qué todos se hayan puesto a salvo con los botes salvavidas.

El cielo se aclaró un poco más y el viento, amainado, se había convertido en una fuerte brisa. El sol volvió a salir, esta vez durante más rato, y los chicos se sintieron muy confortados con el calor de los rayos. Todos seguían mirando al barco. La luz del sol le daba ahora de lleno.

– Hay algo extraño en todo esto -dijo Julián, despacio-. Algo terriblemente extraño. Nunca había visto un barco como éste.

Jorge no hacía más que contemplar el navío con mirada extraña. Miró luego a sus primos, quienes quedaron sorprendidos del raro fulgor de sus ojos. Estaba tan excitada, que no podía articular palabra.

– ¿Qué te pasa? -preguntó Julián, cogiéndole la mano.

– ¡Oh, Julián, ése es mi barco! -gritó Jorge con voz muy alta y excitada-. ¿No adivinas lo que ha ocurrido? ¡La tempestad lo ha sacado del fondo del mar y lo ha metido entre esas rocas! ¡Es mi barco!

Los tres hermanos comprendieron pronto que su primita tenía razón. ¡Aquél era el barco hundido de Jorge! ¿No era un barco muy extraño? ¿No era antiguo? ¿No estaba lleno de algas? ¿No tenía una silueta de otros tiempos? Aquél no era ni más ni menos que el barco hundido de Jorge al que la tormenta había arrancado de donde yacía, arrastrándolo luego contra las rocas de la orilla.

– ¡Jorge! ¡Ahora sí que podremos meternos en el barco y registrarlo bien! -gritó Julián-. ¡Lo exploraremos de punta a punta! ¡Y encontraremos las cajas con las barras de oro! ¡Oh, Jorge!

CAPÍTULO VII. De vuelta a "Villa Kirrin"

Los cuatro quedaron tan tremendamente impresionados que durante unos minutos no volvieron a pronunciar palabra. Miraban y miraban la oscura silueta del navío imaginando cosas fantásticas sobre lo que podría haber en su interior. Luego Julián cogió a Jorge por el brazo, apretándoselo nerviosamente.

– ¿No es maravilloso? -dijo-. Oh, Jorge, ¿verdad que lo que ha acontecido es fantástico?

Jorge permaneció un rato en silencio, mientras por su mente corría todo un torbellino de imaginaciones.

– Me pregunto si podré considerar el barco como mío, ahora que ha salido a la superficie -dijo-. Ahora no estoy tan segura de quién pueda tener derecho sobre él y sobre el tesoro, si es que todavía está dentro. Aunque, al fin y al cabo, cuando se hundió era propiedad de unos antepasados míos. Mientras estaba hundido no había problema: nadie se preocupaba de él. Pero ahora que ha salido a flote no sé si será tan fácil seguir siendo la dueña.

– ¡Pues no le digas a nadie que ha salido a flote! -dijo Dick.

– No seas cándido -dijo Jorge-. Cualquier pescador que atraviese la bahía en su barco lo verá y se lo dirá a todo el mundo. Esta clase de noticias corren como la pólvora.

– Pues bien: entonces lo que podemos hacer es registrarlo bien antes de que lo hagan los demás -dijo Dick, ávidamente-. Todavía no sabe nadie que ha salido a flote. Sólo lo sabemos nosotros. Podemos registrarlo en cuanto amaine un poco más el temporal.

– No podemos ir a pie hasta esas rocas, si es eso lo que propones -repuso Jorge-. En bote sí, pero no debemos arriesgarnos mientras las olas sean tan enormes. Estoy segura de que el temporal no terminará hoy. El viento es demasiado fuerte.

– ¿Y si fuésemos a explorarlo mañana por la mañana muy temprano? -preguntó Julián-. Antes de que nadie lo vea. Apuesto a que si conseguimos registrarlo los primeros, encontraremos las cajas del oro.

– No estoy muy segura -dijo Jorge-. Ya os he dicho que muchas personas han registrado el barco y no han encontrado el oro, aunque reconozco que hacerlo bajo el agua es bastante difícil. Tal vez nosotros encontremos lo que se les escapó a los demás. Oh, todo esto parece un sueño. ¡Todavía no acabo de creerme que mi barco haya salido del fondo del mar!

El sol hacía rato que lucía en el cielo y, bajo el ardor de sus rayos, la ropa de los chicos estaba ya casi seca. La piel de Timoteo desprendía vapor de agua. Al can no parecía gustarle mucho el barco, a juzgar por los profundos gruñidos que lanzaba al mirarlo.