Se acercó sigilosamente a la puerta-ventana. Estaba ligeramente abierta. Pudo ver a su tío recostado en un confortable sofá con la boca entreabierta y los ojos cerrados. ¡Estaba completamente dormido! Cada vez que inspiraba lanzaba un profundo ronquido.
"Parece que está enteramente dormido -pensó el chico-. Y ahí está la caja, justo detrás de él, en aquella mesa. Apuesto a que si me sorprende me voy a llevar una gran paliza, pero no tengo más remedio."
Se metió en la habitación. Su tío seguía roncando Se acercó sigilosamente a la mesa que había tras el y cogió la caja.
Entonces un trozo de madera de la caja rota cayo al suelo con gran estrépito. Su tío se removió en el sofá y abrió los ojos. Rápido como una centella, Julián se agazapó tras el sofá, conteniendo la respiración a duras
– ¿Qué ha sido eso? -oyó que decía su tío. Julián permaneció quieto. Luego su tío volvió a acomodarse en el sillón y a cerrar los ojos. Pronto volvieron a oírse los acompasados ronquidos.
"¡Hurra! -pensó Julián- Ya esta dormido otra vez."
Sigilosamente volvió a coger la caja y se dirigió a la puerta-ventana. Al poco estaba ya paseando tranquilamente por el jardín. No pensó en ocultar su trofeo. Su mayor ilusión era enseñárselo a los otros para que admirasen la proeza que había llevado acabo.
Fue corriendo a la playa, donde los otros estaban tomando el sol sobre la arena.
– ¡Eh! -gritó-. ¡Eh! ¡Ya la tengo! ¡Ya la tengo!
Los chicos se incorporaron rápidamente, muy contentos de ver la caja en manos de Julián. Olvidaron completamente que en la playa había muchas personas que podían verlos. Julián se dejo caer en la arena.
– Tu padre se durmió al final -le dijo a Jorge-. ¡Tim, no me muerdas el traje de baño! Fíjate, Jorge: me metí en la habitación por la puerta-ventana y cuando ya había cogido la caja se cayó un trozo de madera y el ruido despertó a tu padre.
– ¡Cáspita! -dijo Jorge-. ¿Y que paso luego?
– Me escondí detrás del sillón y estuve allí, agazapado, hasta que volvió a dormirse -dijo Julián-. Luego me escapé. Ahora vamos a ver lo que hay dentro del cofre. No creo que tu padre lo haya tocado siquiera.
Así era, en efecto. El cofrecillo estaba intacto, aunque enmohecido por la humedad de años. Y la tapa estaba tan oxidada que parecía imposible que el cofre pudiera abrirse.
Sin embargo, Jorge empezó a raspar el óxido con su cortaplumas y a poco la tapa empezó a ceder. ¡Antes de un cuarto de hora, estaba ya abierto el cofre!
Los chicos se inclinaron todos sobre él, observándolo con interés. Dentro había unos cuantos papeles viejos y una especie de libros con las cubiertas negras. Pero nada más. Nada de oro. Nada de tesoro. Todos se sintieron algo decepcionados.
– Está todo enteramente seco -dijo Julián, sorprendido-. No hay rastro de humedad. El cofrecillo ha resguardado bien lo de dentro.
Tomó el libro y lo abrió.
– Es un diario de tu antepasado donde cuenta las incidencias del viaje -dijo-. Cuesta mucho trabajo entender la escritura. Es muy pequeña y enrevesada.
Jorge cogió uno de los papeles. Era un grueso pergamino amarillento por los años. Lo desdobló y lo extendió sobre la arena. Todos lo miraron, interesados, pero nadie pudo comprender el significado de los garabatos que tenían ante los ojos.
Parecía algo así como un plano.
– Tal vez sea el plano de un sitio a donde hay que ir -dijo Julián.
De pronto, Jorge empezó a agitar nerviosamente las manos y miró a los demás con un raro brillo en los ojos. Abrió la boca, pero no pudo articular palabra.
– ¿Qué te pasa? -preguntó Julián lleno de curiosidad-. ¿Qué intentas decir? ¿Es que no te funciona la lengua?
Jorge agitó la cabeza y empezó a hablar atropelladamente.
– ¡Julián! ¿Sabes lo que es esto? ¡Es un plano del castillo Kirrin hecho antes de que se derrumbara! ¡Y explica dónde están los sótanos!
Señaló con tembloroso dedo un lugar del plano. Los demás observaron llenos de curiosidad el lugar que Jorge estaba indicando. Tenía el dedo puesto bajo una curiosa palabra escrita con antiguos caracteres de letra.
LINGOTES
– ¡Lingotes! -dijo Ana, desconcertada-. ¿Qué significa eso? Nunca había oído esa palabra.
Pero los dos chicos sí la conocían.
– ¡Lingotes! -gritó Dick-. Se trata seguramente de las barras de oro. Se llaman lingotes.
– Todas las barras de metal pueden llamarse lingotes -dijo Julián, con la cara roja de excitación-. Pero nosotros sabemos que en el barco había una carga de barras de oro. Por tanto, tiene que referirse a ellas. ¡Oh, es fantástico pensar que a lo mejor están escondidas en el castillo, Jorge! ¡Jorge! ¿Verdad que todo esto es terriblemente emocionante?
Jorge afirmó con la cabeza. Temblaba de excitación.
– Si pudiéramos encontrarlas… -susurró-. ¡Con tal que pudiéramos!
– Tenemos por delante un trabajo maravilloso: buscarlas -dijo Julián-. Claro que será terriblemente difícil hacerlo, porque el castillo está en ruinas y lleno de maleza, sobre todo por la parte baja. Pero los lingotes tienen que estar allí y nosotros acabaremos encontrándolos. ¡Qué bien suena esa palabra! ¡Lingotes! ¡Lingotes! ¡Lingotes!
La palabra "lingotes" sonaba a los chicos mucho mejor que "oro". En adelante, ninguno de ellos volvió a decir "oro". Siempre que se referían al tema decían "lingotes". Timoteo estaba desconcertado. No tenía la menor idea de por qué los chicos estaban tan excitados sin hacerle caso. Movía vertiginosamente la cola mientras intentaba en vano poder lamer tranquilamente las orejas a cada uno de ellos, pero ¡por primera vez en la vida no se habían dignado prestarle la menor atención! El can, sencillamente, no comprendía nada, por lo que, al cabo de un rato, se sentó en la arena, alicaído, con las orejas gachas y dándoles la espalda a los chicos.
– ¡Oh, pobre Timoteo, fijaos! -dijo Jorge-. No puede comprender lo que nos pasa. ¡Tim, Tim querido, todo va bien! Nadie tiene nada contra ti. ¡Oh, Tim, hemos descubierto el secreto más interesante del mundo!
Timoteo dio un salto y empezó a mover la cola, satisfecho de haberse enterado, por fin, de qué es lo que había ocurrido. Puso su enorme pata sobre el precioso plano. Los chicos empezaron a increparle.
– ¡Eh, cuidado! ¡Que lo vas a hacer trizas y tenemos que devolverlo! -dijo Julián. Luego miró a los otros, frunciendo el ceño-. ¿Qué vamos a hacer con la caja? -preguntó-. El padre de Jorge no debe darse cuenta de que se la hemos quitado, ¿verdad? Tenemos que volverla a su sitio.
– ¿No nos podíamos quedar con el mapa? -preguntó Ana-. Él no sabrá que estaba en el cofre si, como es seguro, no lo ha abierto. Las otras cosas que hay dentro no tienen importancia: total, un viejo diario y unas cuantas cartas.
– Para estar tranquilos, lo que podemos hacer es sacar una copia del plano -dijo Dick-. Así, podremos devolver la caja con todo su contenido.
Todos estuvieron de acuerdo en que Dick había tenido una buena idea. Regresaron a "Villa Kirrin" y sacaron cuidadosamente una copia del plano. Lo hicieron en el cobertizo, porque no querían que nadie pudiese descubrirlos. Era un plano muy extraño. Estaba dividido en tres partes.
– Esta parte indica el lugar donde están los sótanos -dijo Julián-. Aquí está dibujada la planta baja y este trozo representa un ala del castillo. ¡Caramba, debió de ser un castillo estupendo! Los sótanos están esparcidos por el subsuelo de toda la planta baja. Probablemente, en tiempos, los utilizarían para cosas terribles. Lo que no sé es cómo los habitantes del castillo se las arreglaban para meterse en ellos.