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– ¡Oooh! -dijo Ana, sintiendo un escalofrío de emoción. No tenía la menor idea de qué podría haber dentro de los sótanos, pero todo aquello sonaba a gran aventura.

– Mantas -volvió a decir Dick-. Si hemos de dormir en aquella habitación del castillo, pasaremos frío.

Julián anotó lo de las mantas.

– Vasos también -dijo-. Y herramientas. Quizá las necesitemos. Nunca se puede saber.

Al cabo de media hora estaba preparada una larga lista de utensilios. Todos se sentían excitados. Jorge iba recuperándose a ojos vistas de su rabia y desilusión. Si se hubiera encontrado sola en esas circunstancias se hubiera sentido terriblemente deprimida al pensar en su desgracia, pero sus primos eran agradables e inteligentes y junto a ellos desaparecía pronto el abatimiento.

"A veces me parece que hubiera sido mucho más feliz si no me hubiera dedicado a llevar una vida solitaria -pensó Jorge, mientras contemplaba la cabeza de Julián, inclinada sobre el bloc de notas-. Es confortante poder compartir con otros todas las cosas, sean buenas o malas. Así las desgracias no parecen tan grandes. Se hacen más llevaderas. Quiero mucho a mis tres primos. Me son muy agradables y me gusta mucho hablar con ellos: son muy animados y siempre están contentos. Me gustaría ser como ellos. Yo tengo mal carácter y me enfado por cualquier cosa: no es extraño que mi padre me regañe tantas veces. Yo quiero mucho a mamá y ahora me doy cuenta de por qué dice que tiene una hija muy difícil. Yo no soy como mis primos. Ellos tienen un carácter abierto y simpático, que agrada a todo el mundo. Estoy muy contenta de que hayan venido a pasar las vacaciones a casa. Su carácter me contagia y me están convirtiendo poco a poco en lo que yo debería ser."

Todos estos pensamientos de Jorge la tuvieron abstraída durante un buen rato, durante el cual mantenía una expresión desusadamente seria. Julián la miró y pudo notar que sus azules ojos estaban fijos en él. Se echó a reír.

– ¡Un penique por tus pensamientos! -dijo.

– Mis pensamientos no valen ni un penique -dijo Jorge, poniéndose encarnada-. Sólo estaba pensando en lo buenos y agradables que sois y en lo que me gustaría ser como vosotros.

– Pues tú eres también una persona muy buena y agradable -dijo Julián, sorprendido-. No es culpa tuya ser hija única. Las chicas como tú, a la fuerza tienen que ser un poco raras si no se esmeran mucho en evitarlo. De todos modos, yo opino que tú eres una persona muy atractiva.

Jorge se puso más encarnada todavía, pero le había gustado lo que le había dicho Julián.

– Vamos a llevar al perro de paseo un rato -dijo-. Debe de estar preocupado pensando qué nos habrá ocurrido hoy.

Todos fueron a ver a Timoteo, que los recibió alborozadamente, ladrando con todas sus fuerzas. Ellos le contaron lo que tenían planeado para el día siguiente, al oír lo cual el can empezó a mover rápidamente la cola y a mirarlos inteligentemente con sus pardos ojos, dando a entender que se había enterado, palabra por palabra, de todo cuanto le habían dicho.

– Se ha puesto muy contento al enterarse de que va a pasar dos días con nosotros en la isla -dijo Ana.

A la mañana siguiente embarcaron en el bote con gran excitación, llevando todas sus cosas cuidadosamente empaquetadas. Julián repasó la lista en voz alta. Al parecer, no habían olvidado nada.

– ¿Y el plano? ¿Lo hemos traído? -dijo Dick de repente.

Julián movió la cabeza.

– Esta mañana me he puesto los shorts limpios. Pero, como te puedes figurar, no se me ha olvidado meter el plano en el bolsillo. ¡Aquí está!

Lo sacó del bolsillo, pero en aquel momento una ráfaga de viento se lo arrebató de las manos. Fue a parar al mar, lejos del bote y a merced de la brisa. Los cuatro gritaron espantados. ¡Iban a perder su precioso plano!

– ¡Hay que alcanzarlo rápido! -gritó Jorge, haciendo virar el bote vertiginosamente. Ninguno de los chicos podía remar tan bien como ella. Timoteo había observado con atención como el plano desaparecía volando de las manos de Julián y había comprendido muy bien por qué los chicos gritaban. Con una impresionante zambullida se metió en el agua y empezó a nadar valientemente tras el plano.

Como perro, nadaba magníficamente: era un can muy vigoroso. Al cabo de poco ya tenía el plano en la boca y nadaba en dirección al bote. Los chicos pensaron que era un perro de lo más maravilloso.

Jorge lo ayudó a reembarcar y cogió el plano. ¡Apenas había señal de que le había clavado los dientes! El can había sabido llevarlo con todo cuidado. Estaba húmedo, y los chicos lo examinaron, preocupados por si se habían borrado los dibujos. Pero Julián, al sacar la copia, había hecho los trazos firmes y gruesos, por lo que se conservaba perfectamente. Lo puso en un asiento del bote y encargó a Dick que cuidara de que no dejara de darle el sol.

– Hemos pasado un buen susto -dijo-. Menos mal que ha durado poco.

Jorge volvió a empuñar los remos y puso de nuevo proa a la isla. Timoteo, con sus frenéticas sacudidas, los había mojado a todos. Como premio a su proeza le dieron una gran galleta que el can ingirió alborozadamente.

Jorge condujo el bote entre los rocosos arrecifes, remando con gran seguridad. Los otros estaban admirados de ver con qué facilidad sorteaba las peligrosas rocas sin que ocurriera el menor contratiempo. Pensaban que era una muchachita maravillosa. Por fin llegaron a la pequeña caleta y los chicos saltaron a la arena. Arrastraron el bote muy adentro para que no se lo llevase el agua al subir la marea y en seguida empezaron a descargar las cosas.

– Llevaremos todo a aquella habitación de piedra -dijo Julián-. Allí estarán las cosas seguras y no se mojarán si llueve. Espero que nadie venga a la isla mientras estemos en ella, Jorge.

– No lo creo -dijo Jorge-. Papá dice que todavía ha de pasar una semana antes de que se firme el contrato de venta. Hasta entonces no será la isla de aquel hombre. Por lo menos será mía todavía una semana.

– Bien. No creo que necesitemos ponernos a vigilar por si viene algún extraño a la isla -dijo Julián, que había sopesado la idea de dejar a uno de guardia en la caleta para que avisase a los demás en el caso de que alguien desembarcara-. ¡Vamos ya! ¡Tú, Dick, coge las palas! Jorge y yo llevaremos la comida y las bebidas. Las otras cosas que las lleve Ana.

La comida y las bebidas estaban dentro de una gran caja. Los chicos no tenían la menor intención de pasar hambre durante su estancia en la isla. Habían traído en abundancia pan, mantequilla, galletas, jamón, fruta en conserva, ciruelas maduras, botellas de cerveza, un recipiente para hacer té, y varias cosas más. Julián llevaba la pesada caja, dando traspiés por entre las rocas. Él y Jorge hubieron de dejarla en el suelo más de una vez para descansar.

Al fin pudieron meter todas las provisiones en la pequeña habitación de piedra. Luego regresaron al bote para sacar las mantas. Extendieron éstas en el suelo de la habitación-refugio, muy contentos de pensar que iban a pasar la noche allí.

– Las chicas pueden dormir sobre estas mantas -dijo Julián-. Y nosotros sobre estas otras.

A Jorge no pareció gustarle, al pronto, que la consideraran como una chica y la pusieran a dormir con Ana. Pero a Ana le horrorizaba dormir sola. Miró a Jorge con aire suplicante, cosa que le hizo reír. No puso objeción, al final, para dormir con ella. Ana encontró que Jorge era cada vez más simpática.

– Bueno. Ahora lo que tenemos que hacer es trabajar -dijo Julián, desplegando el plano-. Estudiemos esto detenidamente, a ver si podemos averiguar dónde está la entrada que conduce a los sótanos. Acercaos todos y aplicad en ello toda vuestra inteligencia. No hay más remedio que romperse la crisma. Hay que desenmascarar al anticuario ese que quiere comprar la isla.