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Todos se agruparon alrededor del plano -que estaba ya totalmente seco- observándolo con atención y seriedad. El castillo había sido algo perfecto y grandioso.

– Fijaos -dijo Julián poniendo el dedo sobre el dibujo de los sótanos-. Los sótanos son enormes: ocupan toda la planta baja. Aquí, y también aquí, hay señales que parece que representan escaleras.

– Sí -dijo Jorge-. Ya lo había notado. Si se trata de escaleras, ello demuestra que hay dos entradas. Estos escalones de aquí parece que tienen que estar en esta habitación, o muy cerca de ella, y los otros deben de arrancar de al lado de la torre de los grajos. ¿Qué crees que será esto, Julián?

Puso su dedo sobre una mancha redonda del plano que, al parecer, indicaba la presencia de un gran agujero. Este dibujo estaba en dos sitios del plano: en el de los sótanos y en el del patio del castillo.

– No puedo imaginar qué será esto -dijo Julián, aturdido-. Pero ¡calla! ¡Creo que sí! ¿Te acuerdas que una vez dijiste que estabas segura de que en el castillo había un pozo? Pues creo que se trata de eso. Debe de ser muy profundo, puesto que atraviesa los sótanos. ¿Verdad que es interesante?

Los demás estaban concordes. Se sentían contentos e intrigados. Iban por fin a descubrir algo: algo que encontrarían seguramente dentro de un día o dos.

– Bien -dijo Dick-. ¿Por dónde vamos a empezar? ¿No será mejor empezar por buscar la entrada que arranca de esta habitación? Debe de estar tras una gran piedra; si es así, la apartaremos.

Era ésta una idea muy excitante y los chicos se animaron al momento. Julián dobló el precioso plano y se lo metió en el bolsillo. Miró a su alrededor. El suelo de la pequeña habitación estaba lleno de plantas silvestres y maleza. Lo primero que había que hacer era averiguar si alguna de las piedras del suelo se movía.

– Lo mejor que podemos hacer es trabajar -dijo Julián cogiendo una pala-. Despejemos todo esto de maleza con las palas. Así, como yo lo hago ahora. Hay que quitar todas las plantas. Luego comprobaremos una por una todas las piedras del suelo para ver si alguna se mueve.

Todos cogieron sendas palas y pronto la habitación quedó envuelta en el ruido que producían las herramientas cercenando la silvestre vegetación. Las piedras del suelo se despejaban rápidamente y los chicos, animados, trabajaban con afán.

Todo ello excitaba extraordinariamente a Timoteo. El animalito no tenía la menor idea de qué era lo que estaban haciendo, pero, sin embargo, empezó a ayudarlos valientemente. Se puso a escarbar el suelo con sus cuatro patas inundando el aire de tierra y plantas.

– ¡Eh, Tim! -gritó Julián, quitando al can un montón de tierra de encima-. No hay que hacerlo con tanta fuerza. Vas a acabar con el suelo en un momento. Jorge: ¿no es una maravilla este perro, tomándose siempre las cosas con tanto interés?

Todos continuaron trabajando a fondo. ¡Qué ganas tenían de encontrar la entrada de los sótanos! Estaban fascinados con esa idea.

CAPÍTULO XII. Excitantes descubrimientos

Pronto las piedras del suelo de la pequeña habitación estuvieron despejadas de tierra y maleza. Los chicos vieron que aquéllas eran cuadradas e iguales entre sí, dispuestas unas contra otras. Escudriñaron cuidadosamente con las linternas y tantearon a ver si alguna de las piedras podía ser levantada.

– Lo lógico sería que hubiese una argolla de hierro en algún sitio -dijo Julián-. Pero aquí no hay nada de eso. Todas las piedras son iguales. Es decepcionante.

Julián intentó moverlas metiendo la pala entre las pequeñas hendiduras que había entre ellas, pero ninguna cedió. Parecía que todas estaban firmemente pegadas al suelo. Después de unas tres horas de duro trabajo, los chicos se sentaron para comer algo.

Estaban verdaderamente hambrientos y muy contentos de haber traído muchas provisiones. Mientras comían se dedicaron a discutir el problema que tenían que resolver.

– Quizá la entrada de los sótanos no esté en esta habitación -dijo Julián-. Es decepcionante, pero creo que aquí no haremos nada. Voy a examinar otra vez el plano a ver si esta vez me entero mejor de dónde está la entrada. Puede ser, por supuesto, que las mediciones no sean correctas y no nos podamos servir de ellas. Pero podemos intentarlo.

Midieron y calcularon cuidadosamente las distancias del plano para averiguar exactamente dónde se hallaba la escalera que conducía a los sótanos. Pero parecía imposible averiguar nada, porque los planos de las tres partes del castillo estaban hechos a diferentes escalas. Julián contempló el plano, desconcertado. Parecía al borde de la desesperación. ¡A lo mejor iban a tener que despejar de maleza todo el castillo! ¡Tardarían siglos!

– Mira -dijo Jorge de pronto, poniendo el dedo en la mancha del plano que suponían representaba el pozo-. La entrada de los sótanos parece que no debe de estar muy lejos del pozo. Si pudiéramos localizar el pozo, tal vez la encontraríamos por sus alrededores. En todos los planos está señalado el pozo, y éste parece hallarse hacia el medio del castillo.

– Has tenido una buena idea -dijo Julián, aprobador-. Vamos a ir al medio del castillo. El pozo, según el plano, debe de estar en el centro mismo del patio principal.

Salieron de la habitación y se dirigieron hacia el soleado patio, con cara de acontecimientos. Era algo maravilloso poderse dedicar a buscar los perdidos lingotes de oro. Estaban convencidos de que algo importante había bajo tierra. Ninguno de ellos albergaba la menor duda de que el tesoro estaba allí.

Llegaron al ruinoso patio que en tiempos fue centro del castillo. Midieron su longitud con pasos y se detuvieron a la mitad, mirando en derredor, intentando en vano descubrir algo que fuera un pozo. El suelo del patio estaba todo recubierto de verdina. Aparte de la hierba y la variada gama de plantas silvestres, el viento había llevado allí una buena cantidad de tierra. Las piedras que en tiempos habían formado el suelo del gran patio estaban la mayoría destrozadas y desniveladas y cubiertas de tierra y plantas.

– ¡Mirad! ¡Ahí hay un conejo! -dijo Dick, mirando un animalito que cruzaba despacio y tranquilo el ruinoso patio. Cerca de allí había un agujero y se introdujo en él, desapareciendo. Entonces apareció otro conejo, el cual, después de contemplar a los chicos unos momentos con gran parsimonia, desapareció a su vez. Los chicos estaban maravillados. Nunca hasta entonces habían visto conejos tan tranquilos y domesticados.

Apareció un tercer conejo. Era muy pequeño y tenía las orejas absurdamente largas y el rabito blanco, muy corto y penduleante. Éste no miró a los chicos. Se limitó a dar un juguetón salto y luego, ante el regocijo de aquéllos, se sentó sobre sus patas traseras y empezó a lavarse las enorme orejas bajando primero una y luego la otra.

Pero esto era demasiado para Timoteo. Se había aguantado hasta entonces, a la vista de los dos anteriores conejos, limitándose a dirigirles unos breves ladridos. Pero ver a este de ahora sentado tranquilamente ante sus propias narices y lavándose las orejas era algo que ningún perro podía soportar. Dio un excitado gañido y se abalanzó sobre el sorprendido conejo.

Al pronto, el conejito se quedó quieto. Hasta entonces nadie le había dado ningún susto, por lo que se limitó a contemplar con sus ojos muy abiertos aquella mole que se le venía encima. Luego, aterrorizado, emprendió la huida, sacudiendo el rabo con signo de angustia. Desapareció en seguida a través de un matojo de genista que había cerca de donde estaban los chicos. Timoteo corrió tras él, desapareciendo a su vez entre la genista.