Выбрать главу

A Ana no le hacía nada de gracia tener que meterse en el pozo, aun cuando sólo fuera unos pocos metros. Pero Dick estaba decidido. Cogió a su hermana por el brazo y la arrastró literalmente hasta el centro del patio. Los dos hombres habían emprendido la búsqueda en la otra parte del castillo. Tenían tiempo suficiente para meterse en el pozo sin que los vieran. Dick levantó prontamente la carcomida tapa de madera y ayudó a Ana a bajar por la escalerilla. Ella tenía mucho miedo. Luego se introdujo él, a su vez, y de la mejor manera que pudo cogió la tapa de madera y la restituyó a su sitio.

La gran piedra que había servido de sustentación a Timoteo cuando éste cayó estaba todavía allí. Dick la tanteó para ver si podía resistir mucho peso. Estaba firmemente sujeta a la pared del pozo.

– Puedes sentarte aquí si es que no quieres pasar todo el tiempo agarrada a la escalerilla -le dijo a su hermana.

Ana, temblorosa, se sentó en la piedra, temiendo que los descubrieran de un momento a otro. Los niños pudieron oír las voces que daban los dos hombres, unas veces a muy poca distancia y otras lejos. Al final empezaron a llamarlos a gritos.

– ¡Dick! ¡Ana! ¡Los otros os están esperando! ¿Dónde estáis? ¡Tenemos buenas noticias para vosotros!

– Vaya, y ¿por qué en vez de avisarnos ellos no dejan que Julián y Jorge salgan de allá abajo y vengan a avisarnos ellos mismos? -dijo Dick-. Ya te dije que había algo extraño en todo esto. ¡Qué ganas tengo de poder hablar con los otros y enterarme de una vez de qué es lo que ha ocurrido!

Los dos hombres se dirigieron al patio. Estaban malhumorados.

– ¿Dónde se habrán metido esos mastuerzos? -dijo Jake-. El bote está todavía en la caleta, o sea que no pueden haberse marchado de la isla. Deben de estar escondidos en cualquier sitio. No podemos pasarnos todo el día buscándolos.

– Lo mejor que podemos hacer es coger provisiones -dijo el otro hombre- de aquella pequeña habitación. Las hay en abundancia. Supongo que los chicos las habrán traído para su excursión a la isla. Nos llevaremos la mitad abajo para dejársela a los que hemos encerrado, y el resto servirá para los que están fuera. Luego nos llevaremos su bote para que no puedan salir de aquí.

– Muy bien -dijo Jake-. Pero no olvidemos que lo más importante es hacernos cuanto antes con el oro y asegurarnos de que los chicos quedarán aquí el tiempo suficiente para que podamos huir y ponernos a buen recaudo. No tenemos que preocuparnos por la compra de la isla. Lo único que nos interesa es el tesoro.

– Está bien, vamos -dijo su compañero-. Voy a coger las provisiones. No nos preocupemos más por los otros dos. Entre tanto, quédate tú aquí vigilando por si por casualidad se acercan.

Dick y Ana apenas se atrevían a respirar mientras estaban oyendo todo esto. ¡Qué miedo tenían de que a los hombres se les ocurriera mirar dentro del pozo! Oyeron como uno de ellos se dirigía a la habitación-refugio. Estaba claro que iba a recoger alimentos y bebida para llevárselos a los dos prisioneros que había abajo en los sótanos. El otro hombre quedó en el patio vigilando sin demasiada atención.

Después de un rato, que a los chicos les pareció una eternidad, regresó el hombre, reuniéndose con su compañero. Cuchichearon algo entre ellos y en seguida tomaron el camino de la caleta. Dick oyó como ponían en marcha la lancha motora.

– Ahora ya podemos salir sin que nos vean, Ana -dijo-. ¡Caramba! ¡Qué frío hace aquí dentro! Estaba deseando poder tomar el sol cuanto antes.

Salieron de su escondrijo y se pusieron a calentarse bajo los ardientes rayos del sol veraniego. Pudieron ver cómo se alejaba de la orilla la lancha motora.

– Bien: por lo pronto se han marchado -dijo Dick-. Y no nos han cogido nuestro bote, a pesar de que dijeron que lo harían. Si pudiéramos rescatar a Julián y a Jorge sería la solución. Como Jorge rema muy bien, ella nos podrá llevar en nuestro bote a tierra firme.

– ¿Por qué no vamos a poder rescatarlos? -gritó Ana, optimista-. Podemos meternos en los sótanos por la escalera y abrir el cerrojo de la puerta de aquella cueva, ¿verdad?

– No, no podemos -dijo Dick-. ¡Fíjate!

Ana miró donde indicaba su hermano. Pudo ver que los dos hombres habían cubierto la entrada de los sótanos con enormes piedras. Habían empleado todas sus fuerzas en la empresa. Era inútil pensar en sacarlas de allí.

– No podemos quitarlas -dijo Dick-. Ellos tienen más fuerza que nosotros y se han asegurado de que sean bastante pesadas. Y no tenemos la menor idea de dónde está la otra entrada. Sólo sabemos que está cerca de la torre.

– Intentemos encontrarla -dijo Ana, vehementemente. Se acercaron rápidamente a la torre, pero a todas luces podía notarse que, si en tiempos podía haberse entrado por allí a los sótanos, ahora era imposible. La entrada había desaparecido. El castillo, al desplomarse poco a poco, había dejado todo aquello lleno de pesadas piedras, amontonadas de tal manera, que era ilusorio pensar en apartarlas. Los niños dejaron pronto la búsqueda.

– ¡Dios mío! -dijo Dick-. ¡No puedo soportar la idea de que Julián y Jorge estén allá abajo encerrados y que nosotros no podamos hacer nada para ayudarlos! ¡Oh, Ana! ¿No se te ocurre ninguna idea?

Ana se sentó sobre una piedra y empezó a pensar intensamente. Estaba muy preocupada. De pronto sus ojos parecieron animarse y se dirigió a Dick.

– ¡Dick! Yo supongo… yo supongo que quizá pudiésemos rescatarlos si entrarnos por el pozo, ¿verdad? -preguntó-. Ya sabes que pasa por los sótanos y que en el tubo hay una abertura muy grande, por donde nos podíamos asomar y ver la luz del día. ¿Te acuerdas? Lo que hace falta es que quepamos por la rendija que deja aquella piedra que está incrustada dentro del pozo, aquella donde me senté cuando estábamos escondidos.

Dick reflexionó sobre lo que su hermana le había dicho. Rápidamente se dirigieron al pozo y se asomaron…

– Pues, sí, creo que tienes razón -dijo Dick al final-. Creo que, si nos estrujamos un poco, podremos pasar. El pozo está muy cerca de aquella cueva. Lo que no sé es hasta dónde llegará la escalerilla que hay dentro.

– Oh, Dick, intentémoslo -dijo Ana-. ¡Es nuestra única oportunidad!

– Bien: habrá que intentarlo -dijo Dick-. Pero tú no, Ana. No me gusta la idea de que te puedas caer al fondo del pozo. A lo mejor la escalerilla se interrumpe a mitad del camino: todo podría ser. Tú te quedarás aquí, y yo me las arreglaré como mejor pueda.

– Ten mucho cuidado -dijo Ana, ansiosamente-. Llévate una cuerda, no vaya a ser que la necesites de pronto y tengas que volver a subir.

– Buena idea -dijo Dick.

Fue a la habitación que les servía de refugio y cogió una de las cuerdas que habían traído. Se la arrolló a la cintura. Luego volvió con Ana.

– ¡Todo va estupendamente! -dijo con voz animada-. No te preocupes por mí, que no va a pasar nada.

Ana se había puesto algo pálida. Tenía un miedo terrible a que Dick pudiese caer al fondo del pozo. Lo observó mientras él iba bajando por la escalerilla, acercándose a la gran piedra que interrumpía el camino. Dick se contrajo todo lo que pudo para poder pasar por el hueco que dejaba la piedra, pero ello resultaba extremadamente difícil. Al final logró pasar y desde entonces Ana no lo volvió a ver. Pero sí oyó que le decía:

– La escalerilla es muy larga, Ana. No ha pasado nada. ¿Me oyes?

– ¡Sí! -gritó Ana, asomada al pozo. Pudo oír el eco de Su voz, que resultaba muy extravagante-. Ten cuidado, Dick. Espero que la escalerilla llegue hasta el fondo.

– ¡Creo que así es! -gritó Dick desde las profundidades. De pronto profirió una fuerte exclamación.

– ¡Vaya! ¡Justo ahora se termina! No sé si es que se acaba aquí o que está rota. Tendré que usar la cuerda.