Выбрать главу

Ana pensó que Julián había tenido una idea excelente. Pero Dick y Jorge no estaban tan convencidos.

– Deberíamos ir abajo y cerrar la puerta de nuevo para que crean que aún estamos dentro -dijo Jorge-. Y suponte que el que vaya a encerrar a esos hombres no lo consiga. Porque creo que habría que hacerlo todo con demasiada rapidez. Lo más probable es que atrapen al que vaya abajo para tal menester, lo encierren y suban luego a buscar a los demás.

– Creo que tienes razón -dijo Julián, reflexionando intensamente-. Pero supongamos que Dick, o quienquiera que vaya a los sótanos para llevar a cabo el plan, no logra encerrar a esos dos, y que ellos suben a la superficie para buscarnos. No tiene importancia. Mientras estén abajo podemos taponar la entrada de los sótanos con grandes piedras, lo mismo que hicieron ellos. Entonces sí que no podrán salir de allá abajo de ninguna manera.

– Sí, pero ¿y Dick? También tendrá que quedarse allí con ellos -dijo Ana, rápidamente.

– No te preocupes: subiré por el pozo -dijo Dick con vehemencia-. Yo seré el que baje a los sótanos a encerrar a ésos. Procuraré por todos los medios conseguirlo. Y si tengo que huir de ellos, nada más fácil que meterme en el pozo y llegar hasta arriba. Esos individuos no conocen esa salida. O sea que, aunque no queden encerrados en la celda, quedarán presos por todos los sótanos.

Los niños pensaron detenidamente el plan de Julián y decidieron que era lo mejor que podían hacer. Entonces Jorge propuso que lo inmediato era comer. Estaban todos muertos de hambre, ahora que la pesadilla y la emoción del rescate habían pasado ya.

Recogieron algo de comida de la habitación-refugio y se pusieron a vigilar la orilla, acechando el regreso de los dos hombres. Un par de horas después pudieron ver que se acercaba una especie de queche pesquero a motor, que producía el clásico sonido de "chug, chug, chug".

– ¡Ya están ahí! -exclamó Julián, excitado-. Ése debe de ser el barco donde piensan embarcar los lingotes. ¡Fijaos! ¡Los individuos se han metido en una lancha motora! ¡Van a desembarcar de nuevo en la isla! ¡Rápido, Dick! ¡Métete en el pozo y ve a los sótanos.

Dick echó a correr en dirección al pozo. Julián se volvió a los otros.

– Tendremos que escondernos allá, tras aquellas rocas. No es que crea que esos hombres se vayan a dedicar ahora a darnos caza, pero todo podría ser. ¡Vamos! ¡Rápido!

Se escondieron tras las rocas y pudieron ver como la lancha motora atravesaba la bahía en dirección a la caleta. Oyeron voces de hombres hablando unos con otros.

Esta vez parecía que había más de dos individuos en la embarcación. Los hombres abandonaron la caleta y empezaron a trepar por las rocas que bordeaban el castillo.

Julián se agazapó tras las rocas y se puso a vigilar los movimientos de los individuos. Estaba seguro que lo primero que harían sería apartar el montón de piedras que habían puesto a la entrada de los sótanos.

– ¡Jorge, ven! -dijo Julián con fuerte voz-. Creo que los hombres se han metido ya en los sótanos. Pongamos otra vez las piedras donde estaban para taponar la entrada. ¡Rápido!

Jorge, Julián y Ana echaron a correr en dirección al centro del castillo, procurando hacer el menor ruido posible. Pudieron ver que las piedras que taponaban la entrada de los sótanos las habían quitado. No había ni rastro de los hombres. Estaba claro que se habían metido allá abajo.

Los tres chicos emplearon todas sus energías en arrastrar las pesadas piedras hacia el agujero. Pero no tenían tanta fuerza como aquellos hombres. Las piedras más voluminosas no las podían trasladar. Taponaron la entrada con tres piedras de tamaño más reducido, con la esperanza de que, aun cuando no impidieran en absoluto la salida de aquellos hombres, por lo menos la dificultaran.

– Con tal de que Dick haya conseguido encerrarlos en aquella cueva… -dijo Julián a los otros-. Vamos a acercarnos al pozo ahora. Dick tiene que salir por allí, porque la entrada auténtica está taponada con piedras.

Todos fueron a la boca del pozo. Dick había quitado la tapa de madera y la había dejado en el suelo. Los chicos se asomaron y miraron ansiosamente el interior. ¿Qué estaría haciendo Dick? No se oía su voz ni ningún ruido a través del pozo. Difícilmente podían saber lo que estaría ocurriendo.

¡Muchas cosas estaban sucediendo allá abajo! Los dos hombres, con otro más que había desembarcado con ellos, se habían metido en los sótanos con la seguridad de encontrar, por supuesto, a Julián, Jorge y el perro todavía encerrados en la cueva con los lingotes. Pasaron por donde estaba la parte baja del pozo sin el menor atisbo de que allí había un niño escondido, dispuesto a traspasar la abertura y meterse en las cavernas en cuanto ellos hubiesen pasado.

Dick oyó sus pasos. Se deslizó por la abertura, saliendo, por fin, del pozo y escondiéndose tras el tubo sin hacer ruido. Pudo ver el resplandor de las linternas que llevaban los hombres y, con el corazón latiéndole apresuradamente, se deslizó por los viejos, malolientes y cavernosos pasadizos mientras los tres hombres se encaminaban por el que conducía a la celda de los lingotes.

– Aquí es -oyó Dick que decía uno de ellos. El que había hablado iluminó la puerta con su linterna-. El oro está ahí dentro -añadió.

Una vez dicho esto descorrió completamente el cerrojo. Dick se alegró de haberlo echado anteriormente porque, si no lo hubiera hecho, los individuos habrían adivinado que Julián y Jorge se habían escapado y no hubieran entrado en la cueva.

El hombre se introdujo en ella después de haber abierto la puerta. El otro le siguió. Dick esperó a que el tercer hombre se introdujera también. ¡Entonces no tenía más que cerrar rápidamente la puerta y echar el cerrojo!

El primer hombre iluminó la cueva con su linterna y vociferó:

– ¡Se han escapado! ¡Qué cosa más rara!

Dos de los hombres estaban ahora en la cueva y el tercero se disponía a entrar en aquel momento. En cuanto lo hizo, Dick, con rápida carrera, llegó a la puerta y la cerró. Esto produjo un ruido que los ecos repitieron a lo largo de todas las demás cavernas y pasadizos. Luego Dick empezó a echar el cerrojo con mano temblorosa. El cerrojo estaba oxidado y difícil de manipular. No era tan fácil como parecía encerrar a aquellos individuos, los cuales, por su parte, no habían permanecido ociosos.

En cuanto oyeron cerrarse la puerta dieron media vuelta. El tercer hombre, el que acababa de llegar, le dio un puntapié. Dick no había echado todavía del todo el cerrojo. Los hombres empujaron con todas sus fuerzas y, al fin, lograron abrir la puerta.

Dick quedó petrificado de horror. ¡Habían abierto la puerta! Echó a correr por el oscuro pasadizo. Los hombres encendieron sus linternas y lo iluminaron de lleno. En cuanto lo vieron se pusieron a perseguirle. Dick seguía corriendo en dirección a la caverna por donde pasaba el pozo. Afortunadamente, la abertura de éste estaba al otro lado y no podía ser iluminada por las linternas. El chico tuvo el tiempo justo de meterse por ella, un momento antes de que llegaran los hombres.

Ninguno de ellos pudo adivinar que por el pozo se podía también salir de los sótanos. Por otra parte, ninguno sabía tampoco que aquella especie de tubo era un pozo.

Temblando de la cabeza a los pies, Dick empezó a trepar por la cuerda que había dejado atada a un travesañoo de la escalera de hierro. En cuanto alcanzó la escalerilla la desató, porque temía que los hombres pudieran descubrir por dónde se había escapado y atraparlo, cosa imposible sin la cuerda.