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– Recuerda -intervino Stone-que Trent no siempre trabajó ahí. Estuvo en la CIA.

– Así que quizá tenga contactos allí. Allí, en la ASN, en el NIC, en todo el alfabeto -comentó Reuben-. Podría haber montado un colmado del espionaje.

– Pero, ¿cómo se pasa de ser un topo como Trent a mandar claves secretas en libros raros? -preguntó Annabelle, mientras cambiaba de postura en la vieja silla en la que estaba sentada y se frotaba el muslo, dolorido después de arrancarse el celo para sacar el libro.

– No lo sé -reconoció Stone-. Tenemos que averiguar más cosas sobre la tal Jewell English. Si consiguiéramos que hablara, podríamos llegar a la fuente. A estas alturas, ya se habrá dado cuenta de que no tiene las gafas.

– ¿Conseguir que hable? -exclamó Reuben-. Oliver, no podemos colocarla encima de un potro y torturarla hasta que confiese.

– Pero sí podemos ir al FBI, enseñarles el libro y las gafas, contarles nuestras teorías y que actúen ellos -sugirió Stone.

– Has dado en el clavo -afirmó Reuben-. Cuanta más distancia haya entre ellos y nosotros, sean quienes sean, mejor.

Stone miró a Caleb, que no había abierto la boca y que estaba sentado en un rincón con expresión desconsolada.

– Caleb, ¿qué te pasa?

El bibliotecario rechoncho tomó aire rápidamente, pero no miró a la cara a ninguno de ellos.

Annabelle, preocupada, tomó la palabra.

– Caleb, siento haber sido tan dura contigo. La verdad es que lo has hecho muy bien. -Se mordió el labio cuando acabó de decir la mentira.

El negó con la cabeza.

– No es eso. Tienes razón, soy un inepto total para hacer las cosas que tú haces.

– ¿De qué va esto? -preguntó Stone, impacientándose.

Caleb respiró hondo y alzó la mirada.

– Hoy ha venido la policía a la biblioteca. Me han dado las llaves de la casa de Jonathan. Lo primero que he hecho ha sido ir a comprobar la colección. -Se calló, miró a Annabelle, se inclinó hacia delante y le susurró a Stone al oído-: Han robado el Libro de los Salmos.

Stone se quedó paralizado durante unos instantes, mientras Milton y Reuben observaban a Caleb.

– No me digas que han robado el libro -preguntó Milton, y Caleb asintió con expresión desconsolada.

– ¡Eh!, si cinco son multitud, yo me largo. Tampoco es que me interesen tanto los libros -dijo Annabelle.

– ¿Cómo pueden habérselo llevado? -preguntó Stone, levantando la mano para que ella no se marchara.

– No lo sé. Se necesita la combinación para entrar en la cámara y abrir la caja fuerte. Y ninguna de las dos estaba forzada.

– ¿ Quién más sabe las combinaciones? -inquirió Reuben.

– No lo sé seguro.

– Bueno, el abogado las sabe -afirmó Stone-. Él tenía las llaves y la combinación de la cámara principal. Quizá se anotara la combinación e hiciera un duplicado de las llaves antes de dártelas.

– Es verdad, no se me había ocurrido. Pero ¿y la pequeña caja fuerte? El no tenía esa combinación.

– Si te paras a pensar -dijo Stone-, quizá sí la tuviera. Me refiero a que no era tan difícil. Si el abogado conocía bien a Jonathan y le había visitado en la sala de lectura, podría habérsele ocurrido. O tal vez Jonathan le diera la combinación, pero no te la dijo por algún motivo.

– Si pensaba robarlo, ¿por qué no lo hizo antes de reunirse conmigo? -planteó Caleb-. Así yo nunca habría sabido que el libro estaba ahí.

Stone estaba desconcertado.

– Cierto. Aunque sigo sin creerme que esté relacionado con los asesinatos.

Caleb gimió.

– Perfecto, pero Vincent Pearl me matará cuando se entere. Esta iba a ser la joya de la corona de su carrera. Seguro que me acusa de haberlo robado.

– Bueno, a lo mejor lo robó él -declaró Milton, alzando la vista del libro.

– ¿Cómo? No ha podido entrar en la casa y no tenía las llaves ni las combinaciones -dijo Caleb-. Y sabe perfectamente que el libro es imposible de vender sin los documentos adecuados. No podría ganar dinero con él. Lo detendrían enseguida.

Todos permanecieron en silencio hasta que Reuben habló.

– Lo del libro es una mala noticia pero no nos olvidemos de nuestro objetivo principal. Mañana vamos al FBI. Por lo menos ya es algo.

– ¿Qué hacemos con Jewell English? -preguntó Milton.

Caleb se irguió en el asiento, probablemente agradecido de dejar de pensar en el Libro de los Salmos robado.

– Si vuelve a la biblioteca, le diré que puedo buscar sus gafas en «objetos perdidos». -¡Joder!, si es una espía, probablemente ya haya salido del país -dijo Reuben.

– Quizá no sepa todavía que no tiene las gafas -dijo Stone-. Sólo las usa para buscar las letras cifradas. Eso significa que quizá no las saca del bolso hasta que llega a la sala de lectura.

– O sea que si se las devolvemos antes de que se dé cuenta de que no las tiene, quizá no sospeche -dijo Caleb.

– Las necesitaremos para el FBI, pero si explicamos nuestro plan, quizá nos dejen devolvérselas y la vigilen -dijo Reuben-. Así ella obtiene más claves, se las pasa a quien sea, y el FBI está ahí para pescarlos.

– Buen plan -convino Stone.

– En realidad, no lo es -dijo Milton de repente-. No podemos llevar el libro al FBI.

Todas las miradas se volvieron hacia él. Mientras habían estado hablando, él había releído el fino volumen, pasando las páginas cada vez más rápido. Se quitó las gafas y sostuvo el libro con mano temblorosa.

– ¿Por qué no? -preguntó Caleb, molesto.

Milton le pasó las gafas y el libro a Caleb a modo de respuesta.

– Averígualo tú mismo.

Caleb se puso las gafas y abrió el libro. Pasó una página y luego otra y otra más. Desesperado, llegó rápidamente al final. Lo cerró de golpe con una expresión en el rostro medio airada y medio incrédula.

Stone, entornando los ojos de preocupación, dijo:

– ¿Qué pasa?

– Las letras ya no están resaltadas -respondió Caleb lentamente.

Capítulo 55

Stone se puso las gafas y hojeó el libro. Pasó el dedo por una de las letras que sabía que habían estado resaltadas. Estaba tan lisa e inanimada como las demás. Cerró el libro, se quitó las gafas y exhaló un suspiro.

– El líquido para resaltar que utilizaron tiene una duración determinada. Luego se evapora.

– ¿Como tinta evanescente? -preguntó Milton.

– Algo un poco más sofisticado que eso -respondió Stone, antes de añadir enfadado-: Tenía que haberlo imaginado.

– ¿Conoces este tipo de sustancia química, Oliver? -preguntó Caleb.

– El proceso no. Pero tendría sentido. Si eres espía y cabe la posibilidad de que las gafas caigan en las manos equivocadas, el libro no revela nada si ha pasado el tiempo suficiente. -Miró a Caleb-. Quienquiera que aplicara la sustancia química tenía que saber que Jewell English tendría acceso al libro antes de que el efecto pasara. ¿Cómo se podía saber eso?

Caleb se lo pensó durante unos instantes:

– Esa persona tendría que entrar en la cámara y manipular el libro ahí. Luego, ponerse en contacto con ella de algún modo y decirle qué libro pedir. Ella va a la biblioteca inmediatamente y lo solicita.

Stone observó la cubierta del libro.

– Marcar cada letra parece un proceso tedioso. Como mínimo, lento.

– La gente entra y sale de las cámaras bastante a menudo. Pero en algunas cámaras interiores no hay mucho movimiento. Sin embargo, si algún trabajador de la biblioteca se pasara ahí horas y horas, nos daríamos cuenta, seguro.

– A lo mejor quien lo hizo es muy bueno y lo hace rápido porque emplea algún tipo de plantilla -apuntó Reuben.

– ¿Y si lo hace de madrugada? -preguntó Stone.