– Pues qué putada -fue el único comentario de Reuben a ese análisis.
– ¿Y qué hacemos entonces? -preguntó Annabelle-. ¿Esperar a que vengan a por nosotros otra vez?
Stone negó con la cabeza.
– No. Caleb irá mañana a trabajar como si no hubiera pasado nada. En la biblioteca se producirá un gran revuelo después de perder a un director y a un socio en tan poco tiempo. Caleb, descubre lo que puedas. Las noticias nos darán una pista de lo que piensa la policía. Y si también han matado a English, es posible que aparezca el cadáver.
– Me mantendré pegadito a Internet por si surge algo. Será el primer medio en el que aparecerá la noticia -dijo Milton.
– Han asesinado a Bob Bradley, Jonathan DeHaven, Cornelius Behan y ahora a Norman Janklow -continuó Stone-. Creo que Bradley murió porque obligaba a Albert Trent a dejar el Comité de Inteligencia. Trent no podía porque, si no me equivoco, utilizaba el puesto para pasar secretos. DeHaven fue asesinado porque, una de dos, o estaba implicado en la trama de la sala de lectura por la que se transmitían secretos robados o descubrió la conspiración y hubo que silenciarlo. Quizás ocurriera lo mismo con Norman Janklow o, si no, es que era espía igual que English. Behan fue asesinado porque descubrió que el material de una de sus empresas había sido utilizado para matar a DeHaven y sin duda habría investigado el asunto. Trent tenía un topo en Fire Control que probablemente le diera el chivatazo de las sospechas de Behan y tuvieron que eliminarlo.
– Pero ¿cómo es posible que Jonathan, Jewell English o Norman Janklow estuvieran implicados en una red de espionaje? -preguntó Caleb-. ¿A quién se le ocurriría utilizar la sala de lectura de Libros Raros para transmitir secretos robados mediante letras cifradas?
– El hecho de que no nos parezca lógico lo convierte en un buen plan -declaró Stone-. Y recordad que la mayoría de los espías son desenmascarados porque los vigilan por algún motivo y entonces los pillan transmitiendo la información, normalmente en un lugar público. En este caso tenemos letras cifradas en libros raros. No hay vigilancia posible. La gente mayor lee libros antiguos y se va a casa. Nadie los consideraría jamás ni remotamente sospechosos.
– Pero aun así hay que conseguir introducir los secretos que se supone que Trent robaba en la biblioteca -dijo Caleb-. Y no fue Albert Trent quien resaltó las letras de los libros. Y Jonathan no pudo hacerlo en el Beadle que cogimos de la biblioteca porque ya se había muerto.
– Correcto. Y ésa es la parte que todavía tenemos que descubrir. De hecho es la más importante porque ahí es donde residen nuestras esperanzas de solucionar este caso. Si Janklow, English o DeHaven eran espías, tiene que existir alguna prueba.
– Ya hemos registrado la casa de DeHaven y no encontramos nada -apuntó Milton.
– Y yo miré en casa de Jewell -dijo Caleb-y sólo encontré un cadáver.
Stone asintió.
– Quizá la casa de Norman Janklow nos de alguna pista.
– El único problema -objetó Reuben-es que la policía ya estará allí. Igual que con casa de English.
– La situación se está volviendo muy peligrosa -aseveró Stone-y tenemos que ir con sumo cuidado. Sugiero que a partir de ahora siempre vayamos de dos en dos. Milton y Caleb, podéis quedaros en casa de Milton, tiene un sistema de seguridad muy bueno. Reuben, tú y yo podemos quedarnos en tu casa, puesto que ciertas personas ya saben dónde vivo. -Miró a Annabelle-. Tú puedes quedarte con nosotros.
Reuben se mostró optimista.
– Mi choza no es gran cosa pero tengo un montón de cerveza, patatas fritas y una televisión de plasma panorámica. Y cocino un chile fantástico. Con respecto a las medidas de protección, tengo una pitbull con muy mala leche llamada Delta Dawn, que muerde a quien yo le diga.
– Creo que me quedaré en el hotel. Pero estaré alerta, no os preocupéis.
– ¿Estás segura? -insistió Stone.
– Segurísima. Pero gracias por la oferta. La verdad es que soy una persona solitaria. Lo prefiero así -añadió, apartando la mirada de Stone.
Cuando se despidieron, Stone paró un momento a Annabelle antes de que se marchara.
– ¿Estás bien? -le preguntó.
– Sí, ¿por qué no iba a estarlo? Ha sido un día más de mi vida.
– Estar a punto de que te maten no es tan normal.
– A lo mejor no y a lo mejor sí.
– Vale, ¿te apuntas a otra tentativa con Albert Trent? -Annabelle vaciló-. No me refiero a volver a entrar en su casa sino a seguirlo.
– ¿Crees que sigue por aquí? -preguntó ella.
Stone asintió.
– En realidad no tienen ni idea de lo que sabemos o dejamos de saber. Yo creo que mantendrán el statu quo hasta que las circunstancias exijan lo contrario. Si se larga de la ciudad ahora, se acabó. Si esto es una red de espionaje, quizá quieran ver si se puede salvar algo. Es obvio que esta gente se lo ha currado para organizar todo eso.
– Esta gente no se anda con chiquitas, ¿verdad?
– Yo tampoco -repuso Stone.
Roger Seagraves era un hombre muy desdichado. Si bien Janklow había sido sacrificado para enturbiar las aguas y silenciar a un posible testigo, English estaba en un lugar seguro lejos de Washington, D.C. No obstante, como había permitido que le quitaran las gafas y había lanzado por la borda la operación, Seagraves no creía que fuera a seguir viva durante mucho tiempo. Esa era la buena noticia. La mala noticia era que Oliver Stone y la mujer habían huido, lo cual le había costado dos hombres. El Triple Seis había conseguido superar la cámara de la muerte y les había machacado el cráneo. Era impresionante, sobre todo para un tipo que debía de tener unos sesenta años. Seagraves se reprendió por no haberle matado cuando había tenido la oportunidad. Había recogido los cadáveres de Fire Control pero la policía había invadido la casa de Jewell English. Por suerte no había guardado nada comprometedor en su casa, igual que Janklow. Sin embargo, el plan de Seagraves se había ido al traste.
Ahora sólo tenía un objetivo. Ir directamente a la fuente y acabar con ella de una vez por todas.
Cogió la camisa vieja de Stone y el reloj que le había quitado a Annabelle de la mesita que tenía al lado. Seagraves se prometió que esos artículos pasarían a formar parte de su colección.
Capítulo 60
Se despertó, se desperezó, se dio la vuelta y miró por la ventana. El día se presentaba igual que el anterior. Soleado y despejado con una brisa oceánica que parecía destinada a inspirar satisfacción en todo lo que tocara. Se levantó, se rodeó la cintura con una sábana y se acercó a la ventana. El chalé, situado en una parcela de varias hectáreas de terreno que incluía una playa de arena azotada por el océano, era suyo, al menos durante un año, la duración del alquiler, pero se estaba planteando comprarlo directamente. La propiedad contaba con una piscina de agua salada infinita, bodega, pista de tenis y un pabellón provisto de un sofá cama que resultaba útil para algo más que secarse después de darse un baño, ya que pocas veces nadaba solo o con el bañador puesto. En el garaje de dos plazas guardaba un cupé Maserati y un Ducati para gozar de la conducción. El alquiler incluía cocinera, asistenta y jardinero por menos dinero del que le habría costado alquilar un apartamento en Los Ángeles… Respiró hondo y pensó que no le costaría nada pasar el resto de su vida ahí.
No había hecho caso de la recomendación de Annabelle de no alardear del dinero, pero ese lugar estaba disponible de inmediato para alguien que tuviera dinero. De hecho había visto el anuncio en Internet antes de que dieran el golpe, pero después de que Annabelle les dijera que iban a ganar millones. Nunca era demasiado pronto para planificar una compra tan importante. Y en cuanto había firmado el contrato, quiso tener los accesorios que le correspondían. No le preocupaba que Bagger le encontrara. El tío ni siquiera le había visto. Y en esa parte del mundo abundaba la gente joven y rica. Estaba tranquilo. De hecho, estaba de maravilla. Tony la oyó subiendo las escaleras de piedra y volvió a la cama dejando caer la sábana. Cuando abrió la puerta, vio que traía una bandeja con el desayuno sólo para él. Era curioso, se acostaba con él desde el segundo día pero no quería desayunar con él. Probablemente tuviera que ver con el hecho de que fuera la asistenta.