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– Oliver, recuperaremos a Caleb. Y si se trata de la red de espionaje de la que la gente lleva tiempo murmurando y los descubrimos, todos vosotros os mereceréis una medalla. Cuando recibas la llamada, cuéntanos los detalles. Tengo el apoyo de distintas agencias para esto. Tienes que saber que no tuve que esforzarme demasiado para encontrar voluntarios porque muchos de los chicos están ansiosos por trincar a estos cabrones.

Stone subió al coche con los demás.

– Y ahora jugamos nuestra mano -dijo Annabelle.

– Ahora jugamos nuestra mano -confirmó Stone.

Capítulo 63

Recibieron la llamada a las diez en punto. Stone y los demás estaban en una suite de un hotel del centro. El hombre al otro extremo de la línea empezó a imponerle la hora y el lugar en el que encontrarse, pero Stone le cortó.

– Nada de eso. Tenemos a Albert Trent. Si quieres que te lo entreguemos, haremos el intercambio a nuestra manera.

– No puedo aceptar lo que me propones -respondió la voz.

– Bueno, pues entregaremos a tu compañero a la CIA y allí ya se encargarán de «sonsacarle» la verdad y de que cante nombres; y créeme, por lo que he visto de Trent, no les costará demasiado. Antes de que tengas tiempo de hacer la maleta, tendrás al FBI en la puerta.

– ¿Acaso quieres que muera tu amigo? -espetó el hombre.

– Lo que te estoy diciendo es para que vivan los dos, y así evitarás pasarte el resto de tus días en chirona.

– ¿Cómo sabemos que no se trata de una trampa?

– ¿Cómo sé que no quieres pegarme un tiro en cuanto me veas? Es obvio. Tiene que haber confianza mutua.

Se produjo un largo silencio.

– ¿Dónde?

Stone le contó dónde y cuándo.

– ¿Eres consciente de cómo estará ese lugar mañana?

– Precisamente por eso lo he escogido. Nos veremos al mediodía. Por cierto, una última cosa: si le haces daño a Caleb, yo mismo te mataré.

Stone colgó y se giró hacia los demás.

Milton parecía asustado, pero decidido. Keuben estaba examinando el contenido de la mochila de cuero que Alex Ford les había dado. Annabelle estaba mirando a Stone directamente a los ojos.

Stone se dirigió a Reuben.

– ¿Qué te parece?

Reuben levantó dos jeringas y dos frascos de líquido.

– Esto es espectacular, Oliven ¿Qué se les ocurrirá la próxima vez?

Stone se dirigió a la habitación contigua, donde un Albert Trent inconsciente estaba atado a la cama. Stone se quedó de pie mirándole, reprimiendo las muchas ganas que tenía de atacar al hombre durmiente que tanto daño les había hecho.

Al cabo de un minuto, volvió con los demás.

– Mañana será un día muy largo, así que tenemos que descansar. Haremos turnos de dos horas para vigilar a Trent. Yo haré el primero.

Milton se acurrucó inmediatamente en el sofá y Reuben se tumbó en una de las camas dobles. Ambos hombres se quedaron dormidos a los pocos minutos. Stone regresó a la otra habitación, se sentó en una silla al lado de Trent y miró fijamente al suelo. Se movió de repente cuando Annabelle colocó una silla a su lado y le dio una taza de café que había preparado. Aún llevaba los vaqueros y el jersey, pero iba descalza. Se sentó sobre una de sus largas piernas.

Stone le dio las gracias por el café.

– Deberías dormir -añadió Stone.

– En realidad, me gusta la noche -explicó, mirando a Trent-. ¿Qué posibilidades tenemos de que mañana todo salga bien?

– Cero -respondió Stone-. Siempre es cero, y luego haces todo lo que puedes por superar esa cifra, pero a veces no está en tus manos.

– Hablas por experiencia, ¿verdad?

– ¿ Cómo iba a saberlo si no?

– Mucha gente no dice más que chorradas, pero tú no.

Stone tomó un sorbo de café y miró hacia otro lado.

– Alex Ford es un buen hombre. Lucharía con él en cualquier batalla. En realidad, ya lo he hecho. Lo cierto es que tenemos bastantes posibilidades de que todo salga bien.

– Quiero matar a este lameculos -dijo Annabelle, observando al inconsciente Trent.

Stone asintió y miró al hombre de arriba abajo.

– Parece un ratón, o una rata de biblioteca; para la mayoría de la gente, eso es exactamente lo que es. Alguien que no haría daño ni a una mosca. Ya ordena a los demás que lo hagan por él, y esa crueldad no tiene límites, porque él no está delante ni se ensucia las manos. Por culpa de gente como él, nuestro país corre un grave peligro.

– ¿Y todo por dinero?

– He conocido algunas personas que dicen que lo hacen por una causa, por seguir sus creencias, incluso por la emoción, pero en el fondo siempre es por dinero.

Annabelle le miró con curiosidad.

– ¿Has conocido a otros traidores?

Stone le miró de reojo.

– ¿Por qué te interesa todo esto?

– Tú eres quien me interesa -aclaró Annabelle, para proseguir luego, después de que él permaneciera en silencio-. Estábamos hablando de otros traidores, ¿verdad?

Stone se encogió de hombros.

– He conocido a más de los que habría querido, pero no les conocí por mucho tiempo. -Se levantó para dirigirse hacia la ventana-. De hecho, a la mayoría sólo les conocí unos pocos segundos antes de que murieran -añadió casi susurrando.

– ¿Acaso eso es lo que fuiste? ¿Asesino de los traidores americanos? -Stone se puso tenso-. Lo siento, John. No tendría que haberte dicho eso -añadió a toda prisa.

Stone se giró para mirarla.

– Supongo que no te mencioné que John Carr está muerto así que, ¿por qué no me llamas «Oliver» a partir de ahora? -Se sentó de nuevo sin mirarla-. Realmente creo que tienes que irte a dormir.

Annabelle se levantó y miró hacia atrás. Stone estaba sentado erguido en la silla, supuestamente observando a Albert Trent, pero Annabelle no creyó que el hombre estuviera mirando al espía esposado. Sus pensamientos seguramente estaban divagando por el pasado, quizá recordando cómo matar con rapidez a un hombre malo.

No demasiado lejos, Roger Seagraves preparaba a su propio equipo, intentando anticipar cada movimiento del grupo contrario. No había regresado a casa porque sospechó que algo le había ocurrido a Trent. El y su socio tenían un sistema por el que se llamaban a cierta hora de la tarde si todo iba bien. Obviamente no le había llamado. Hl hecho de que cogieran a Trent había complicado la situación, pero no era el fin del mundo. Suponía que Oliver Stone y los demás ya habrían ido a las autoridades, así que tendría que superar varios niveles de oposición para solucionar lo de Trent, si no le había delatado ya. Sin embargo, Seagraves no temía el mañana; al contrario, lo esperaba con ansia. Este hombre vivía para experimentar momentos de ese tipo, en los que sólo sobrevivía el mejor. Seagraves estaba convencido de que mañana él sería el mejor, igual de convencido de que Oliver Stone y sus amigos morirían.

Capítulo 64

La mañana siguiente amaneció despejada y cálida. Stone y los demás dejaron el hotel, y se llevaron a Trent en un baúl grande que cargaron en una furgoneta. En el interior de ésta, Stone se agachó para darle a Albert Trent una inyección en el brazo con una de las jeringas. Al cabo de un minuto, el hombre abrió los ojos de par en par. Al hacerlo, Trent miró como un loco a su alrededor e intentó incorporarse.

Stone le puso una mano en el pecho y luego desenvainó un cuchillo que llevaba en el cinturón. Sujetando el filo delante de la temblorosa cara de Trent, lo deslizó entre la piel del hombre y la mordaza, para cortar la tela.

– ¿Qué estás haciendo? Trabajo para el Gobierno federal. Puedes ir a la cárcel por esto -dijo Trent con voz temblorosa.

– Ahórrate el discursito, Trent. Lo sabemos todo, y si no haces ninguna tontería, te intercambiaremos por Caleb Shaw de una forma sencilla y limpia. Sin embargo, si no cooperas, te mataré con mis propias manos, a no ser que prefieras pasar el resto de tu vida en la cárcel por traición.