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– Estamos en un callejón sin salida -proclamó Reuben.

El sótano daba a una callejuela y Stone miró por la ventana.

– Da a un callejón con una hilera de casas adosadas al otro lado.

– ¿Y? -preguntó Reuben malhumorado-. No creo que un traidor que estuviera huyendo se quedara merodeando en un callejón esperando a que aparecieran los federales.

Stone abrió la puerta, salió y miró el callejón en ambas direcciones.

– ¡Esperad aquí!

Salió corriendo por el callejón, dobló la esquina y desapareció. Regresó al cabo de unos minutos, con los ojos relucientes.

Reuben observó a su amigo con detenimiento.

– Ya sabes por qué te suena este lugar. ¿Has estado aquí antes?

– Todos hemos estado aquí, Reuben.

Capítulo 67

Stone los guió hacia la esquina y calle abajo, pasando por delante de las casas adosadas cuya parte posterior daba al callejón que se encontraba detrás de la casa de Chambers. Stone se detuvo en medio de la manzana e indicó a los demás que se quedaran quietos mientras miraba hacia arriba, hacia algo del edificio que tenían delante.

– Dios mío -dijo Caleb, mirando a su alrededor y dándose cuenta de dónde estaba-. De día no lo había reconocido.

– Caleb, llama a la puerta -ordenó Stone.

Caleb hizo lo que le pedían.

– ¿Quién es? -preguntó una voz profunda.

Stone hizo un gesto a Caleb.

– Oh, soy yo, Señor Pearl. Soy Caleb Shaw. Quería, uh, quería hablarle sobre el Libro de los Salmos.

– Está cerrado. El horario que hay en la puerta lo dice claramente.

– Es muy urgente -insistió Caleb-. Por favor. Será un minuto.

Transcurrieron varios minutos y luego oyeron un clic. Caleb abrió la puerta y entraron todos. Cuando Vincent Pearl apareció al cabo de unos instantes, no iba vestido con una túnica larga, sino con pantalones negros, camisa blanca y un delantal verde. Llevaba el largo pelo despeinado y la barba descuidada. Parecía sorprendido de ver a los demás con Caleb.

– Estoy muy ocupado ahora mismo, Shaw. No puedo dejarlo todo sólo porque de repente se le ocurre pasar por aquí sin previo aviso -dijo enfadado.

Stone dio un paso al frente.

– ¿Dónde está Albert Trent? ¿En la habitación trasera?

Pearl lo miró boquiabierto.

– ¿Cómo? ¿Quién?

Stone le empujó para pasar, abrió la puerta de la habitación trasera y entró. Salió al cabo de un minuto.

– ¿Está arriba?

– ¿Qué demonios estás haciendo? -gritó Pearl-. Llamaré a la policía.

Stone empezó a subir la escalera de caracol como una flecha y le indicó a Reuben que le siguiera arriba.

– Vigila, Foxworth podría estar con él.

Los dos desaparecieron y al cabo de unos instantes oyeron gritos y un forcejeo. Luego el ruido cesó de repente, y Stone y Reuben bajaron agarrando a Albert Trent con firmeza.

Le obligaron a sentarse en una silla, y Reuben se quedó de pie a su lado. El miembro del Comité de Inteligencia parecía verdaderamente derrotado, pero de todas formas Reuben refunfuñó.

– No me des muchas razones para partirte este cuello flacucho.

Stone se dirigió a Pearl, quien, a diferencia de Trent, no había perdido la compostura.

– ¿Qué te crees que estás haciendo? -dijo Pearl, quitándose el delantal-. Este hombre es amigo mío, y está aquí porque le he invitado yo.

– ¿Dónde está Chambers? -preguntó Caleb de buenas a primeras-. ¿También le has invitado a venir?

– ¿Quién? -dijo Pearl.

– Monty Chambers -respondió Caleb exasperado.

– Está aquí mismo, Caleb -dijo Stone.

Se acercó y tiró fuerte de la barba de Pearl. Empezó a despegarse. Con la otra mano, Stone se dispuso a tirar de un trozo del tupido pelo, pero Pearl se lo impidió.

– Permíteme.

Tiró primero de la barba y luego de la peluca, dejando al descubierto una cabeza calva, sin un solo pelo.

– Si de verdad querías ocultar tu identidad, no tenías que haber dejado un cepillo y champú en el cuarto de baño. Los calvos casi nunca lo necesitan.

Pearl se sentó pesadamente en la silla y pasó la mano por la peluca.

– Lavaba la peluca y la barba en el lavabo y luego las cepillaba, lira un rollo, pero casi todo en la vida lo es.

Caleb seguía mirando fijamente a Vincent Pearl, quien ahora era Monty Chambers.

– No entiendo cómo no pude darme cuenta de que eran el mismo hombre.

– El disfraz era muy bueno, Caleb -dijo Stone-. El pelo, la barba, unas gafas distintas, más peso, ropa poco corriente… Todo conformaba un aspecto muy singular, y tú mismo has dicho que viste a Pearl aquí en la tienda sólo un par de veces y por la noche; el alumbrado no es demasiado bueno.

Caleb asintió.

– Hablabas muy poco en la biblioteca, y cuando lo hacías, tu voz era aguda y chillona. ¿Quién se te ocurrió primero? -preguntó Caleb-. ¿Vincent Pearl o Monty Chambers?

Pearl sonrió tímidamente.

– Mi verdadero nombre es Monty Chambers. Vincent Pearl era sólo mi álter ego.

– ¿Por qué querías tener un álter ego? -preguntó Stone.

Al principio Chambers parecía reticente a responder. Sin embargo, luego se encogió de hombros y se dispuso a explicarlo.

– Supongo que ahora ya no importa. De joven era actor. Me encantaba disfrazarme e interpretar. Sin embargo, de tanto talento no supe aprovechar las oportunidades que se me presentaron, por decirlo de algún modo. Mi otra pasión eran los libros. De joven aprendí con un restaurador excelente que me enseñó el oficio. La biblioteca me contrató y de este modo pude iniciar una buena trayectoria profesional. Sin embargo, también quería coleccionar libros, y el sueldo de la biblioteca no me lo permitía. Así pues, me convertí en marchante de libros singulares. Sin duda alguna, tenía el conocimiento y la experiencia pero, ¿quién iba a querer negociar con un humilde restaurador de biblioteca? Los ricos seguro que no, y ellos eran la clientela a la que quería dirigirme. Así pues, me inventé a alguien con quien quisieran tratar a toda costa: Vincent Pearl, histriónico, misterioso e infalible.

– Y cuya librería sólo abría por la noche para que pudiera mantener su trabajo diurno -añadió Stone.

– Compré esta tienda porque estaba al otro lado del callejón de mi casa. Podía disfrazarme, salir de casa y meterme en la tienda como otra persona. Funcionó muy bien. Con los años, mi reputación como marchante prosperó.

– ¿Cómo se pasa de marchante de libros a espía? -preguntó Caleb con voz temblorosa-. ¿Cómo se pasa de restaurador de libros a asesino?

Trent intervino hablando más alto.

– ¡No digas nada! No tienen ninguna prueba.

– Tenemos las claves -dijo Milton.

– No, no las tenéis -dijo Trent con desdén-. Si las tuvierais, habríais ido a la policía.

– «E», «w», «h», «f», «w», «s», «p», «j», «e», «m», «r», «t», «i», «z». ¿Continúo? -preguntó Milton educadamente.

Lo miraron todos, mudos de asombro.

– Milton, ¿por qué no nos lo dijiste antes? -inquirió Caleb.

– No pensé que fuera importante, porque no teníamos la prueba en el libro. Sin embargo, leí las letras resaltadas antes de que desaparecieran, y cuando veo algo, no lo olvido jamás -explicó amablemente al pasmado Trent-. Bueno, se me acaba de ocurrir que como recuerdo todas las letras, las autoridades podrían intentar descifrar el mensaje cuando se las diga.

Chambers miró a Trent y se encogió de hombros.

– El padre de Albert y yo éramos amigos, quiero decir yo como Monty Chambers. Cuando murió, me convertí en la figura paterna de Albert, supongo, o al menos en una especie de tutor. Esto ocurrió hace años. Albert regresó a Washington después de terminar la universidad, y empezó a trabajar para la CIA. El y yo hablamos durante muchos años sobre el mundo de los espías. Luego pasó al Capitolio, y aún hablábamos más. Entonces le conté mi secreto. Los libros no le gustaban demasiado. Es un defecto de su carácter que, desafortunadamente, nunca le he reprochado.