– Arriba las manos, Triple Seis. ¡Ponías donde las vea! ¡Ya!
Stone levantó ambas manos con rapidez.
Seagraves respiró con dificultad y se tambaleó hacia delante. Dejó caer las pistolas al suelo, intentó sacarse el cuchillo del cuello, pero el filo que Stone le había lanzado al levantar las manos le había cortado la carótida. La sangre brotaba con tanta rapidez que Seagraves ya estaba desmoronándose, arrodillado. Luego se tumbó bocabajo. Lentamente, se giró. Mientras los demás le observaban horrorizados, Stone se dirigió tranquilamente hacia Seagraves y le sacó el cuchillo.
«La última persona que había asesinado lanzándole el cuchillo de esta manera era como este hombre. Se lo tenía más que merecido.»Milton apartó la mirada mientras Caleb empalidecía; parecía que las piernas le flaquearan. Las miradas de Annabelle y Reuben estaban clavadas en el hombre herido de muerte.
Stone miró al hombre moribundo sin mostrar la menor compasión.
– Si quieres matar a alguien, mátale; no te pongas a charlar con él.
Mientras Roger Seagraves fallecía en silencio, oyeron las sirenas a lo lejos.
– Llamé a Alex Ford cuando me di cuenta de que la casa de Chambers daba con la librería -explicó Stone.
– Por esto hice lo que hice -declaró Chambers, apartando finalmente la mirada del ahora muerto Seagraves-. Por los libros. Para comprarlos y mantenerlos a salvo para la próxima generación. Con el dinero que gané he comprado algunos ejemplares sorprendentes. De veras.
Levantó la mirada y vio cómo todos le contemplaban con indignación.
Chambers se levantó lentamente.
– Tengo que darte una cosa, Caleb.
Stone, desconfiado, le siguió hasta el mostrador. Cuando se disponía a introducir la mano en un cajón, Stone se la cogió.
– Ya lo haré yo.
– No es un arma-protestó Chambers.
– Ya lo veremos, ¿de acuerdo?
Stone sacó una cajita, la abrió, miró en su interior y la cerró. Se la entregó a Caleb. Contenía una primera edición del Libro de los Salmos.
– ¡Gracias a Dios! -exclamó Caleb aliviado. Acto seguido, miró a Chambers sorprendido-. ¿Cómo lo conseguiste? No tenías ni la combinación ni la llave de la cámara.
– ¿Recuerdas que me encontraba mal cuando estábamos a punto de abandonar la cámara y te ofreciste para ir a buscar un vaso de agua al cuarto de baño que había abajo? En cuanto te fuiste, abrí la pequeña caja fuerte. Había visto cómo la habías abierto y me fijé en la combinación: el número de la sala de lectura. Cogí el libro y me lo escondí en la chaqueta. Cuando regresaste con el agua, cerraste la cámara y nos fuimos.
Reuben gruñó.
– Estás zumbado. ¿Lo dejaste solo en la cámara?
– Bueno, no esperaba que robara este maldito libro -protestó Caleb.
Chambers se observó las manos.
– Fue sólo un impulso. Cuando lo conseguí, estaba tan aterrado como emocionado. Jamás había hecho nada igual. Soy escrupulosamente sincero con mis clientes. Sin embargo, ese libro… ¡Tocarlo ya era un lujo!
Los ojos le brillaron durante unos instantes y luego se le apagaron con la misma rapidez.
– Al menos puedo decir que lo tuve, aunque sólo fuera por poco tiempo. No paraba de decirte que el libro se tenía que analizar porque pensé que así no sospecharías de mí cuando descubrieras su falta.
Annabelle miró en la caja.
– ¡Oh, ese libro! Así que sí que se lo quedó.
Caleb la miró con incredulidad.
– ¿Cómo? ¿Sabías de la existencia de este libro? -preguntó.
– Oh, es una larga historia -dijo ella a la ligera.
Capítulo 68
Alex Ford y un ejército de agentes llegaron al cabo de un minuto. Sorprendentemente, Albert Trent seguía con vida, aunque estaba muy malherido. El fajo de documentos de viaje que llevaba en el bolsillo de su chaqueta había bloqueado parcialmente la bala. Se lo llevaron en ambulancia. Chambers hizo una exposición detallada de los hechos a la policía, contando todo lo que ya había explicado a los demás. Mientras se llevaban a Chambers, se dirigió a Caleb.
– Te ruego que cuides del Libro de los Salmos.
La respuesta de Caleb sorprendió a todo el mundo, quizás a él al que más.
– No es más que un libro, Monty o Vincent o quién diablos seas en realidad. Preferiría mil veces tener a Jonathan vivito y coleando que este montón de páginas viejas.
Levantó el inestimable Libro de los Salmos antes de introducirlo sin miramientos en la caja.
Ahora que la trama se había revelado, quedaba claro que la mayoría de las deducciones de Stone y los demás eran correctas. Brad-ley había sido asesinado porque estaba a punto de obligar a Trent a abandonar el gabinete del comité, con lo cual él y Seagraves no habrían podido continuar su aparentemente inocente relación; y Be-han había sido asesinado porque descubrió que habían matado a Jonathan con el CO2 robado de su empresa.
Gracias a las explicaciones de Chambers, también habían descubierto que uno de los hombres de Trent, que había conseguido un trabajo en Fire Control, Inc., había entrado en la cámara de la sala de lectura y había colocado una camarita en el tubo de ventilación con el pretexto de ajustar la boquilla del gas que estaba ubicada allí.
Annabelle y Caleb no lo vieron en la cinta que analizaron porque ocurrió un sábado, cuando la sala estaba cerrada, y la cámara no estaba grabando. Sin embargo, habían visto algo que por supuesto era mucho más importante: el juego de manos de Jewell English con las gafas, lo cual al final les había conducido a la verdad.
Habían apostado a un hombre en la sala de almacenamiento de halón del sótano para que esperara a que DeHaven entrara en la zona de la muerte. Por desgracia, el segundo día, había entrado en ella y su vida terminó antes de que pudiera contar lo que había visto. Chambers reconoció que había ido a la cámara más tarde y que había retirado el dispositivo de grabación.
Milton recitó las letras en clave a los representantes de la ASN, que descifraron el mensaje. Por lo poco que contaron a Stone y a los demás, el código se basaba en una fórmula de encriptación de siglos de antigüedad. Era fácil de descodificar con las técnicas para descifrar mensajes modernas y el enorme potencial informático, pero Seagraves sin duda supuso que nadie sospecharía jamás que Monty Chambers, Norman Janklow y Jewell English fueran espías. Además, todos los textos en clave modernos se generaban electrónicamente, con lo cual se necesitaban claves con números muy largos para que fueran seguros frente a las agresiones por la fuerza bruta y otros ataques informáticos, y no se habrían podido reproducir exactamente en un libro antiguo.
Trent se había recuperado de sus heridas y estaba muy ocupado hablando, sobre todo cuando le dijeron que el Gobierno intentaba a toda costa condenarle a pena de muerte. Entre otras cosas, explicó el importante papel que desempeñaba Roger Seagraves como líder de la red de espionaje. Ahora que conocían la implicación de éste, el FBI estaba investigando a todo aquel que tuviera relación con él, por remota que fuera; seguramente pronto detendrían a más gente.
También habían registrado la casa de Seagraves y habían encontrado la habitación con la «colección». Aunque aún no sabían lo que representaban los objetos, cuando lo supieran, las cosas se complicarían de verdad, porque muchos artículos pertenecían a las víctimas asesinadas por Seagraves mientras trabajaba para la CIA.
Stone habló largo y tendido con Ford, los miembros del FBI y los dos agentes de Washington con los que Caleb se había visto las caras en la biblioteca.
– Sabíamos que había una red de espionaje en la ciudad, pero nunca fuimos capaces de encontrar el núcleo. Por supuesto, jamás pensamos que la Biblioteca del Congreso estuviera implicada-dijo un agente del FBI.