—Lo que intento decirte es que sé cuánto te has esforzado por arreglar las cosas. No conmigo, puesto que soy una causa perdida, ¿verdad? Pero lo has hecho por Kaitlin.
No dije nada.
—Todo el tiempo que has pasado en Campion-Miller… Para serte sincera, cuando regresaste de Tailandia y decidiste empezar de nuevo estuve muy angustiada. No sabía qué intenciones tenías, si pensabas acosarme sin descanso… ni si sería bueno que Kaitlin volviera a verte. Sin embargo, ahora debo admitir que, por mucho que cueste ser un padre divorciado, tú has demostrado ser el mejor. Ayudaste a Kaitlin a superar todo aquel trauma; fue como si la llevaras en brazos por un campo de minas, exponiéndote tú sólo al peligro.
Esta era la conversación más íntima que habíamos mantenido en años y no estaba seguro de qué decir.
Ella continuó hablando.
—Parecía que estabas intentando demostrarte algo a ti mismo, demostrar que eras capaz de comportarte con decencia, de asumir responsabilidades.
—No estaba demostrándolo —respondí—, Lo estaba haciendo.
—Sí, lo estabas haciendo, pero también te estabas castigando a ti mismo. Te estabas culpando, y eso significa que estabas asumiendo tu responsabilidad. De todas formas, Scott, en cuanto se rebasa cierto punto, también eso se convierte en un problema. Sólo los monjes se flagelan eternamente.
—No soy un monje, Janice.
—Pues entonces no actúes como si lo fueras. Si consideras que este trabajo es una buena oportunidad, acéptalo. Acéptalo, Scott. Kait no va a dejar de quererte sólo porque no puedes vería cada semana. Ahora está molesta, pero estoy segura de que podrá comprenderlo.
Fue un largo discurso. También fue el mejor esfuerzo que había realizado Janice hasta la fecha para concederme la absolución, la primera vez que admitía su parte de culpa en el desastre que había separado nuestras vidas.
Y eso era bueno. Generoso. Pero también parecía el sonido de una puerta al cerrarse. Me estaba dando permiso para buscar una vida mejor porque cualquier esperanza de que pudiéramos revivir lo que había habido antaño entre nosotros era totalmente errónea.
Y aunque ambos éramos conscientes de ello, lo que admite la cabeza no siempre coincide con lo que acepta nuestro corazón.
—Tengo que despedirme, Scotty.
Janice tenía un nudo en la garganta; hablaba casi entre hipidos.
—De acuerdo, Janice. Dale un abrazo a Whit de mi parte.
—Llámanos cuando tengas el trabajo.
—De acuerdo.
—Por muy molesta que esté, Kait necesita saber de ti. Ya sabes que en momentos como éste, estando el mundo tal y como está…
—Comprendo.
—Y conduce con cuidado de camino al aeropuerto. Desde la última nevada, la carretera está llena de hielo.
Cuando llegué al aeropuerto de Baltimore suponía que vendría a recogerme un chofer con una cartulina en la que pusiera mi nombre, pero me quedé sorprendido a! ver que era Sulamith Chopra en persona quien me estaba esperando.
A pesar de todos los años que habían pasado, seguía igual que siempre. Sobresalía entre la multitud e incluso su cabeza, un desgarbado cacahuete marrón coronado por una mata de cabello rizado negro, parecía más grande que las demás. Llevaba unos pantalones caquis del tamaño de un globo aerostático y una blusa que antaño podría haber sido blanca pero debía de haber compartido la lavadora con algunas prendas de color. El conjunto de su aspecto era tan similar al de una Tienda Benéfica del Ejército de Salvación que me pregunté si realmente estaba en condiciones de ofrecerme trabajo… pero entonces pensé en la academia y en las ciencias.
Ella sonrió. Le devolví la sonrisa con menos entusiasmo.
Le tendí la mano, pero Sue no la aceptó, sino que se acercó y me dio un abrazo de oso; me soltó una décima de segundo antes de que aquel contacto se hiciera doloroso.
—El mismo Scotty de siempre —dijo.
—La misma Sue de siempre —conseguí replicar.
—Tengo aquí el coche. ¿Has comido ya?
—Ni siquiera he desayunado.
—Entonces, yo invito.
Me había llamado hacía un par de semanas, despertándome de una apacible siesta. Sus primeras palabras fueron:
—Hola, ¿Scotty? He oído decir que te has quedado sin trabajo.
Una nota: no había vuelto a hablar con ella desde aquel encuentro fortuito en Miniápolis ni me había devuelto ninguna de las llamadas. Estaba tan aturdido que tardé unos segundos en reconocer su voz.
—Lamento no haberte contestado hasta ahora —dijo—. Tenía razones para hacerlo. De todas formas, te he estado siguiendo la pista.
—¿Me has estado siguiendo la pista?
—Es una larga historia —guardé silencio esperando a que me la contara, pero Sue empezó a hablar de la época de Cornell y me explicó los puntos principales de su carrera profesional, su trabajo académico sobre los Cronolitos. Como aquel tema me interesaba muchísimo, consiguió desviar mi atención… y supongo que era eso lo que pretendía.
Habló sobre física dándome más detalles de los que yo era capaz de entender (los espacios Calabi-Yau y algo que ella denominaba “turbulencia tau”), hasta que por fin le pregunté:
—Pues sí, me he quedado sin trabajo… ¿Cómo te has enterado?
—Bueno, ésa es una de las razones por las que te he llamado. Creo que tengo cierta parte de culpa.
Recordé que Arnie Kunderson me había dicho algo sobre unos “enemigos en la dirección” y que Annali me había hablado sobre unos “hombres trajeados”.
—Dime lo que tengas que decirme —respondí.
—De acuerdo, pero tendrás que ser paciente. ¿Doy por supuesto que no tienes que ir a ningún sitio? ¿Alguna visita urgente al lavabo?
—Te mantendré informada.
—De acuerdo. Bueno…¿por dónde empiezo? Scotty, ¿alguna vez has pensado en lo difícil que resulta establecer la diferencia entre la causa y el efecto debido a lo mucho que se enredan las cosas?
Sue había publicado una serie de artículos sobre las formas exóticas de la materia y las transformaciones C-Y (“materia carente de bariones y cómo desatar nudos en una cuerda”) en la misma época en la que apareció el Cronolito de Chumphon. Muchos de ellos trataban sobre los conflictos de la simetría temporal, un concepto que parecía decidida a explicarme hasta que la interrumpí. Después de Chumphon, cuando el Congreso empezó a tomarse en serio la amenaza potencial que presentaban los Cronolitos, la había invitado a formar parte de un grupo de investigación apadrinado por una serie de departamentos de seguridad y financiado por una apropiación federal continua. El trabajo, según le dijeron, se basaría en la investigación básica, sería a tiempo parcial, implicaría la colaboración de la universidad de Cornell y diversos colegas y ayudaría a que su curriculum vitae fuera impresionante.
—Escomo Los Álamos, ¿sabes? Pero un poco más relajado —explicó.
—¿Relajado?
—Por lo menos al principio. Por eso acepté. Fue durante los primeros meses cuando tropecé con tu nombre. En aquella época todo estaba bastante a la vista, así que pude ver todo tipo de cagadas relativas a la seguridad. Había una lista maestra de testigos, personas que habían sido interrogadas en Tailandia…
—Ah.
—Y por supuesto, tu nombre aparecía en ella. Estuvimos pensando en traer a todas esas personas, a todas las que pudiéramos encontrar, para hacerles análisis de sangre y todo eso, pero al final decidimos no hacerlo… porque aparte de ser mucho trabajo, habría resultado demasiado agresivo y era poco probable que nos proporcionara resultados substanciales. Además, estaba el problema de las libertades civiles. Pero recordaba que tu nombre aparecía en aquella lista. Supe que eras tú porque relataba con todo lujo de detalles tu vida, incluido Cornell y un hipertexto que te vinculaba conmigo.