—También sé muchas cosas sobre ti, Scotty. Te divorciaste de Janice, o viceversa. Ahora tu hija vive con su madre. Janice se volvió a casar. Durante cinco años realizaste un buen trabajo en Campion-Miller, aunque fue bastante limitado… y eso es una verdadera lástima, porque eres una de las personas más brillantes que conozco. No eres un genio en silla de ruedas, pero eres brillante. Y puedes hacerlo mejor.
—Eso es lo que siempre solían comentar los profesores en mis informes de evaluación: “puede hacerlo mejor”.
—¿Has podido superar lo de Janice?
Sue hacía preguntas íntimas con la misma brusquedad que las personas que hacen las encuestas del censo. No creo que se le ocurriera pensar que podía estar ofendiéndome.
Y, por lo tanto, no me sentí ofendido.
—Casi —respondí.
—¿Y la niña? ¿Se llama Kaitlin, verdad? Dios mío, aún recuerdo a Janice embarazada. Tenía una enorme barriga. Parecía que estaba intentando robar un Volkswagen del concesionario.
—Kait y yo nos llevamos bien.
—¿Todavía quieres a tu hija?
—Sí, Sue. Todavía quiero a mi hija.
—Por supuesto que sí. Eso es muy de Scotty —parecía estar verdaderamente complacida.
—Bueno… ¿Y qué me cuentas de tu vida? ¿Hay algo en marcha?
—Bueno —respondió—. Vivo sola. Hay alguien a quien veo de vez en cuando, pero no es una verdadera relación.
Bajó la mirada antes de añadir:
—Es poetisa. El tipo de poetisa que trabaja en una tienda durante el día. No puedo decirle que el FBI ha investigado sus antecedentes porque se pondría hecha una fiera. De todas formas, también se ve con otras personas. No somos monógamas, sino poliamorosas. La verdad es que apenas nos vemos.
Levanté mi vaso.
—Vivimos días extraños.
—Días extraños. Skol. Por cierto, he oído decir que no hablas con tu padre.
Estuve a punto de ahogarme.
—Investigaron tus registros telefónicos —explicó—. Él es quien hace las llamadas, que nunca duran más de treinta segundos.
—Es una especie de carrera para ver quién es el primero en colgar — contesté—. Por el amor de Dios, Sue, esas llamadas son privadas.
—Está enfermo, Scotty.
—Adelante, hablame de ello.
—No, en serio. Supongo que sabes lo del enfisema, pero también ha acudido a ¡a consulta de un oncólogo. Tiene cáncer de hígado, irreversible, metastático.
Dejé el tenedor sobre la mesa.
—Oh, Scotty. Lo siento.
—¿Te das cuenta de que no te conozco?
—Por supuesto que me conoces.
—Te conocí hace mucho tiempo, pero no íntimamente. La persona que conocí era una profesora joven, no una mujer que ha conseguido que me despidan… y que pincha mi puto teléfono.
—Lamento recordarte que ya no existe nada parecido a la privacidad.
—¿Se está muriendo?
—Probablemente —puso cara de pánico al darse cuenta de lo que acababa de decir—. ¡Dios mío! Perdóname, Scott. Nunca pienso las cosas antes de decirlas. Supongo que soy una especie de autista o algo similar.
Esa era una de las cosas que ya sabía desde hacía tiempo. Estoy seguro de que el defecto de Sue tenía nombre y aparecía en el mapa genético: era una especie de incapacidad para leer o predecir los sentimientos de los demás. Además le encantaba hablar… por lo menos en aquella época.
—No es asunto mío —respondió—. Tienes razón.
—No necesito que nadie me haga de padre. Ni siquiera estoy seguro de necesitar este trabajo.
—Scotty, no fui yo quien empezó a investigar tus llamadas. Puedes aceptar o no este trabajo, pero el hecho de que lo rechaces no te ayudará a tener una vida normal. No sé si eres consciente, pero renunciaste a ella en Chumphon.
Mí padre se está muriendo, pensé.
Me pregunté sí eso me importaba o no.
De vuelta en el coche, Sue continuó disculpándose.
—¿Hago mal al señalarte que ambos estamos metidos en un buen lío, que nuestras vidas han sido moldeadas por los Cronolitos de una forma que no podemos controlar? Sólo estoy intentando hacer lo mejor, Scotty. Te necesito aquí, y estoy segura de que este trabajo te hará sentir más realizado que el de Campion-Miller-cruzó un semáforo en ámbar y tuvo que parpadear ante la cegadora señal de advertencia que se iluminó en el coche a modo de reprimenda—. ¿Me equivoco al pensar que deseas implicarte en lo que estamos haciendo?
No, pero no le di la satisfacción de decírselo.
—Además… —¿se había sonrojado?—. Para ser franca, debo decirte que disfruto de tu compañía.
—Supongo que tienes un montón de compañeros.
—Tengo colegas, no compañeros. Por otra parte, sabes que la oferta no es mala, por lo menos en este mundo en el que vivimos —añadió, casi con timidez—. Y podrás viajar. Conocer el extranjero. Presenciar milagros.
Más extraño que la ciencia.
Seis
Siguiendo la fastuosa costumbre de la contratación federal, durante tres semanas no sucedió nada. Los empleados de Sulamíth Chopra me acompañaron a un motel y me dejaron allí. Cada vez que llamaba a Sue por teléfono, me contestaba un funcionario llamado Morris Torrance que me aconsejaba que fuera paciente. El servicio de habitaciones era gratis, pero el hombre no ha sido creado para vivir únicamente de este servicio. No había querido renunciar a mi apartamento de Miniápolis hasta haber firmado algo duradero, así que cada día que pasaba en Maryland representaba una pérdida fiscal neta.
Estaba seguro de que la terminal del motel estaba intervenida y sospechaba que el FBI conseguía acceder a mi panel portátil antes de que la señal llegara al satélite. Sin embargo, hice lo que supuse que todos esperaban: continué recopilando datos sobre Kuin y leí con más atención algunos de los trabajos de Sue.
Había publicado dos artículos importantes en el nexo de Nature y uno en la página web de Ciencias. Los tres, que trataban sobre materias que yo no estaba capacitado para juzgar, sólo parecían estar relacionados de forma remota con el tema de los Cronolitos: “Energía Tau de Unificación Hipotética”, “Estructuras Materiales Carentes de Hadrones” y “Gravitación y Fuerzas Vinculantes Temporales”. Lo único que logré entender de su lectura fue que Sue había hallado algunas soluciones interesantes para los problemas de la física fundamental. A mí parecer, esos artículos se parecían mucho a Sue, pues eran directos y opacos.
Dediqué parte de aquel tiempo en pensar en Sue. Para aquellos que llegamos a conocerla, había sido algo más que una profesora, aunque siempre se había mostrado reacia a hablar de su vida privada. Nació en Madras, pero sus padres emigraron a los Estados Unidos cuando tenía tres años. Durante su hermética infancia dividió su atención entre los deberes escolares y su floreciente interés intelectual. Era lesbiana, pero casi nunca hablaba de sus parejas (que al parecer no le duraban demasiado) y jamás me contó cómo reaccionaron sus padres, a quienes describía como “muy conservadores” y “bastante religiosos”, cuando se enteraron. Daba la impresión de que, para ella, estos asuntos eran triviales y no merecían atención alguna. Si en su corazón se escondía algún viejo dolor, lo disimulaba muy bien.
Su profesión era lo que le proporcionaba las mayores alegrías. En su opinión, la vida le había premiado con este trabajo y la capacidad para realizarlo, así que a pesar de las carencias que podía tener, se sentía recompensada. Los pocos placeres que se permitía eran prácticamente monacales.
Estoy seguro de que había mucho más, pero esto era lo único que había querido compartir.
“Energía Tau de Unificación Hipotética”. ¿Qué significaba aquello?
Significaba que había observado con atención los mecanismos de relojería del universo. Significaba que se sentía como en casa con los elementos fundamentales.