Morris nos enseñó nuestras habitaciones privadas y después sugirió que nos reuniéramos en el restaurante del vestíbulo en cuanto hubiéramos tenido la oportunidad de pasar por la ducha y cambiarnos de ropa.
Sue preguntó cómo se las había arreglado el restaurante para continuar abierto durante la evacuación.
—Este hotel no se encuentra dentro de la zona de exclusión primaba —explicó Morris—. Cuenta con el personal mínimo para atendernos, formado exclusivamente por voluntarios, y en la cocina hay un refugio provisto de calefacción.
Permanecí unos minutos en mi habitación, contemplando la ciudad que se acurrucaba, como una manta de piedra, bajo las colinas de Judea. Las calles cercanas estaban desiertas, excepto por las patrullas de seguridad y algunas ambulancias del Hospital Universitario Hadaza, situado a unas calles de distancia, en el Monte Sinaí. Los semáforos, balanceándose con el viento, parecían ángeles paralíticos.
Cuando cruzamos el control, el soldado del EDI que viajaba con nosotros había hecho un comentario interesante: antiguamente, los fanáticos que viajaban a Jerusalén creían ser Jesús que había regresado, o San Juan Bautista, o el primer Mesías, el único verdadero. Sin embargo, últimamente afirmaban ser Küin. Esta ciudad, que ya había sido testigo de una gran cantidad de historia, estaba a punto de presenciar un poco más.
Sue, Morris y Ray me estaban esperando en el inmenso atrio del hotel.
—Mira, Scotty —dijo Morris, señalando los cinco pisos de plantas colgantes—. Es el Jardín de Babilonia.
—Babilonia está bastante más hacia el este —replicó Sue—. Pero, pero sí, lo parece.
Una vez en el restaurante, ocupamos una mesa situada en el extremo opuesto al reservado de vinilo rojo en el que se había congregado el otro grupo de clientes, formado por hombres y mujeres del EDI. Nuestra camarera (la única que había) era una mujer anciana con acento americano que nos comentó que no le inquietaba la evacuación, a pesar de que eso significaba que tendría que quedarse a dormir en el hotel.
—A pesar de lo mucho que solía quejarme del tráfico —añadió—, no me gusta la idea de tener que conducir por esas calles vacías.
A continuación, anunció que el plato principal de aquella noche era pollo con almendras.
—Y eso es todo, a no ser que sean alérgicos o algo así. En ese caso, puede que el cocinero acceda a hacer algún cambio.
Todos aceptamos el pollo y Morris pidió una botella de vino blanco. Pregunté sobre la agenda del día siguiente.
—Aparte del trabajo científico —respondió Morris—, el Ministro de Defensa Israelí nos visitará por la tarde, acompañado de fotógrafos y cámaras. La verdad es que no tiene ninguna importancia, puesto que no estaríamos aquí si el gobierno israelí no tuviera ya toda la información que podíamos proporcionarle. No es más que un numerito para los servicios informativos, pero Ray y Sue tendrán que hacer alguna interpretación para el pueblo llano.
—¿Vamos a darles hielo de Minkowski o retroalimentación? — preguntó Ray.
Morris y yo nos quedamos perplejos.
—No dejes al resto de la gente fuera de la conversación, Ray —dijo Sue—. Es de mala educación. Morris, Scotty, supongo que habéis visto algo de eso en los extractos del congreso. —Yo soy muy lento leyendo —dijo Morris.
—Dedicamos mucho tiempo a traducir las matemáticas al inglés — le reprendió Sue.
—No son más que metáforas —comentó Ray.
—Es importante conseguir que la gente lo comprenda. Que al menos comprenda lo mismo que nosotros, que no es mucho.
—¿Hielo de Minkowski o retroalimentación positiva? —insistió Ray. —Retroalimentación, creo.
—Sigo sin enterarme de nada —comentó Morris. Sue frunció el ceño y puso en orden sus ideas. —Morris, Scotty, ¿sabéis que es la retroalimentación? Parte de mi trabajo con el código de Sue implicaba el uso de la recurrencia y la auto-amplificación, pero ella estaba hablando de algo mucho más general.
—Es lo que sucede cuando te levantas en la sala de actos del instituto para pronunciar el discurso de despedida y los altavoces empiezan a chirriar como un cerdo en un matadero. Sue sonrió.
—Es un buen ejemplo. Describe el proceso, Scotty. —Entre el micrófono y los altavoces hay un amplificador. En ocasiones, empiezan a hablar entre ellos: todo lo que entra por el micrófono sale por los altavoces, a mayor volumen. Si hay algún ruido en el sistema, se forma un bucle.
—Exactamente. El altavoz aumenta cualquier sonido que registre el micrófono, por pequeño que sea; el micrófono lo oye y lo multiplica de nuevo… y así sucesivamente, hasta que el sistema empieza a sonar como un timbre… o a chillar como un cerdo.
—¿Y qué tiene que ver esto con los Cronolitos? —preguntó Morris.
—Porque el tiempo en sí mismo también es una especie de amplificador. ¿Conoces aquel antiguo refrán que dice que una mariposa que revolotea sobre China puede, con el tiempo, provocar una tormenta sobre Ohío? Es un fenómeno llamado “dependencia sensible”. Normalmente, un acontecimiento mayor es un acontecimiento menor que ha sido amplificado a través del tiempo.
—Como esa película en la que un muchacho viaja al pasado y acaba cambiando su propio presente.
—Bueno, Scotty —continuó Sue—. El ejemplo que nos has dado es el de amplificación; sin embargo, cuando Kuin envía un monumento conmemorando una victoria que tendrá lugar dentro de veinte años, lo que está haciendo es colocar frente a frente el micrófono y el altavoz. Está creando un bucle de retroalimentación, un bucle de retroalimentación deliberado. Se amplifica a sí mismo. Nosotros creemos que esa es la razón por la que los Cronolitos están expandiendo su territorio con tanta rapidez. Al marcar sus victorias, Kuin crea la expectativa de que será el ganador, y eso hace que la victoria sea mucho más probable, incluso inevitable. Al igual que la siguiente… y así sucesivamente.
Este terreno me resultaba familiar, puesto que los artículos de Sue y las conjeturas de la prensa popular me habían hecho llegar a esa misma conclusión.
—Tengo un par de preguntas —dije.
—De acuerdo.
—Supongo que la primera es: ¿cómo afecta todo esto a Kuin? ¿Cómo consiguió enviarnos el primer monumento? ¿Al hacerlo, no estaba cambiando su pasado? ¿Acaso ahora hay dos Kuines?
—Tus suposiciones son tan buenas como las mías. Creo que me estás preguntando s¡ comprendemos mejor todo esto a un nivel teórico. Bueno, sí y no. En la medida de lo posible, hemos intentado evitar un modelo de diversos mundos…
—¿Por qué? ¿Acaso esa es la respuesta más sencilla?
—No, simplemente porque tenemos razones para creer que no es cierto. Y si lo fuera, limitaría lo que podemos hacer para solucionar el problema. Sin embargo, la alternativa…
—La alternativa —interrumpió Ray— es que Kuin comete una especie de suicidio cada vez que lo hace.
La camarera nos trajo la comida en un carrito cubierto por una tela de lino; después de servirnos, se alejó de nuevo a la cocina, empujando el carrito vacío. Al otro lado de la sala, los soldados del EDI habían terminado de cenar y estaban empezando con los postres. Me pregunté I si sería ésta la primera vez que comían en el restaurante de un hotel de cuatro estrellas, porque prestaban una gran atención a todo lo que tenían en el plato y hacían comentarios sobre cuánto les hubiera costado si hubiesen tenido que pagar.
—Kuin está cambiando lo que ha sido en el pasado —explicó Sue entre bocado y bocado—. Borrándolo, sustituyéndolo… pero eso no es exactamente un suicidio, ¿no? Imaginad un Kuin hipotético, un jefe militar de algún país lejano que, de alguna forma, ha conseguido M apoderarse de esta tecnología. Decide apretar el interruptor y, de pronto, ya no es tan sólo Kuin, sino el Kuin, la persona que todo el mundo está esperando… a efectos prácticos, se ha convertido en un jodido Mesías. De todas formas, las cosas no han cambiado demasiado para él; puede que haya desaparecido una parte de su historia personal, pero se trata de una pérdida apenas dolorosa, puesto que ha sido glorificado. Ahora tiene a su disposición grandes ejércitos, una gran credibilidad, un futuro brillante. Por otra parte, puede que el puesto del Kuin original haya sido ocupado por alguna persona más ambiciosa que creció envidiándole. En el peor de los casos, eso sería una especie de muerte, pero también podría ser un billete para la gloria. Además, no puedes lamentarte por algo que nunca has tenido, ¿verdad?