—Sea como sea, yo sigo considerando que se trata de un riesgo enorme. Si ya lo has hecho una vez, ¿para qué vas a pulsar el interruptor de nuevo? —pregunté.
—¿Quién sabe? Por ideología, por delirios de grandeza, porque estás cegado por la ambición, por un impulso auto-destructivo… O puede que, simplemente, por necesidad, como último recurso ante un giro militar. También puede ser que en cada ocasión lo haga por una razón diferente. Sea como sea, Kuin se encuentra justo en el centro del bucle de retroalimentación. Él es la señal que genera el ruido.
—Así que un ruido pequeño se convierte en un ruido fuerte —dijo Morris—. Un pedo se convierte en un trueno. Sue asintió con impaciencia.
__Pero el tiempo no es el único factor de amplificación: también están las expectativas y la interacción humana. A las rocas no les importa en absoluto Kuin, ni tampoco a los árboles. Kuin sólo nos importa a nosotros. Los humanos actuamos según lo que esperamos, y cada vez nos resulta más sencillo esperar al Kuin conquistador, al rey-dios Kuin. Sentimos la tentación de rendirnos, de colaborar, de idealizar al vencedor, de formar parte del proceso para no ser castigados.
—¿Estás diciendo que nosotros estamos creando a Kuin? —Nosotros, en concreto, no… pero sí que lo están haciendo las personas en general.
—Eso fue lo que le pasó a mi mujer antes de que nos separáramos — comentó Morris—, Le obsesionaba tanto el hecho de que pudiera decepcionarla que era incapaz de quitarse esa idea de la cabeza. No importaba lo mucho que me esforzara en tranquilizarla, ni que ganara mucho dinero ni que fuera a misa cada domingo. Me tuvo sometido a un periodo de prueba permanente. “Algún día me dejarás”, solía decirme. Si dices algo así con demasiada frecuencia, es bastante posible que tus palabras acaben siendo ciertas.
Morris reflexionó sobre lo que acababa de decir y, sonrojado, apartó la mano de su vaso de vino.
—Expectativas —dijo Sue—. Retroalimcntación. Eso es exactamente. De pronto, Kuin personifica todo aquello que tememos o que deseamos en secreto…
—Y se está aproximando a Jerusalén para nacer —señalé.
Ante aquella idea, la habitación pareció enfriarse. Incluso los alborotadores adolescentes del EDI estaban ahora más callados.
—Bueno —dije—, aunque la explicación no me ha resultado demasiado reconfortante, he podido entenderla. Veamos… ¿qué es el hielo dt Minkowski?
—Una metáfora de un color distinto, pero creo que, por esta noche ya hemos hablado bastante del tema. Tendrás que esperar a mañana Scotty. Ray se lo explicará al Ministro de Defensa.
Sue sonrió con tristeza mientras que Ray se hinchió de orgullo. Después del café nos levantarnos; yo me fui directo a mi habitación.
Estaba marcando el número de teléfono de Janice y Kaitlin cuando el recepcionista me interrumpió para decirme que el ancho de banda estaba al límite de su capacidad y que, por lo menos, tendría que esperar una hora antes de poder efectuar la llamada, así que cogí una cerveza del minibar, apoyé los pies en el alféizar de la ventana y observé una carrera automovilística que se desarrollaba por las oscuras calles de la zona de exclusión. Los focos de la Cúpula de la Roca hacían que la estructura pareciera tan venerable y sólida como su historia; sin embargo, en menos de cuarenta y ocho horas, se alzaría un monumento más grande e impresionante a escasos kilómetros de distancia.
Me levanté a las siete de la mañana, inquieto pero sin hambre. Después de ducharme y vestirme, me pregunté hasta dónde me dejarían llegar los equipos de seguridad sí intentaba hacer un poco de turismo… por ejemplo, pasear alrededor del hotel. Decidí descubrirlo. Delante del ascensor había una elegante pareja de agentes del FBI. Uno de ellos me detuvo y me miró sin expresión alguna.
—¿Adonde va, jefe?
—A desayunar —respondí.
—Antes tiene que enseñarnos su insignia.
—¿Insignia?
—Nadie puede acceder a esta planta ni abandonarla sin una insignia. No necesitaba ninguna asquerosa insignia… o al parecer, sí.
—¿Quién las reparte?
—Tiene que hablar con las personas que le trajeron hasta aquí, jefe. Y no tardé demasiado porque, en aquel instante, Morris Torrance se acercó amia toda prisa y, mientras me daba los buenos días con alegría, me clavó una tarjeta de identificación en la solapa de la camisa.
—Bajaré contigo —dijo.
Ambos hombres se separaron del mismo modo que las puertas del ascensor que custodiaban. Asintieron con la cabeza a Morris y el menos agresivo de los dos me deseó que tuviera un buen día.
—Lo tendré, jefe —respondí.
—No es más que una medida de precaución —comentó Morris mientras bajábamos.
—¿Como lo de acosar a mi padre? ¿Como lo de leer mi historial médico?
Se encogió de hombros.
—¿Sue no te explicó nada de esto?
—Un poco. No eres simplemente su guardaespaldas, ¿verdad?
—Sí que lo soy, entre otras cosas.
—Eres su carcelero.
—Sue no está en la cárcel. Tiene libertad absoluta para ir adonde quiera.
—Siempre y cuando tú estés al corriente. Siempre y cuando alguien pueda vigilarla.
—Es una especie de pacto que hicimos —dijo Morris—. ¿Adonde quieres ir, Scotty? ¿A desayunar?
—Necesito un poco de aire fresco.
—¿Te apetece hacer turismo? ¿Te das cuenta de que es una idea pésima?
—Puedes llamarme curioso.
—Bueno… supongo que podré conseguir un vehículo del EDI con las credenciales adecuadas. Puede que incluso nos dejen acceder a la zona de exclusión, si realmente eso es lo que quieres.
No contesté.
—Tal y como están las cosas —añadió—, si no aceptas mi oferta, mucho me temo que tendrás que quedarte encerrado en el hotel.
—¿Te gusta este tipo de trabajo?
—Si quieres, puedo hablarte sobre él.
Morris cogió prestado un automóvil azul sin ningún distintivo pero con adhesivos de todo tipo pegados en el parabrisas, además de un complejo sistema GPS que se extendía por el salpicadero del lado del pasajero. Mientras nos alejábamos por la calle Lehi, miré (de nuevo) por la ventanilla.
Era otro día lluvioso; las palmeras de la avenida se mecían con el viento. A la luz del día, las calles no estaban vacías: había policías y patrullas del EDI por todas partes y guardias del departamento de defensa civil en las intersecciones principales. Sólo la zona en la que se suponía que aterrizaría el Cronolito había sido completamente evacuada.
Al llegar a la Ciudad Nueva, Morris accedió a la calle Rey David, el núcleo de la zona de exclusión.
La evacuación de una zona urbana principal no sólo consiste en mantener alejadas a las personas… aunque en realidad es exactamente eso, sólo que a una escala imposible. La mayor parte de los daños que provoca un Cronolito son consecuencia de la oleada de frío, del choque térmico. Por ejemplo, en el área circundante a la zona del impacto, cualquier depósito lleno de agua explotaría, y por esta razón, las autoridades municipales habían pedido a los propietarios de los inmuebles que debían ser evacuados que vaciaran las tuberías antes de abandonarlos; también habían despresurizado ¡a zona del impacto para evitar que estallara la depuradora central, a pesar de que esta medida complicaría los trabajos de extinción de incendios… que serían inevitables, puesto que los fluidos volátiles y los gases escaparían de los contenedores, que quedarían debilitados o agrietados por el frío. Los conductos maestros de gas ya estaban cerrados. En teoría, los propietarios debían vaciar las cisternas de los inodoros, purgar todas las tuberías de gas y sacar de la zona todas las bombonas de propano, pero como no había tiempo material para realizar las comprobaciones casa por casa, resultaba imposible garantizar que no se producirían explosiones. Por otra parte, en las proximidades de la zona del impacto, el choque térmico haría que incluso una botella de leche se convirtiera en un artefacto explosivo potencialmente letal.