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Cassie, la atractiva estudiante de postgrado, había perdido parte de su cráneo durante el tiroteo.

Entonces, Sue cerró los ojos y la sacamos de aquella gélida sala. Mientras Morris hablaba por teléfono con gravedad, presioné mi mano contra su ensangrentada herida.

Las ambulancias del Hospital Hadassah del Monte Sínaí ya estaban de camino, patinando sobre el hielo que se había aferrado a la calle Lehi.

Los auxiliares médicos convirtieron el vestíbulo en un hospital improvisado, cubriendo las ventanas rotas con mantas térmicas y conectando los radiadores al generador de reserva del hotel. Uno de ellos, que estaba realizando un vendaje de presión sobre la herida de Sue, indicaba a los socorristas que iban llegando al hotel dónde estaban los heridos más graves (algunos habían sido trasladados al vestíbulo mientras que otros permanecían inmovilizados en la planta superior). El EDI y la policía civil acordonaron el edificio mientras las sirenas de las ambulancias sollozaban por toda la ciudad.

—Ha muerto —dijo Sue con tristeza.

Se refería a Cassie, por supuesto.

—Ha muerto… Scotty, tú la viste. Sólo tenía veinte años. Estudiaba el curso de postgrado en el Instituto de Tecnología de Massachusetts. Era una muchacha dulce y amable. Se acercó para darme las gracias y minutos después la asesinaron. ¿Qué significa todo esto? ¿Acaso tiene algún significado?

En el exterior, el hielo caía de las cornisas y del tejado del hotel, rompiéndose en pedazos sobre las aceras. La luz de la luna se filtraba por las vidriosas ruinas blancas, perfilando el contorno del Kuin de Jerusalén.

El Kuin de Jerusalén: una columna de cuatro lados que se alza para formar un trono sobre el que se sienta la figura de Kuin.

Kuin contempla con placidez el desierto de Judea, que se extiende más allá de la destruida Cúpula de la Roca. Lleva pantalones y camisa de labrador. Sobre su cabeza descansa una banda que podría ser una modesta corona, bordada con imágenes de lúnulas y hojas de laurel. Su rostro es ceremonioso y regio; sus rasgos, indeterminados.

La inmensa base del monumento se une con la tierra en las ruinas de la Plaza de Sión. La cúspide se eleva a cuatrocientos veinticinco metros de altura.

Segunda parte

LOS HIJOS PERDIDOS

Diez

Ahora, después de releer lo he escrito, me he dado cuenta de lo extraño que debió de ser el fenómeno de los Cronolitos para la generación que alcanzó la mayoría de edad después de la caída de la Unión Soviética. Es decir, para la generación de mi padre… a pesar de que él murió antes de que llegara lo peor.

Era una generación que había observado las dictaduras del tercer mundo sintiéndose más impaciente que ofendida, una generación que consideraba que los palacios y los grandes monumentos eran los abochornantes iconos de una edad anterior… unas casas encantadas que estaban a punto de derrumbarse debido a los fuertes vientos que soplaban desde el Nikkei y el NASDAQ.

La llegada de Kuin cogió a los miembros de esa generación completamente desprevenidos: se tomaron en serio su amenaza pero hicieron oídos sordos a su llamada. Suponían que era posible que un millón de asiáticos desnutridos mostraran su lealtad al nombre de Kuin, pero cuando vieron que sus hijos y nietos también lo aclamaban, perdieron todas las esperanzas.

Los monumentos de Kuin podían parecer mágicos, pero era obvio que predecían y derivaban de las conquistas militares… y una nación bien defendida no podía ser invadida. Entonces, decidieron refugiarse en las armas. La llegada del Kuin de Jerusalén provocó una segunda oleada de inversiones federales para la investigación: se crearon nuevos instrumentos de detección vía satélite, aviones teledirigidos de última generación para el rastreo de misiles, minas inteligentes y robots de guerra y abastecimiento. En el año 2029 se restableció el servid militar y el ejército permanente se incrementó en medio millón de reclutas (hecho que ayudó a disfrazar la crisis económica provocada por el Acuífero de Oglalla, la situación del comercio asiático y el inicio del desastre de la Cuenca de Atchafalaya, que duró diversos años).

Podríamos haber bombardeado a Kuin durante su infancia si alguien hubiera sido capaz de encontrarlo, pero en China meridional y e Sudeste Asiático se vivía una situación de barbarie descontrolada en la que jefes militares, provistos de vehículos todo terreno blindados, se dedicaban a aterrorizar a los famélicos campesinos. Kuin podría haber sido cualquiera de esos tiranos. Muchos de ellos afirmaban serlo, pero probablemente todos mentían. Ni siquiera sabíamos sí Kuin era chino, así que podía encontrarse en cualquier lugar del mundo.

Aunque ahora resulte evidente, en aquel entonces ignorábamos que Kuin era peligroso justamente porque no se había manifestado. No tenía más estrado que sus conquistas y su única ideología era la victoria final. Sin haber prometido nada, lo había prometido todo. Los desposeídos, los privados de derechos y los infelices se sentían identificados con aquel ser que demolería las montañas y elevaría los valles. Y como no había dado la cara, Kuin hablaba con la voz de sus seguidores.

Para la generación que seguía a la mía, Kuin representaba todo aquello que era radicalmente nuevo, la destrucción de anticuadas jerarquías de autoridad y la ascensión de poderes tan fríos y despiadadamente modernos como los Cronolitos.

Es decir: Kuin nos arrebató a nuestros hijos.

Cuando recibí la llamada de Janice (que me contó lo de Kaitlin con la vídeo pantalla en blanco para ocultar las lágrimas), comprendí que tenía que dejar Baltimore… y que debía hacerlo de forma que evitara que Morris Torrance me persiguiese por siete estados.

Y eso no sería fácil, aunque resultaría más sencillo que antes. Antes de la llegada del Cronolito de Jerusalén, Sue Chopra había supervisado la investigación de estos monumentos con la ayuda de una generosa administración federal. Sin embargo, su trabajo se había visto comprometido debido a su devoción por los aspectos puramente teóricos de la teoría de los Cronolitos (la obsesión que sentía por los cálculos de la turbulencia tau difería en gran medida de las cuestiones prácticas de detección y defensa que ansiaba conocer el gobierno) y a su desastrosa aparición en el congreso en junio del año 2028, cuando se negó públicamente a aceptar la teoría del Senador Lazar, que afirmaba que el Cronolito de Jerusalén podía ser una señal del Fin del Mundo (dijo que el Senador no había recibido una formación adecuada y que el concepto de un Apocalipsis inminente era “un mito absurdo que fomentaba el proceso que estábamos intentando contener”. Lazar, un exrrepublicano que con el tiempo se había convertido en sicario del Partido Federal, comentó ofendido que Sue era “una atea refugiada en una torre de marfil, que debía ser destetada del pecho público”).

Aunque Sue era demasiado importante para que prescindieran por completo de ella, dejó de ser la figura central de las investigaciones sobre los Cronolitos. Continuó siendo la principal experta de la nación sobre la turbulencia tau, pero ya no era la imagen que aparecía en los carteles publicitarios.

La parte positiva de todo esto fue que el FBI dejó de interesarse por los peces pequeños como yo, aunque mi expediente permanecía en las catacumbas digitales del Edificio Hoover.

Morris Torrance decidió dimitir de su cargo antes de aceptar una reasignación. Era un verdadero creyente: creía en la divinidad de Jesucristo, en la deidad de Sulamith Chopra y en la veracidad de sus propios sueños… pues la era de los Cronolitos había permitido que este tipo de conversiones fueran posibles. Creo que también estaba un poco enamorado de Sue, aunque (a diferencia de Ray Mosely) nunca se había hecho ilusiones sobre su sexualidad. Continuó siendo su guardaespaldas y jefe de seguridad, aunque ahora recibía un salario mucho menor.