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Sabía que Hitch traficaba con drogas, aunque el negocio que mantenía en la playa se limitaba al cannabis, las setas exóticas y las feniletilaminas suaves. Además, Tailandia era un país productor de narcóticos… y en la época de Marco Polo ya se habían establecido rutas para su comercio.

Conocía los estupefacientes y los había probado en más de una ocasión, pues casi todas las substancias psicoactivas existentes eran legales en algún lugar del mundo y su consumo se había despenalizado en las liberales naciones occidentales. Sin embargo, en los Estados Unidos en general y en Massachusetts en particular, el tráfico de drogas duras se seguía castigando con dureza. Si Hitch se las había ingeniado para enviarse a sí mismo, por ejemplo, un kilo de heroína (y si había tenido la genial idea de dejármelo en custodia), por mi billete de vuelta a casa tendría que pagar una temporada en la cárcel. Hasta que Kaitlin cumpliera trece años, no podría volver a verla sin que hubiera una lámina de cristal reforzado entre los dos.

De pronto, comenzó a llover a raudales. Crucé la calle corriendo, cogí aire con fuerza y entré en Easy’s Packages.

El propio Easy, o alguien como él (Hitch me había dicho que era un hombre alto, negro, musculoso e intrincadamente arrugado, de unos sesenta u ochenta años), estaba de pie detrás de un mostrador de madera, vigilando una hilera de buzones de aluminio de color gris deslustrado. Me dedicó una breve mirada. —¿Puedo ayudarle? —He venido a recoger un paquete.

—Como todos los que vienen por aquí. ¿Número de buzón? Hitch no me lo había dado.

—Hitch Paley me dijo que habría un paquete esperándome. Entrecerró los ojos y su cabeza pareció crecer medio centímetro debido a su repentina indignación. —¿Hitch Paley? Aunque por el tono de su voz supe que las cosas no iban bien, no pude más que asentir.

—¡El cabrón de Hitch Paley! —golpeó el mostrador con el puño—. ¡No sé quién cono eres, pero si por casualidad vuelves a hablar con él, dile a ese capullo que tenemos una cuenta pendiente! ¡Y que se meta sus jodidos paquetes por donde le quepan!

—¿No tiene nada para mí?

—¿Qué si tengo algo para ti? ¿Qué si tengo algo para ti? ¡Una patada es lo que tengo para ti!

Me las arreglé para encontrar la puerta.

De este modo, el periodista fracasado, el marido fracasado y el padre fracasado se convirtió en un delincuente fracasado.

Cuando el magnerraíl salió de Massachusetts, dejando atrás el pasillo urbano para mostrar una extensión de chabolas y oscuras tierras de cultivo, intenté olvidarme de todos estos misterios.

Puede que hubiera surgido algún problema entre Hitch Paley y Easy’s Packages, pero intentaba convencerme a mí mismo de que eso no tenía ninguna importancia. Yo había hecho lo que me había pedido… y la verdad era que me sentía aliviado de no tener que ir cargando con un montón de pruebas incriminatorias envueltas en papel de carnicería. El único problema potencial era que Hitch me exigiera (en un futuro cercano) que le devolviera el dinero.

La medianoche se extendió lentamente por la lluviosa oscuridad. Recliné el asiento para contemplar el futuro. Al oeste del Misisipí, la economía se encontraba en un periodo de bonanza. Las nuevas plataformas de microprocesadores covalentes habían permitido desarrollar océanos de software nuevo y complejo, y estaba seguro de que, por lo menos, podría conseguir un puesto de nivel de acceso en el NASDAQ de Silicon Ring. SÍ utilizaba mi título de licenciado antes de que quedara obsoleto, podría devolverle el dinero a Hitch y saldar la deuda, y de esta forma, mi delito daría paso a la virtud.

Suponía que, con el tiempo, me convertiría en una persona respetable. Le demostraría mi valía a Janice, ella me perdonaría y podría abrazar de nuevo a Kait.

Pero no podía evitar pensar en mi padre, verle en mi propio reflejo de la ventanilla salpicada de gotas de lluvia. El fracaso es entropía, parecía decirme aquel espectro, y la entropía es una ley de la naturaleza. El amor se convierte en dolor; con el tiempo, aprendes a ignorarlo y alcanzas el nirvana de la indiferencia. Noesfácil, pero nadadcloque vale la pena resulta sencillo.

Hitch y yo fuimos de los primeros en ver el Cronolito de Chumphon y, en la gran refundición de tiempo y mente que siguió… bueno, me pregunté a mí mismo con qué cantidad de mi propio pesimismo (o de mi padre) había alimentado aquel bucle.

Por no hablar del toque de locura materna. La corriente fría que circulaba por el oscuro vagón me hizo recordar el fervor con el que mi madre había odiado el frío. Durante sus últimos años se lo había tomado como algo personal, como una ofensa hacia su persona. Era enemiga del hielo, odiaba la nieve.

En una ocasión me dijo que la nieve era la materia fecal de los ángeles: como tenía un origen angélical no apestaba, pero no por ello dejaba de ser un insulto, y era tan pura que ardía como el fuego sobre la piel mortal.

Vi que el extremo de mi billete sobresalía del bolsillo de la chaqueta y, mientras lo guardaba, advertí que el número que aparecía bajo el logotipo de la compañía AmMag era el 2041: el mismo que aparecía en la fecha inscrita en la piedra de Kuin.

En la estación de Miniápolis/Saint Paul compré un periódico local y una revista de ciencia que publicaba un artículo sobre el Cronolito.

En la revista también aparecía una serie de fotografías de aquella zona de Tailandia que tanto había cambiado desde el día que Hitch y yo la visitamos. Habían nivelado una amplia extensión de terreno alrededor del pilar y, ahora, el perímetro despejado estaba repleto de tiendas de campaña, cobertizos poligonales para guardar los equipos, laboratorios provisionales y una serie de lavabos portátiles de color ocre. El Tratado del Pacífico había enviado un despliegue internacional de investigadores científicos, en su mayoría expertos en materiales, que en estos momentos admitían sentirse desconcertados. El Cronolito era inerte, no parecía reaccionar con su entorno, no se fundía con ácido ni podía cortarse con láser. A pesar de la profundidad de las excavaciones, todavía no habían conseguido llegar al pie de la base, y su temperatura, al menos desde su llegada, no había variado con su entorno en más de una fracción de grado centígrado. Aquel objeto era sorprendentemente frío.

Los análisis de espectros de la columna habían sido infructuosos. El Cronolito pasaba y difundía la luz en el segmento azul-verde del espectro visible e, inexplicablemente, a unas longitudes de onda armónicas, tanto infrarrojas como ultravioletas; sin embargo, en otras frecuencias era puramente reflectante (de una forma imposible) o puramente absorbente.

El resultado neto de los datos de entrada y salida parecía sumar cero, aunque nadie estaba seguro de eso, e incluso su supuesta simetría desafiaba toda explicación. El artículo continuaba especulando sobre el hecho de que se tratara de un estado de la materia completamente nuevo, pero eso no era ninguna explicación, sino una confesión de ignorancia que sólo había sido expresada para mantener el suave flujo de los fondos y poder continuar con la investigación.

Las especulaciones sobre la leyenda inscrita en el Cronolito eran más llamativas y menos esclareced oras. ¿Realmente era factible “viajaren el tiempo”? Como la mayoría de las autoridades descartaban esta idea, puede que la inscripción fuera un modo de encubrimiento, una pista que había sido ideada para despistar. Incluso el nombre de “Kuin” aportaba muy poca información: podía tratarse de un nombre propio chino, aunque era más frecuente encontrarlo en Holanda; la palabra también existía en finlandés y en japonés; e incluso había una tribu indígena peruana llamada Huni Kuin, aunque era poco probable que fuera la responsable de ese acontecimiento.