Sue habría objetado al oír la palabra “control”, pero a los niños no les importó. Habían venido a presenciar un espectáculo, no a oír una conferencia. Hablaban y se movían sin parar; presionaban sus manos (y algunos, también sus narices) contra el cristal.
—No tienen miedo —comentó Kaitlin, maravillada.
Ni tampoco se sorprendieron (por lo menos, no demasiado), cuando, como por arte de magia, la sonda Tau Ceti empezó a elevarse, muy despacio y sin hacer ningún ruido, de su plataforma. Supongo que les impresionó que un objeto tan grande pudiera alzarse como un globo hacia el despejado cielo de Florida… y puede que algunos de ellos, los más perceptivos, sintieran respeto. Sin embargo, ninguno de ellos tuvo miedo.
¡Sabían tan poco del pasado!
Yo no quiero que lo olviden… supongo que eso es lo que deseamos todas las personas de más edad. Sin embargo, soy consciente de que esos niños lo olvidarán y de que sus hijos sabrán menos sobre nosotros que ellos y de que a los hijos de sus hijos les resultará prácticamente imposible imaginar que alguna vez existimos.
Y así es como debe ser. Sue me enseñó que es imposible detener el tiempo… y también Ashlee, a su propio modo. Puedes rendirte al tiempo… o ser arrastrado por él.
De todos modos, esta verdad no es tan dura como parece… por lo menos, en un día tan brillante como éste.
—¿Estás bien? —preguntó Kaitlin.
—Sí —respondí—. Pero estoy un poco cansado.
Habíamos dado un largo paseo y el día era caluroso.
Nota sobre el autor
Robert Charles Wilson (Whitter, California, 1953) se ha convertido en uno de los autores más prometedores de la narrativa de Ciencia Ficción. Aunque mantiene su nacionalidad norteamericana, vive desde los nueve años en Canadá. Su familia se trasladó a Canadá por motives laborales: su padre recibió el encargo de lanzar una filial de la compañía en la que trabajaba. Cuando regresaron, él prefirió quedarse allí. “Me gustaba el lugar”, suele decir. Aunque su imagen de intelectual —calvo, con gafas y barba cerrada— pudiera sugerir lo contrario, es un hombre inquieto que ha ido trasladando su residencia cada cierto tiempo: Vancouver, Vancouver Island, Whitehorse y Toronto. De su niñez en California recuerda un ambiente de paranoia causado por la guerra fría y la ingenua pasión que existía por la ufología. Años después, buena parte de aquellos recuerdos le sirvieron para escribir el relato The Observer.
Desde su infancia, se sintió impelido a emborronar cuartillas y cuartillas con sus historias. En una entrevista ha llegado a manifestar: “El impulso de escribir forma parte de mi vida”. Ya en los comienzos se manifestaron sus principales filias: la aventura exótica, Ciencia Ficción, Fantasía y Terror. Devoraba las obras de Bradbury, Heinlein y Asimov. Algunos de aquellos gustos se han atemperado con el paso de los años. Actualmente, reconoce cierta decepción con la literatura fantástica que se está realizando. Aún hoy, Crónicas marcianas sigue siendo uno de sus libros de cabecera.
Lejos de atenuarse, su pasión por la lectura se ha mantenido y sigue de cerca la obra de los nuevos autores. En su opinión, la Ciencia Ficción está atravesando un momento muy interesante. Considerando periclitados los viejos modelos —piensa que ni los futuros apocalípticos ni el brillante porvenir que auguraban los clásicos son válidos—, Wilson es optimista sobre el futuro del género. El nuevo siglo traerá consigo numerosos cambios, vaticina. En estos momentos, no se considera cualificado para señalarlos pero siente una enorme curiosidad. Es el término clave. A su juicio, uno de los principales valedores de la Ciencia Ficción es la curiosidad. Contundente, ha declarado: “La Ciencia Ficción se hizo para satisfacer la curiosidad y estimular la imaginación”.
Como escritor, Wilson ha hecho gala de una prosa contenida y, en algunas novelas, de una fina ironía. Entre sus cualidades sobresalen su capacidad para recrear ambientaciones y la inmejorable construcción de sus personajes. Incluso en sus trabajos menos inspirados, el lector podrá gozar de unas caracterizaciones memorables. Especialmente, las femeninas. Hallándose todos ellos al servicio de un. argumento, no deja de resultar notable su capacidad para que sean personajes a recordar, con entidad propia, y no meros títeres al albur de los vaivenes arguméntales. El equilibrio entre sus “criaturas” y sus argumentos le confiere un toque personal e intransferible.
Sus novelas contienen ciertos elementos comunes entre si: El amor y su pérdida, la crueldad y la redención. Además, no deja de resultar significativo ese punto en común que tiene con Stephen King: Wilson parte de un lugar común, de una situación reconocible y cotidiana —afectiva y geográficamente— para, inmediatamente después, dar comienzo a su especulación. Tras esa certeza tangible, conforme va deformando la realidad llega la desazón. Es por ello que su literatura de anticipación nos resulta tan próxima. Su desbordante imaginación acecha al otro lado de la calle. Y el destino final es insospechado.
A tenor de su obra, y pese a las excelentes novelas con que nos ha deleitado, lo mejor está por llegar. Su próxima novela, The Chronoliths, no tardará en aparecer. El futuro le pertenece.