Nuestro sueño del planeta es disfuncional; los seres humanos tenemos una enfermedad mental llamada «miedo». Los síntomas de esta enfermedad son todas las emociones que nos hacen sufrir: rabia, odio, tristeza, envidia y desengaño. Cuando el miedo es demasiado grande, la mente racional empieza a fallar y a esto lo denominamos «enfermedad mental». El comportamiento psicótico tiene lugar cuando la mente está tan asustada y las heridas son tan profundas, que parece mejor romper el contacto con el mundo exterior.
Si somos capaces de ver nuestro estado mental como una enfermedad, descubriremos que existe una cura. No es necesario que suframos más. En primer lugar, necesitamos saber la verdad para curar las heridas emocionales por completo: debemos abrirlas y extraer el veneno. ¿Cómo lo podemos hacer? Hemos de perdonar a los que creemos que se han portado mal con nosotros, no porque se lo merezcan, sino porque sentimos tanto amor por nosotros mismos que no queremos continuar pagando por esas injusticias.
El perdón es la única manera de sanarnos. Podemos elegir perdonar porque sentimos compasión por nosotros mismos. Podemos dejar marchar el resentimiento y declarar: «¡Ya basta! No volveré a ser el gran Juez que actúa contra mí mismo. No volveré a maltratarme ni a agredirme. No volveré a ser la Víctima».
Para empezar, es necesario que perdonemos a nuestros padres, a nuestros hermanos, a nuestros amigos y a Dios. Una vez perdones a Dios, te perdonarás por fin a ti mismo. Una vez te perdones a ti mismo, el autorrechazo desaparecerá de tu mente. Empezarás a aceptarte, y el amor que sentirás por ti será tan fuerte, que al final acabarás aceptándote por completo tal como eres. Así empezamos a ser libres los seres humanos. El perdón es la clave.
Sabrás que has perdonado a alguien cuando lo veas y ya no sientas ninguna reacción emocional. Oirás el nombre de esa persona y no tendrás ninguna reacción emocional. Cuando alguien te toca lo que antes era una herida y ya no sientes dolor, entonces sabes que realmente has perdonado.
La verdad es como un escalpelo. Es dolorosa porque abre todas las heridas que están cubiertas por mentiras para así poder sanarlas. Estas mentiras son lo que llamamos «el sistema de negación», que resulta práctico porque nos permite tapar nuestras heridas y continuar funcionando. Pero cuando ya no tenemos heridas ni veneno, no necesitamos mentir más. No necesitamos el sistema de negación, porque se puede tocar una mente sana sin que experimente ningún dolor. Cuando la mente está limpia, el contacto resulta placentero.
Para la mayoría de las personas, el problema reside en que pierden el control de sus emociones. Es el ser humanó quien debe controlar sus emociones y no al revés. Cuando perdemos el control, decimos cosas que no queremos decir y hacemos cosas que no queremos hacer. Por este motivo es tan importante que seamos impecables con nuestras palabras y que nos convirtamos en guerreros espirituales. Debemos aprender a controlar nuestras emociones a fin de tener el suficiente poder personal para cambiar los acuerdos basados en el miedo, escapar del infierno y crear nuestro cielo personal.
¿Cómo nos podemos convertir en guerreros? Los guerreros tienen algunas características que son prácticamente iguales en todo el mundo. Son conscientes. Esto es muy importante. Hemos de ser conscientes de que estamos en guerra, y esa guerra que tiene lugar en nuestra mente requiere disciplina; no la disciplina del soldado, sino la del guerrero; no la disciplina que proviene del exterior y nos dice qué hacer y qué no hacer, sino la de ser nosotros mismos, sin importar lo que esto signifique.
El guerrero tiene control no sobre otros seres humanos, sino sobre sí mismo; controla sus propias emociones. Reprimimos nuestras emociones cuando perdemos el control, no cuando lo mantenemos. La gran diferencia entre un guerrero y una víctima es que ésta se reprime y el guerrero se refrena. Las víctimas se reprimen porque tienen miedo de mostrar sus emociones, de decir lo que quieren decir. Refrenarse no es lo mismo que reprimirse. Significa retener las emociones y expresarlas en el momento adecuado, ni antes ni después. Ésta es la razón por la cual los guerreros son impecables. Tienen un control absoluto sobre sus propias emociones y, por consiguiente, sobre su propio comportamiento.
El paso final para obtener la libertad personal es prepararnos para la iniciación a la muerte, tomarnos la muerte como nuestra maestra. El ángel de la muerte puede enseñarnos de qué forma estar verdaderamente vivos. Hemos de tomar conciencia de que podemos morirnos en cualquier momento; sólo contamos con el presente para estar vivos. La verdad es que no sabemos si vamos a morir mañana. ¿Quién lo sabe? Pensamos que nos quedan muchos años por vivir. ¿Pero es así?
Si vamos al hospital y el médico nos dice que nos queda una semana de vida, ¿qué haremos? Como ya he dicho antes, tenemos dos opciones. Una es sufrir porque nos vamos a morir, decirle a todo el mundo:
«Pobre de mí, me voy a morir», y hacer un gran drama. La otra es aprovechar cada momento para ser feliz, para hacer lo que realmente nos gusta hacer. Si sólo nos queda una semana de vida, disfrutemos de ella. Estemos vivos. Podemos decir: «Voy a ser yo mismo. No puedo pasarme la vida intentando complacer a los demás. Ya no tendré miedo de lo que piensen de mí. ¿Qué me importa si me voy a morir dentro de una semana? Seré yo mismo».
El ángel de la muerte nos enseña a vivir cada día como si fuese el último de nuestra vida, como si no hubiera de llegar ningún mañana. Empecemos el día diciendo: «Estoy despierto, veo el sol. Voy a entregarle mi gratitud, y también a todas las cosas y todas las personas, porque todavía estoy vivo. Un día más para ser yo mismo».
Así es como veo yo la vida. Esto es lo que el ángel de la muerte me enseñó: a permanecer completamente abierto, a saber que no hay nada que temer. Por supuesto, yo trato a las personas que quiero con amor porque sé que éste puede ser el último día para poder decirles cuánto las amo. No sé si voy a volver a ver a mis seres queridos, de modo que no quiero pelearme con ellos.
¿Qué ocurriría si tuviese una gran pelea con alguien a quien quiero, le lanzase todo el veneno emocional que tengo contra él o ella, y se muriese al día siguiente? ¡Ay, Dios mío! El Juez me atacaría con dureza y yo me sentiría muy culpable por todo lo que dije. Incluso me sentiría culpable por no haberle dicho a esa persona cuánto la quería. El amor que me hace feliz es el que puedo compartir con la gente que amo. ¿Por qué voy a negar que les quiero? No es importante que me devuelvan ese amor. Quizá muera yo mañana o tal vez muera alguien a quien amo. Lo que me hace feliz es hacerle saber hoy lo mucho que le quiero.
Se puede vivir de esta manera. Si lo haces, te preparas para la iniciación a la muerte. Lo que ocurrirá en esta iniciación es que el viejo sueño que tienes en la mente morirá para siempre. Sí, tendrás recuerdos del parásito – del Juez, de la Víctima y de lo que solías creer – pero estará muerto.
Esto es lo que va a morir en la iniciación a la muerte: el parásito. No resulta fácil emprender esta iniciación porque el Juez y la Víctima luchan con todas sus armas disponibles. No quieren morir. Y entonces sentimos que quien va a morir somos nosotros, y tenemos miedo de esta muerte.