– ¡No! -Cazaril se elevó de sus cojines, aterrado-. ¡Palli, no! ¡Ni siquiera le digas que existo a de Jironal! No saques el tema, no me menciones… si el mundo cree que estoy muerto, tanto mejor. Si hubiera estado al corriente de la situación, me habría quedado en Ibra. Tú… déjalo correr.
Palli se le quedó mirando fijamente.
– Pero… Valenda no es que sea el confín del mundo. Está claro que la gente se enterará de que sigues con vida.
– Es un lugar tranquilo y pacífico. Aquí no molesto a nadie.
Había otros hombres igual de valientes, algunos más fuertes; era la inteligencia de Palli lo que le había convertido en el teniente favorito de Cazaril en Gotorget. Sólo hacía falta mostrarle el cabo de un hilo para que empezara a desenredar la madeja… entornó los ojos, que centellaban a la suave luz de las velas.
– ¿De Jironal? ¿En persona? Por los cinco dioses, ¿qué le hiciste?
Cazaril se revolvió, incómodo.
– No creo que fuese nada personal. Creo que fue tan sólo un pequeño… favor, a otra persona. Un favor de nada.
– Entonces hay al menos dos hombres que saben la verdad. Dioses, Caz, ¿qué dos?
Palli continuaría husmeando… Cazaril no tendría que decirle nada… demasiado tarde para eso… o lo suficiente para acallar sus dudas. Nada de medias tintas, la mente de Palli persistiría en la solución del rompecabezas… a la que ya se estaba aplicando.
– ¿Quién podría odiarte de ese modo? Siempre fuiste una persona afable, eras célebre por tu negativa a participar en duelo alguno, dejando que los fanfarrones se pusieran en evidencia ellos solos, por tu talante pacificador, por conseguir los términos más asombrosos en los tratados, por evitar el partidismo… ¡Por el infierno del Bastardo, ni siquiera apostabas jugando! ¡Un favor de nada! ¿Quién iba a albergar un odio tan implacable y cruel contra ti?
Cazaril se frotó la frente, donde comenzaba a instalarse un dolor sordo, y no por culpa del vino de la cena.
– Miedo. Creo.
Palli frunció los labios en señal de estupefacción.
– Y si se llega a saber que tú lo sabes, tendrán miedo también de ti. No te lo deseo, Palli. Quiero que permanezcas al margen.
– Si el miedo llega hasta ese extremo, el simple hecho de que hayamos conversado me convertirá en sospechoso. Su miedo, sumado a mi ignorancia… ¡dioses, Caz! ¡No me sueltes en el campo de batalla con los ojos vendados!
– ¡No quiero volver a enviar a ningún hombre al campo de batalla! -La fiereza de su propia voz cogió a Cazaril por sorpresa. Palli abrió mucho los ojos. Pero la solución, la manera de utilizar la insaciable curiosidad de Palli contra él, se le apareció a Cazaril en ese momento-. Si te digo lo que sé, y cómo lo sé, ¿me darás tu palabra -¡tu palabra!- de olvidar el asunto? No investigues, no lo menciones, no me menciones a mí… nada de sugerencias veladas, nada de rondar el tema…
– ¿Cómo, igual que tú ahora? -lo interrumpió secamente Palli.
Cazaril soltó un gruñido, medio divertido, medio de dolor.
– Exacto.
Palli apoyó la espalda en la pared, y se pasó la mano por los labios.
– Menudo comerciante -dijo, risueño-. Intentando venderme un cerdo encerrado en un saco, sin abrirlo para que vea antes al animal.
– Oink -murmuró Cazaril.
– Como si sólo quisiera comprar los chillidos… maldita sea, está bien. Nunca nos ordenaste adentrarnos en terreno peligroso a ciegas, ni nos guiaste a ninguna emboscada. Confiaré en tu buen juicio… exactamente hasta donde tú confíes en mi discreción. De eso te doy mi palabra.
Bonita contraestocada. Cazaril no pudo por menos de admirarla. Suspiró.
– De acuerdo. -Permaneció sentado en silencio un momento después de esta doble (y agradecida) rendición, ordenando sus ideas. ¿Por dónde empezar? Bueno, tampoco era que no lo hubiera repasado, y repasado, y vuelto a repasar en su cabeza. Era un relato de lo más trillado, aun cuando no hubiera salido nunca de sus labios-. Es bien breve. Me reuní por vez primera con Dondo de Jironal para parlamentar hará cuatro, no, cinco ya, hace ahora cinco años. Yo formaba parte del grupo de Guarida en aquella pequeña guerra fronteriza contra el demente príncipe roknari Olus, ya sabes, el que tenía por costumbre enterrar a sus enemigos hasta la cintura en excremento y quemarlos con vida, el que asesinaron cerca de un año después sus propios guardaespaldas.
– Ah, sí. He oído hablar de él. Dicen que terminó con la cabeza enterrada en escoria.
– Circulan varias versiones. Pero por aquel entonces seguía estando al mando. Lord de Guarida había acorralado al ejército, bueno, a la horda de Olus en lo alto de las colinas que lindaban con su principado. Lord Dondo y yo partimos en calidad de enviados, bajo bandera de tregua, para comunicar un ultimátum a Olus y disponer los términos de la rendición y los rescates. Las cosas… se torcieron durante la conferencia, y Olus decidió que sólo necesitaba un mensajero para transmitir su desafío a la asamblea de señores de Chalion. Así que nos retuvo en su tienda, a Dondo y a mí, rodeados por cuatro de sus monstruosos guardias con espadas, y nos dio a elegir. El que cortara la cabeza al otro tendría permiso para regresar con ella a nuestras líneas. Si nos negábamos ambos, ambos moriríamos, y devolvería las dos cabezas vía catapulta.
Palli abrió la boca, pero el único comentario que pudo emitir fue:
– Ah.
Cazaril cogió aliento.
– Me ofrecieron la espada a mí primero. La rechacé. Olus me susurró, con su extraña voz untuosa, "No podéis ganar esta partida, lord Cazaril", y yo le respondí, "Lo sé, mi hendi. Pero puedo hacer que vos la perdáis". Guardó silencio un instante, pero luego soltó la risa. Se volvió y ofreció la espada a Dondo, que para entonces se había puesto igual de verde que un cadáver…
Palli se revolvió en su asiento, pero no interrumpió; sin palabras, indicó a Cazaril que continuara.
– Uno de los guardias me tiró al suelo de rodillas y me jaló del cabello, estirándome el cuello sobre una banqueta para los pies. Dondo… descargó el tajo.
– ¿Contra el brazo del guardia? -preguntó Palli, ansioso.
Cazaril vaciló.
– No. Pero Olus, en el último instante, interpuso su espada entre nosotros, y el arma de Dondo cayó con la hoja de plano, y resbaló… -Todavía podía escuchar el estridente raspón del metal sobre metal, con los oídos de su memoria-. Acabé con un verdugón en la nuca, que permaneció negro un mes entero. Dos de los guardias arrebataron la espada a Dondo. Y luego nos montaron a nuestros caballos y nos enviaron de regreso al campamento de de Guarida. Mientras me ataban las manos a la silla, Olus volvió a acercárseme y susurró, "Veremos ahora quién pierde". Fue un trayecto muy silencioso. Hasta que avistamos el campamento. Dondo me miró por vez primera, y dijo, "Si llegas a relatar lo ocurrido, te mato". A lo que yo respondí, "No te preocupes, lord Dondo. En la mesa sólo cuento historias divertidas". Tendría que haber jurado silencio. Ahora lo sé, y sin embargo… quizá ni siquiera eso hubiera bastado.
– ¡Te debe la vida!
Cazaril negó con la cabeza, y apartó la mirada.
– He visto su alma en cueros. No creo que sepa perdonármelo. Bien, no hablé de ello, claro, y él lo dejó estar. Pensé que aquel era el final. Pero luego llegó Gotorget, y luego… en fin. Lo que pasó después de Gotorget. Y ahora estoy doblemente maldito. Si Dondo llega a enterarse, si alguna vez se da cuenta de que yo sé exactamente cómo fue que acabé vendido a las galeras, ¿cuánto crees que valdrá mi vida? Pero si no digo nada, si no hago nada, nada para recordárselo… quizá a estas alturas ya se haya olvidado. Lo único que quiero es estar en paz, en este lugar tan tranquilo. Sin duda en la actualidad se enfrenta a enemigos más acuciantes. -Volvió el rostro hacia Palli, y dijo, con voz tirante-: No me menciones a ninguno de los Jironal. Jamás. Nunca has oído esta historia. Apenas si me conoces. Si alguna vez me has querido, Palli, déjalo estar.
Palli tenía los labios apretados; su juramento lo obligaría, pensó Cazaril. Pero, no obstante, hizo un ademán contrariado.
– Como quieras, pero, pero… maldita sea. Maldita sea. -Miró durante largo rato a Cazaril, como si buscara quién sabe qué en su semblante-. Has cambiado mucho. Y no me refiero a esa lamentable barba de pacotilla.
– ¿Sí? Bueno, mejor.
– ¿Cómo…? -Palli apartó la mirada, volvió a fijarse en Cazaril-. ¿Cómo lo has pasado? De verdad. En las galeras.
Cazaril se encogió de hombros.
– Tuve suerte, dentro de lo que cabe. Sobreviví. Otros no.