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– Circulan todo tipo de historias espantosas, cómo aterrorizan a los esclavos, o… abusan de ellos…

Cazaril se rascó la difamada barba. Le pareció inadecuado aportar demasiados detalles.

– Las historias no son tanto falsas como retorcidas, exageradas… hechos excepcionales que se confunden con algo normal. Los mejores capitanes nos trataban del mismo modo que trata un buen granjero a sus animales, con una especie de bondad desapasionada. Comida, agua… je… ejercicio… higiene suficiente para librarnos de enfermedades y mantenernos en buen estado. Apalear a un hombre hasta dejarlo inconsciente es la mejor manera de apartarlo de su remo, sabes. Además, ese tipo de… disciplina física sólo era necesario en puerto. Una vez zarpabas, el mar se ocupaba de todo.

– No lo entiendo.

Cazaril arqueó las cejas.

– ¿Para qué vas a romperle la cabeza a un hombre cuando puedes romperle el corazón, arrojándolo por la borda, con las piernas oscilando en el agua a modo de cebo para los grandes peces? Los roknari sólo tenían que esperar unos instantes antes de que les rogáramos y suplicáramos llorando que nos devolvieran a nuestra esclavitud.

– Siempre fuiste un buen nadador. Eso te ayudaría a soportarlo mejor que la mayoría. -La voz de Palli era implorante.

– Al contrario, me temo. Los hombres que se hundían como piedras encontraban un final clemente. Piensa en ello, Palli. Yo lo hice. -Todavía lo hacía, sentándose como impulsado por un resorte en la cama, a oscuras, por culpa de alguna pesadilla en la que el agua se cernía sobre su cabeza. O algo peor… no. Cierta vez, el viento había arreciado inesperadamente mientras uno de los maestres remeros se entretenía jugando a este juego con cierto ibrano recalcitrante, y el capitán, ansioso por llegar a puerto antes que la tormenta, se había negado a dar media vuelta. Los alaridos del ibrano habían despertado ecos en las aguas mientras la nave se alejaba, volviéndose cada vez más débiles… El capitán había cobrado al maestre remero el importe de un nuevo galeote, en castigo por su falta de previsión, lo que lo había tenido de un humor de perros durante semanas.

Al cabo, Palli dijo:

– Oh.

Y tanto que oh.

– Te digo que mi orgullo, y mi boca, me ganaron una paliza la primera vez que me subieron a bordo, pero eso era porque todavía me tenía por un lord de Chalion. Renunciaría a esas pretensiones… más adelante.

– Pero… no te… no te sometieron a… quiero decir, no te degradarían… um.

La luz era demasiado tenue para juzgar si Palli se había ruborizado, pero Cazaril comprendió al cabo que lo que intentaba preguntar de manera tan aturrullada y preocupada era si lo habían violado. Cazaril torció los labios en un rictus de afinidad.

– Me parece que confundes las flotas roknari con las de Darthaca. Me temo que esas leyendas obedecen a las fantasías de alguien. La herejía roknari de los cuatro dioses convierte en crimen el tipo de amor desviado que rige aquí el Bastardo. Los teólogos roknari afirman que el Bastardo es un demonio, igual que su padre, y no un dios, como su santa madre, y por eso nos llaman adoradores del diablo… lo que supone una grave ofensa contra la Dama del Verano, creo, amén de contra el pobre Bastardo, ¿o acaso pidió nacer? Torturan y ahorcan a los sodomitas, y los mejores capitanes roknari no toleran esa conducta a bordo, entre hombres ni esclavos.

– Ah. -Palli se sintió aliviado. Pero entonces, siendo Palli, se le ocurrió preguntar -: ¿Y los peores capitanes roknari?

– Su discreción podía resultar letal. No me ocurrió a mí, supongo que estaba demasiado flaco, pero algunos de los más jóvenes, los muchachos más blandos… Los esclavos sabíamos que ellos eran nuestro sacrificio, e intentábamos ser amables con ellos cuando regresaban a los bancos. Algunos lloraban. Algunos aprendían a sacar provecho de su infortunio… pocos de nosotros los despreciábamos por las raciones extras o las fruslerías que compraban a tan alto precio. Era un juego peligroso, puesto que los roknari que se sentían atraídos hacia ellos en secreto podían volverles la espalda en cualquier momento, y asesinarlos como si así pudieran matar su propio pecado.

– Me estás poniendo los pelos de punta. Pensaba que había visto mundo, pero… eh. Al menos te libraste de lo peor.

– No sé qué es lo peor -dijo Cazaril, meditabundo-. Una vez se divirtieron cruelmente conmigo por espacio de una tarde infernal. La broma hacía que pareciera que lo que ocurría con algunos de los muchachos pareciera una bondad, pero ningún roknari se arriesgaba a ir a la horca por ella. -Se dio cuenta de que nunca había mencionado a nadie aquel incidente, ni a los amables acólitos del templo hospital, ni mucho menos a ningún miembro de la casa de la provincara. No había tenido a nadie a quien pudiera contárselo, hasta ahora. Continuó, casi con entusiasmo-. Mi corsario cometió el error de abordar un pesado mercante brajarano, y divisó demasiado tarde las dos galeras que lo escoltaban. Mientras nos perseguían, solté el remo, desmayado a causa del calor. Para darme algún uso a pesar de todo, el maestre remero me quitó las cadenas, me desnudó, y me colgó de la barandilla de popa con las manos atadas a los tobillos, para escarnio de nuestros perseguidores. No sé si los proyectiles de ballesta que se estrellaron contra la barandilla o la popa a mi alrededor obedecían a la buena o a la mala puntería de los arqueros brajaranos, ni a la misericordia de qué dios debo el no haber terminado mis días con algunos de ellos clavados en mi culo. A lo mejor pensaban que era un roknari. A lo mejor intentaban poner fin a mis desdichas. -Motivado por la mirada desorbitada de Palli, Cazaril omitió algunos de los detalles más grotescos-. Verás, vivimos atemorizados durante meses en Gotorget, hasta que nos acostumbramos, como si el miedo fuera un escozor en las entrañas que hubiéramos aprendido a ignorar, aunque nunca desapareciera del todo.

Palli asintió.

– Pero descubrí que… es curioso. No sé muy bien cómo expresarlo. -Nunca había tenido ocasión de intentar ponerlo con palabras, en un lugar donde pudiera verlo, hasta ahora-. Descubrí que hay un lugar que está más allá del miedo. Cuando el cuerpo y la mente ya no pueden resistir más. El mundo, el tiempo… se reordenan. Mi corazón dejó de latir desbocado, dejé de sudar y salivar… era casi como una especie de trance divino. Cuando me colgaron los roknari, lloré de miedo y vergüenza, agonizando de repugnancia. Cuando los brajaranos desistieron al fin, y el maestre remero me descolgó, cubierto de llagas a causa del sol… me estaba riendo. Los roknari pensaron que había enloquecido, y lo mismo mis pobres compañeros de banco, pero no creo que fuera eso. Es que todo el mundo era… nuevo. Evidentemente, el mundo entero medía tan sólo unas pocas docenas de pasos, y estaba hecho de madera, y se balanceaba en el agua… el tiempo entero se reducía al vuelco de un reloj de arena. Planeaba mi vida a cada hora con la misma precisión que divide uno el año, y nunca más de una hora. Todos los hombres eran buenos y hermosos, cada uno a su manera, roknari y esclavos por igual, de sangre noble o vil, y yo era amigo de todos, y sonreía. Ya no tenía miedo. Eso sí, procuré no volver a desmayarme sobre el remo.

Habló más despacio, caviloso.

– Así que, cuando el miedo me atenaza de nuevo el corazón, siento más agradecimiento que otra cosa, puesto que me lo tomo como una señal de que, a fin de cuentas, no estoy loco. O quizá, cuando menos, de que estoy mejorando. El miedo es mi amigo.

Alzó la vista, con una fugaz sonrisa contrita.

Palli estaba sentado pegado contra la pared, tensas las piernas, los ojos negros abiertos como platos, con una sonrisa hierática. Cazaril se rió con ganas.

– Cinco dioses, Palli, perdona. No pretendía convertirte en un mulo en el que cargar mis confidencias, para transportarlas a lugar seguro. -O quizá sí, pues Palli se iría mañana, después de todo-. Menuda colección de fieras para cargarte con ella. Lo siento.

Palli desechó sus disculpas con un ademán, como quien espanta una mosca. Movió los labios; tragó saliva, y consiguió decir:

– ¿Seguro que no fue una simple insolación?

Cazaril se rió en voz baja.

– Oh, también padecí una insolación, claro. Pero si no te mata, la insolación desaparece al par de días. Esto duró… meses. -Hasta el último incidente con aquel aterrorizado y desafiante muchacho ibrano, y la consiguiente tanda de latigazos para Cazaril-. Nosotros, los esclavos…

– ¡Deja de decir eso! -exclamó Palli, pasándose las manos por el cabello.

– ¿Que deje de decir qué? -preguntó Cazaril, desconcertado.

– Deja de decir eso. Nosotros, los esclavos. ¡Eres un señor de Chalion!

La sonrisa de Cazaril se torció. En voz baja, dijo: