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– Demonios del Bastardo -exclamó Palli-, ¿te han tullido los roknari?

– Sólo a medias. Lady Iselle -¡uuf!- parece entregada a terminar el trabajo. -Con precaución, reclinó la espalda-. Y ese estúpido caballo.

La provincara frunció el ceño a las dos damiselas, que se habían presentado sin invitación.

– Iselle, ¿estabas galopando? -inquirió, peligrosamente.

Cazaril negó con la mano.

– La culpa es exclusiva del noble corcel, mi lady… creyó que lo atacaba un ciervo devorador de caballos. Se hizo a un lado, y yo no. Gracias. -Aceptó un vaso de vino del sirviente con profunda gratitud y dio un rápido sorbo, procurando no derramarlo. Ya estaba desapareciendo la desagradable sensación que le atenazaba el estómago.

Iselle le dirigió una mirada agradecida, que no pasó desapercibida para su abuela. La provincara bufó débilmente para expresar su incredulidad. A modo de castigo, dijo:

– Iselle, Betriz, id y cambiar esas ropas de montar por algo más adecuado para la cena. Seremos gente del campo, pero no salvajes.

Se fueron arrastrando los pies, no sin antes echar un nuevo vistazo por encima del hombro al fascinante huésped.

– Pero ¿qué haces aquí, Palli? -preguntó Cazaril, cuando la doble distracción hubo desaparecido detrás del torreón. También Palli se les había quedado mirando, y pareció tener que estremecerse para despertar. Cierra la boca, hombre, pensó Cazaril, divertido. A mí también me pasa.

– ¡Oh! Me dirijo a Cardegoss, a un baile que se celebra en la corte. Mi padre solía detenerse aquí en mitad de sus viajes, teniendo amistad con el antiguo provincar… cuando pasamos cerca de Valenda, se me ocurrió hacer lo mismo, y envié un mensajero. Y mi lady -indicó a la provincara con un ademán-, ha sido tan amable de abrirme sus puertas.

– Te habría abofeteado si llegas a pasar de largo -dijo cordialmente la provincara, con una ilógica admirable-. Hace demasiados años que no os veo a tu padre ni a ti. Me entristeció enterarme de su muerte.

Palli asintió. Dirigiéndose a Cazaril, continuó:

– Pensamos dejar que los caballos descansen aquí esta noche y reanudaremos el viaje mañana sin prisa… hace demasiado buen tiempo para correr. Hay peregrinos en los caminos, rumbo a cada templo y capilla, y también quienes se aprovechan de ellos, por desgracia. Se ha denunciado la presencia de bandidos en los pasos montañosos, pero no hemos encontrado ninguno.

– ¿Buscasteis? -inquirió Cazaril, en broma. Durante su viaje, no encontrar bandidos había sido su mayor deseo.

– ¡Oye! Que ahora soy el lord dedicado de la Orden de la Hija en Palliar, para tu información… siguiendo los pasos de mi padre. Tengo responsabilidades.

– ¿Cabalgas con los hermanos soldados?

– Más bien en el vagón del equipaje. Todo se reduce a llevar los libros, recaudar las rentas, conseguir el condenado equipo, y logística. Los privilegios del mando… bueno, tú ya sabes. Me lo enseñaste una vez. Una parte de gloria por cada diez partes de paletadas de estiércol.

Cazaril esbozó una sonrisa.

– Tienes suerte. Esa proporción no está nada mal.

Palli le devolvió la sonrisa y aceptó un poco de queso y pastel del sirviente.

– Mi tropa se aloja en la ciudad. ¡Pero tú, Caz! En cuanto dije, Gotorget, me preguntaron si nos conocíamos… si me das con una brizna de paja me caigo, cuando mi lady me dijo que te habías presentado aquí, que venías caminando, ¡caminando!, desde Ibra, hecho un desastre.

La provincara se encogió de hombros, impenitente, ante la mirada de soslayo ligeramente reprobatoria que le lanzó Cazaril.

– Llevo media hora contándoles historias de la guerra -continuó Palli-. ¿Cómo tienes la mano?

Cazaril la recogió en el regazo.

– Casi recuperada. -Se apresuró a cambiar de tema-. ¿Qué te lleva a la corte?

– Bueno, no había tenido ocasión de pronunciar formalmente el juramento ante Orico desde la muerte de mi padre, y además, voy a representar a la Orden de la Hija de Palliar en la investidura.

– ¿Investidura? -preguntó Cazaril, con la mirada vacía.

– Ah, ¿ha decidido Orico al fin a quién va a entregar el generalato de la Orden de la Hija? -preguntó de Ferrej-. Desde la muerte del antiguo general, tengo entendido que hasta la última familia noble de Chalion lo importuna suplicándole el honor.

– No es de extrañar -comentó la provincara-. Comporta lucro y poder suficientes, aunque sea más modesto que el del Hijo.

– Oh, sí -convino Palli-. Todavía no se ha hecho público, pero es sabido… que recaerá sobre Dondo de Jironal, el hermano menor del canciller.

Cazaril se puso rígido; bebió un sorbo de vino para ocultar su desolación.

Tras una pausa prolongada, la provincara dijo:

– Qué elección más extraña. Sería de esperar que el general de una orden militar sagrada fuera un personaje más… austero.

– Pero, pero -apostilló de Ferrej-. ¡El canciller Martou de Jironal ostenta el generalato de la Orden del Hijo! ¿Dos, en una misma familia? Supone una peligrosa concentración del poder.

– Martou aspira también a convertirse en el provincar de Jironal -murmuró la provincara-, según los rumores. En cuanto se le terminen las fuerzas al viejo de Ildar.

– Eso no lo sabía -se sobresaltó Palli.

– Sí -dijo secamente la provincara-. A la familia Ildar no le hace ninguna gracia. Creo que cuentan con que el provincarazgo recaiga sobre uno de sus sobrinos.

Palli se encogió de hombros.

– Los hermanos Jironal ostentan una alta estima en Chalion, sin duda, merced a Orico. Supongo que yo, si fuera listo, encontraría la manera de agarrarme al dobladillo de sus capas e ir donde fueran ellos.

Cazaril frunció el ceño con la cara vuelta hacia el fondo de su copa y buscó la manera de desviar la conversación.

– ¿Qué otras noticias has oído?

– Bueno, hace dos semanas, el Heredero de Ibra ha enarbolado su estandarte en Ibra del Sur, una vez más, contra el viejo zorro, su padre. Todos pensaban que el tratado del verano pasado resistiría, pero parece que se reanudaron las disensiones el otoño pasado, y el roya lo ha repudiado. Otra vez.

– El Heredero -dijo la provincara-, presume. Ibra tiene otro hijo, al fin y al cabo.

– Orico respaldó al Heredero la última vez -observó Palli.

– A expensas de Chalion -murmuró Cazaril.

– Me da la impresión de que Orico pensaba a largo plazo. Al final -dijo Palli-, seguramente venza el Heredero. De uno u otro modo.

– El anciano gozará de una victoria amarga si para ello ha de derrotar a su hijo -comentó de Ferrej, en tono de meditada consideración-. No, apostaría a que se perderán más vidas, y luego firmarán un acuerdo entre ellos sobre los cadáveres.

– Lamentable tesitura -dijo la provincara, tensos los labios-. No puede salir nada bueno de ahí. Eh, de Palliar. Cuéntame una noticia agradable. Dime que la royina de Orico está embarazada.

Palli meneó la cabeza, apesadumbrado.

– No que yo sepa, mi dama.

– Bueno, en tal caso, vayamos a cenar y dejemos de hablar de política. Me despierta dolor de cabeza.

Los músculos de Cazaril se habían agarrotado en el tiempo que había pasado sentado, a despecho del vino; estuvo a punto de caerse al intentar levantarse de la silla. Palli lo cogió de un codo y le ayudó a incorporarse, con el ceño profundamente fruncido. Cazaril le dedicó un discreto movimiento de cabeza y se marchó para lavarse y cambiarse de ropa. Y auscultar sus heridas en privado.