La cena fue un evento jubiloso, al que asistió casi la totalidad de la casa. De Palliar, que desconocía la pereza cuando se trataba de comer o conversar en la mesa, acaparó la atención de todos los presentes, desde la de lord Teidez y lady Iselle hasta el último paje, con sus relatos. A pesar del vino, supo mantener la compostura ante tan ínclito auditorio, y contó únicamente las anécdotas más alegres, concediéndose en ellas más el papel de blanco de las bromas que el de héroe. La narración de cómo había seguido a Cazaril en una batida nocturna contra los zapadores roknari, disuadiéndolos así de su empeño durante un mes, consiguió que las miradas desorbitadas de los presentes se volcaran sobre Cazaril además de sobre el narrador. Era evidente que les costaba imaginarse al tímido y comedido secretario de la rósea sonriendo en medio del fango y el hollín, escalando la montaña de humeantes escombros con una daga en la mano. Cazaril se dio cuenta de que se resentía de las miradas. Querría ser… invisible, en esos momentos. En dos ocasiones intentó Palli pasarle la pelota de la conversación, para dar un nuevo giro al entretenimiento, y por dos veces volvió al campo de Palli o de de Ferrej. Ante el segundo fracaso, Palli desistió de intentar tirarle de la lengua.
La velada se prolongó hasta bien entrada la noche, pero al fin llegó la hora que tanto había anhelado y temido Cazaril, cuando todo el mundo se hubo retirado a sus aposentos, y Palli llamó a la puerta de su habitación. Cazaril le invitó a pasar, arrimó el baúl a la pared, lo cubrió con un cojín para su huésped y él mismo se sentó en la cama; tanto él como ella crujían audiblemente. Palli se acomodó y lo miró fijamente a la tenue luz de las dos velas, y comenzó con una franqueza que revelaba el hilo de sus pensamientos con pasmosa nitidez.
– ¿Un error, Caz? ¿Te has parado a pensarlo?
Cazaril exhaló un suspiro.
– Tuve diecinueve meses para pensarlo, Palli. Manoseé todas las posibilidades mentalmente hasta dejarlas tan desgastadas como una moneda vieja. Pensé en ello hasta hartarme de pensar, y lo di por olvidado. Está olvidado.
Esta vez, Palli desechó la noción con firmeza.
– ¿Crees que los roknari quisieron vengarse de ti, escondiéndote de nosotros y proclamando tu muerte?
– Es una posibilidad. -Salvo por el hecho de que vi la lista.
– ¿U omitiría alguien tu nombre en la lista a propósito? -insistió Palli.
La lista estaba redactada del puño y letra de Martou de Jironal.
– Ésa fue mi conclusión final.
Palli expulsó el aliento con un silbido.
– ¡Vil! Vil traición, después de todo lo que padecimos… ¡Maldita sea, Caz! Cuando llegue a la corte, pienso hablar de esto al marzo de Jironal. Es el señor más poderoso de Chalion, bien lo saben los dioses. Juntos, apuesto a que llegaremos al fondo de…
– ¡No! -Cazaril se elevó de sus cojines, aterrado-. ¡Palli, no! ¡Ni siquiera le digas que existo a de Jironal! No saques el tema, no me menciones… si el mundo cree que estoy muerto, tanto mejor. Si hubiera estado al corriente de la situación, me habría quedado en Ibra. Tú… déjalo correr.
Palli se le quedó mirando fijamente.
– Pero… Valenda no es que sea el confín del mundo. Está claro que la gente se enterará de que sigues con vida.
– Es un lugar tranquilo y pacífico. Aquí no molesto a nadie.
Había otros hombres igual de valientes, algunos más fuertes; era la inteligencia de Palli lo que le había convertido en el teniente favorito de Cazaril en Gotorget. Sólo hacía falta mostrarle el cabo de un hilo para que empezara a desenredar la madeja… entornó los ojos, que centellaban a la suave luz de las velas.
– ¿De Jironal? ¿En persona? Por los cinco dioses, ¿qué le hiciste?
Cazaril se revolvió, incómodo.
– No creo que fuese nada personal. Creo que fue tan sólo un pequeño… favor, a otra persona. Un favor de nada.
– Entonces hay al menos dos hombres que saben la verdad. Dioses, Caz, ¿qué dos?
Palli continuaría husmeando… Cazaril no tendría que decirle nada… demasiado tarde para eso… o lo suficiente para acallar sus dudas. Nada de medias tintas, la mente de Palli persistiría en la solución del rompecabezas… a la que ya se estaba aplicando.
– ¿Quién podría odiarte de ese modo? Siempre fuiste una persona afable, eras célebre por tu negativa a participar en duelo alguno, dejando que los fanfarrones se pusieran en evidencia ellos solos, por tu talante pacificador, por conseguir los términos más asombrosos en los tratados, por evitar el partidismo… ¡Por el infierno del Bastardo, ni siquiera apostabas jugando! ¡Un favor de nada! ¿Quién iba a albergar un odio tan implacable y cruel contra ti?
Cazaril se frotó la frente, donde comenzaba a instalarse un dolor sordo, y no por culpa del vino de la cena.
– Miedo. Creo.
Palli frunció los labios en señal de estupefacción.
– Y si se llega a saber que tú lo sabes, tendrán miedo también de ti. No te lo deseo, Palli. Quiero que permanezcas al margen.
– Si el miedo llega hasta ese extremo, el simple hecho de que hayamos conversado me convertirá en sospechoso. Su miedo, sumado a mi ignorancia… ¡dioses, Caz! ¡No me sueltes en el campo de batalla con los ojos vendados!
– ¡No quiero volver a enviar a ningún hombre al campo de batalla! -La fiereza de su propia voz cogió a Cazaril por sorpresa. Palli abrió mucho los ojos. Pero la solución, la manera de utilizar la insaciable curiosidad de Palli contra él, se le apareció a Cazaril en ese momento-. Si te digo lo que sé, y cómo lo sé, ¿me darás tu palabra -¡tu palabra!- de olvidar el asunto? No investigues, no lo menciones, no me menciones a mí… nada de sugerencias veladas, nada de rondar el tema…
– ¿Cómo, igual que tú ahora? -lo interrumpió secamente Palli.
Cazaril soltó un gruñido, medio divertido, medio de dolor.
– Exacto.
Palli apoyó la espalda en la pared, y se pasó la mano por los labios.
– Menudo comerciante -dijo, risueño-. Intentando venderme un cerdo encerrado en un saco, sin abrirlo para que vea antes al animal.
– Oink -murmuró Cazaril.
– Como si sólo quisiera comprar los chillidos… maldita sea, está bien. Nunca nos ordenaste adentrarnos en terreno peligroso a ciegas, ni nos guiaste a ninguna emboscada. Confiaré en tu buen juicio… exactamente hasta donde tú confíes en mi discreción. De eso te doy mi palabra.
Bonita contraestocada. Cazaril no pudo por menos de admirarla. Suspiró.
– De acuerdo. -Permaneció sentado en silencio un momento después de esta doble (y agradecida) rendición, ordenando sus ideas. ¿Por dónde empezar? Bueno, tampoco era que no lo hubiera repasado, y repasado, y vuelto a repasar en su cabeza. Era un relato de lo más trillado, aun cuando no hubiera salido nunca de sus labios-. Es bien breve. Me reuní por vez primera con Dondo de Jironal para parlamentar hará cuatro, no, cinco ya, hace ahora cinco años. Yo formaba parte del grupo de Guarida en aquella pequeña guerra fronteriza contra el demente príncipe roknari Olus, ya sabes, el que tenía por costumbre enterrar a sus enemigos hasta la cintura en excremento y quemarlos con vida, el que asesinaron cerca de un año después sus propios guardaespaldas.
– Ah, sí. He oído hablar de él. Dicen que terminó con la cabeza enterrada en escoria.
– Circulan varias versiones. Pero por aquel entonces seguía estando al mando. Lord de Guarida había acorralado al ejército, bueno, a la horda de Olus en lo alto de las colinas que lindaban con su principado. Lord Dondo y yo partimos en calidad de enviados, bajo bandera de tregua, para comunicar un ultimátum a Olus y disponer los términos de la rendición y los rescates. Las cosas… se torcieron durante la conferencia, y Olus decidió que sólo necesitaba un mensajero para transmitir su desafío a la asamblea de señores de Chalion. Así que nos retuvo en su tienda, a Dondo y a mí, rodeados por cuatro de sus monstruosos guardias con espadas, y nos dio a elegir. El que cortara la cabeza al otro tendría permiso para regresar con ella a nuestras líneas. Si nos negábamos ambos, ambos moriríamos, y devolvería las dos cabezas vía catapulta.