Выбрать главу

El ibrano sonrió, afable.

– Sois el hombre de la rósea Iselle, ¿eh? Bueno, aparte del indudable atractivo de cazar en Cardegoss en otoño, el roya de Ibra me ha enviado para disuadir al roya Orico de apoyar la nueva rebelión del Heredero en Ibra del Sur. El Heredero acepta ayuda de Darthaca; creo que, a la larga, descubrirá que está empuñando la navaja por el filo.

– La rebelión de Su Heredero supone un doloroso contratiempo para el roya de Ibra -dijo Cazaril, haciendo honor a la verdad, pero con estudiada neutralidad. El viejo Zorro de Ibra había traicionado a Chalion en demasiadas ocasiones en los últimos treinta años como para ser considerado otra cosa que un amigo dudoso y un peligroso enemigo, aunque si esta horrorosa guerra intermitente con su propio hijo era el castigo divino a su duplicidad, sin duda era prudente profesar temor a los dioses-. Desconozco cómo piensa el roya Orico, pero yo diría que respaldar la juventud frente a la veteranía no es apostar sobre seguro. Si no pactan de nuevo, el tiempo decidirá. Si el viejo derrota a su hijo, será como si se derrotara a sí mismo.

– Esta vez no. Ibra tiene otro hijo. -El delegado prodigó miradas furtivas a los lados antes de acercarse a Cazaril, bajando la voz-. Hecho que no ha escapado a la atención del Heredero. A fin de guardarse las espaldas, atacó a su hermano menor el otoño pasado, un asalto mezquino y secreto… aunque ahora afirma que no fue él el que dio la orden, sino que fue obra de unos lacayos que tergiversaron no sé qué imprudentes palabras. Yo diría que sabían demasiado bien lo que se hacían. El intento de secuestro del joven róseo Bergon salió mal, gracias a los dioses, y Bergon fue rescatado. Pero el Heredero al fin ha conseguido que la clemencia de su padre toque a su fin. Esta vez no habrá paz entre ellos, a menos que Ibra del Sur se rinda.

– Lamento oír eso -dijo Cazaril-. Espero que al final impere el sentido común.

– Sí -convino el delegado. Esbozó una sonrisa de seco aprecio, quizá, por la renuencia de Cazaril a pronunciarse a favor de uno u otro bando, y optó por aparcar su patente intento de persuasión.

La comida del Zangre era soberbia, y dejó a Cazaril casi bizco de satisfacción. La corte se retiró a la cámara en la que iba a tener lugar el baile, donde el roya Orico no tardó en quedarse dormido en su asiento, para envidia de Cazaril. Los músicos de palacio eran excelentes, como siempre. La royina Sara tampoco bailó, pero su frío semblante se suavizó ante el aparente disfrute que le producía la música, y marcaba el ritmo con la mano sobre el brazo de la silla. Cazaril se llevó su pesada digestión a una pared lateral, apoyó los hombros cómodamente, y vio a la gente más joven y vigorosa, o menos ahíta, pasear, girar e inclinarse graciosamente al delicado compás. Ni Iselle, ni Betriz, ni siquiera Nan de Vrit andaban faltas de parejas de baile.

Cazaril frunció el ceño cuando Betriz ocupó su lugar en la figura con su tercer, no, su quinto joven señor. La royina Ista no había sido el único progenitor que lo había arrinconado antes de salir de Valenda; también sir de Ferrej había departido con él. Vela por Betriz, le había rogado. Tendría que estar con su madre, o con otra dama mayor que supiera cómo es el mundo, pero por desgracia… De Ferrej se debatía entre el miedo al desastre y la esperanza de una oportunidad. Precávela contra los hombres indignos, los jaraneros, los advenedizos sin tierras, ya sabes a quiénes me refiero. Cazaril no pudo evitar preguntarse si se refería a los hombres como él. Por otra parte, si conociera a alguien decente, honorable, no me opondría a que siguiera los dictados de su corazón… ya sabes, un buen camarada, como, oh, digamos, tu amigo el marzo de Palliar… Aquel ejemplo despreocupado no había acabado de sonar improvisado a oídos de Cazaril. ¿Se había hecho Betriz secretas ilusiones? Palli, lamentablemente, no se encontraba allí esa noche, pues había tenido que regresar a su distrito tras instalar a lord Dondo en su santo generalato. Cazaril habría agradecido la presencia de un rostro conocido y amigable en medio de aquel gentío.

Captó un movimiento por el rabillo del ojo, y reparó en una cara familiar y una fría sonrisa, aunque no era ése el rostro que había deseado ver. Jironal lo saludó con una ligera reverencia; se apartó de la pared y correspondió al gesto. Su ingenio se abrió paso en medio de la bruma levantada por la comida y el vino hasta ponerlo sobre alerta.

– De Cazaril. Sois vos. Os dábamos por muerto.

Seguro que sí.

– No, mi lord. Escapé.

– Algunos de vuestros amigos se temían que hubierais desertado…

Ninguno de mis amigos se temería algo así.

– Pero los roknari dijeron que habíais muerto.

– Una ruin mentira, sir. -Omitió decir de quién era la mentira, sofrenando su audacia-. Me vendieron a las galeras con los hombres que no fueron rescatados.

– ¡Tamaña vileza!

– Eso mismo pensé yo.

– Es un milagro que sobrevivierais a tan dura prueba.

– Sí. Lo fue. -Cazaril parpadeó, y ensayó una cándida sonrisa-. ¿Recuperasteis al menos el dinero del rescate, en retribución por la mentira? ¿O se lo embolsó algún ladrón? Me gustaría pensar que alguien pagó caro el ardid.

– No lo recuerdo. De eso se ocuparía el maestre contable.

– Bueno, fue una espantosa equivocación, pero todo ha acabado bien.

– Por cierto. Tenéis que hablarme de vuestras aventuras, en alguna ocasión.

– Cuando lo deseéis, mi lord.

De Jironal asintió austeramente, risueño, y prosiguió su camino, evidentemente tranquilizado.

Cazaril sonrió para sí, satisfecho de su autocontrol… si es que no lo confundía con miedo cerval. Se diría que sería capaz de sonreír, y seguir sonriendo, sin abalanzarse sobre la garganta del mendaz villano… Aún tendré madera de cortesano, ¿eh?

Apaciguados sus mayores temores, Cazaril abandonó su fútil intento de pasar desapercibido y se animó a pedir un baile a lady Betriz. Sabía que era alto y desgarbado, carente de gracia, pero por lo menos no deambulaba ebrio haciendo eses, lo que a esas alturas le confería ventaja sobre la mitad de los jóvenes presentes. Por no hablar de lord Dondo de Jironal, que después de monopolizar a Iselle en la pista durante algún tiempo, se había alejado con su caterva de alborotados aduladores para buscar placeres más escabrosos o un pasillo tranquilo en el que vomitar. Cazaril esperaba que fuera esto último. Los ojos de Betriz resplandecían de exultación mientras formaba las figuras con él.

Al cabo, Orico despertó, los músicos perdieron su brío, y la velada tocó a su fin. Cazaril movilizó a los pajes, a lady Betriz y a la señora de Vrit para recaudar el botín de Iselle y trasladarlo a lugar seguro. Teidez, desdeñando el baile, se había dado un atracón del espectacular surtido de dulces en detrimento del vino, aunque de Sanda seguiría teniendo que ocuparse de un violento caso de indisposición antes del amanecer como resultado. Pero estaba claro que el muchacho estaba más ebrio de atención que de alcohol.

– ¡Lord Dondo me ha dicho que parece que tengo dieciocho años! -dijo a Iselle, triunfante. El estirón que había pegado el verano pasado y que lo había encumbrado por encima de su hermana mayor le había dado pie para cacarearse en ocasiones, y para que Iselle lo ignorara siempre con un bufido. Ahora caminaba al trote hacia su dormitorio sin que sus pies tocaran apenas el suelo.

Betriz, con las manos llenas de joyas, preguntó a Cazaril mientras colocaban las alhajas en las cajas con cerradura de la antecámara de Iselle: