Shevek sonrió.
—¿De mi gobierno?
—Sabemos que nominalmente no hay gobierno en Anarres. Sin embargo, hay sin duda un ente administrativo. Y tenemos entendido que el grupo que lo envió, ese sindicato de ustedes, es algo así como una facción, quizá una facción revolucionaria.
—Todo el mundo es revolucionario en Anarres, Oiie… La red administrativa y organizadora es la llamada CPD, Coordinadora de Producción y Distribución. Un sistema coordinado que abarca todos los sindicatos, federaciones e individuos que llevan a cabo el trabajo productivo. No gobierna a las personas; administra la producción. No tiene autoridad para respaldarme o para detenerme. Sólo puede decirnos qué opina la gente sobre nosotros: cómo nos ve la conciencia social. ¿Es esto lo que desean saber? Y bien, mis amigos y yo no contamos con la aprobación de todos. La mayoría de la gente de Anarres no desea saber cómo es la vida en Urras. Le temen y no quieren tener ninguna relación con el propietariado. ¡Lamento tener que decirlo con rudeza! Lo mismo ocurre aquí con alguna gente ¿no es así? El desprecio, el miedo, el tribalismo. Pues bien, he venido para empezar a cambiar este estado de cosas.
—Exclusivamente por propia iniciativa —dijo Oiie.
—Es la única iniciativa que admito —dijo Shevek, sonriendo, y mortalmente serio.
Pasó los dos o tres días siguientes conversando con los científicos que iban a verlo, leyendo los libros que le había llevado Pae, y a ratos al pie de las ventanas de doble arco, mirando cómo llegaba el verano al valle, y escuchando los coloquios dulces y breves de aquellos cantores aéreos. Pájaros: ahora sabía cómo se llamaban, y los había visto en las láminas de los libros, pero todavía, cada vez que cantaban, o alcanzaba a oír un rápido aleteo entre los árboles, se maravillaba como un niño.
Había imaginado que iba a sentirse tan extraño aquí, en Urras, perdido, tan ajeno a todo, y confundido… y no sentía nada semejante. Naturalmente, había una infinidad de cosas que no comprendía. Apenas empezaba ahora a darse cuenta: esta sociedad increíblemente complicada, con todas esas naciones, clases, castas, cultos y costumbres, con una historia magnífica, aterradora, interminable. Y cada individuo que conocía era una caja de sorpresas. No eran, sin embargo, los egoístas vulgares, fríos, que había esperado encontrar: eran tan complejos y diversos como la cultura, como el paisaje de ese mundo; y eran inteligentes; y eran bondadosos. Lo trataban como a un hermano. Hacían todo lo posible para que no se sintiese perdido, un extraño, para que se sintiese a gusto. Y se sentía a gusto. No podía evitarlo. El mundo entero, la levedad del aire, las puestas de sol allá entre las colinas, aun la mayor gravedad que parecía pesarle en el cuerpo, todo le confirmaba que éste era en verdad el hogar, el mundo de los de su raza; y toda aquella belleza era un patrimonio heredado.
El silencio, el silencio absoluto de Anarres: pensaba en él por las noches. Allí no había pájaros que cantaran. Las únicas voces eran las humanas. Silencio, y tierras yermas.
El tercer día el viejo Airo le llevó una pila de periódicos. Pae, que solía acompañar a Shevek, no hizo ningún comentario, pero cuando el viejo se marchó, le dijo a Shevek:
—Una basura inmunda, estos periódicos, señor. Divertidos, pero no crea nada de cuanto lea en ellos.
Shevek tomó el que estaba más arriba. Era un periódico mal impreso, en papel de mala calidad: el primer objeto toscamente fabricado que encontraba en Urras. Se parecía en realidad a los boletines e informes regionales de la CPD, que hacían las veces de periódicos en Anarres, pero el estilo era muy diferente del de aquellas publicaciones prácticas y concretas. Estaba plagado de signos de exclamación y de figuras. Había una foto de Shevek delante de la nave del espacio, y Pae junto a él tomándole el brazo con el ceño fruncido. ¡PRIMER VISITANTE DE LA LUNA! decía en grandes letras el copete de la foto. Fascinado, Shevek siguió leyendo.
¡Sus primeros pasos en la Tierra! El primer visitante de la Colonia de Anarres en 170 años, el doctor Shevek, fue fotografiado ayer a su llegada a Urras a bordo del carguero regular de la Flota Lunar, en el puerto de Peier, El distinguido científico, ganador del Premio Seo Oen por servicios prestados a todas las naciones en el campo de k ciencia, ha aceptado una cátedra en la Universidad de Ieu Eun, un honor nunca conferido hasta ahora a un extramundano. Cuando le preguntamos qué había sentido al ver Urras por primera vez, el alto y distinguido físico respondió: «Es para mí un gran honor haber sido invitado a este hermoso planeta. Espero que esto sea el principio de una nueva era de amistad omnicetiana en la cual los Planetas Gemelos progresarán juntos en una unión fraterna».
—¡Pero yo no dije absolutamente nada! —protestó Shevek.
—Claro que no. No permitimos que se le acercara esa pandilla. ¡Pero eso no frena la imaginación volandera de un periodista! Todos informarán que usted ha dicho lo que ellos quieran hacerle decir, ¡no importa lo que usted diga, o no diga!
Shevek se mordió el labio.
—Bueno —dijo al fin—, si hubiese dicho algo, no habría sido muy distinto. Pero ¿qué significa omnicetiano?
—Los terranos nos llaman «cédanos». Creo que procede del nombre que le dan a nuestro sol. La prensa popular la ha adoptado recientemente, es una especie de moda.
—¿Entonces el término «omnicetiano» significa Urras y Anarres?
—Me imagino que sí —dijo Pae con una evidente falta de interés.
Shevek continuó con la lectura de los periódicos. Leyó que era un hombre de estatura gigantesca, que no se afeitaba y que llevaba una «melena» de cabellos grises, que tenía cuarenta y siete, cuarenta y tres, y cincuenta y seis años; que había escrito una notable obra de física intitulada (la grafía dependía del periódico) Príncipes de la Simultaneidad o Principio de la Similaridad, y que era un embajador de buena voluntad del gobierno odoniano, que no comía carne, y que como todos los anarresti no bebía nunca. Al leer esto, se rió con tantas ganas que empezaron a dolerle las costillas.
—¡Vaya si tienen imaginación! ¿Creen que vivimos del vapor de agua, como los líquenes?
—Quieren decir que ustedes no beben licores alcohólicos —dijo Pae, también riendo—. Lo único que todo el mundo sabe acerca de los odonianos es, supongo, que no beben alcohol. A propósito, ¿es cierto eso?
—Algunos destilan alcohol de la raíz fermentada del holum, para beberlo. Dicen que les libera el inconsciente, como el entrenamiento de las ondas cerebrales. La mayoría prefiere esto último; es algo sencillo y no produce ninguna enfermedad. ¿Es común aquí?
—Beber es común. Pero no sé nada de esa enfermedad. ¿Cómo la llaman?
—Alcoholismo, me parece.
—Ah, ya veo… Pero ¿qué hace la población trabajadora de Anarres para animarse, y olvidar por una noche las penas del mundo?
Shevek parecía perplejo.
—Bueno, nosotros… no sé. Tal vez nuestras penas son ineludibles.
—Curioso —dijo Pae, y sonrió, encantador.
Shevek continuó leyendo. Uno de los periódicos estaba escrito en un idioma que desconocía, y otro en un alfabeto totalmente distinto. El primero era de Thu, le explicó Pae, y el otro de Benbili, una nación del hemisferio occidental. El periódico thuviano estaba bien impreso y era de formato sobrio; Pae le explicó que se trataba de una publicación del gobierno.
—Aquí, en A-Io, la gente educada se entera de las noticias por el telefax, la radio y la televisión, y las revistas semanales. Estos periódicos los leen casi exclusivamente las clases bajas, escritos por iletrados para iletrados, como podrá ver. En A-Io hay absoluta libertad de prensa, lo que significa, como es lógico, que tenemos un montón de basura. El periódico thuviano está mucho mejor escrito, pero informa sólo de aquellos hechos que a la Junta Permanente le interesa que se sepan. En Thu la censura es total. El Estado es todo, y todo es para el Estado. Un sitio poco apropiado para un odoniano ¿eh, señor?