– Ésa sí que te la acabas de inventar -dijo Belano.
– No, te lo juro. Un moloso, en la métrica clásica, es un pie formado por tres sílabas largas en seis tiempos. El ictus puede recaer en la primera y tercera sílabas o sólo en la segunda. Tiene que combinarse con otros pies para formar metro.
– ¿Qué es un ictus? -dijo Belano.
Lima abrió la boca y luego la volvió a cerrar.
– Un ictus -dije yo-, es la pulsación, el compás temporal. Ahora debería hablarles del arsis, que en la métrica románica es el tiempo fuerte del pie, es decir la sílaba sobre la que recae el ictus, pero mejor seguimos con las preguntas. Ahí les va una fácil, al alcance de cualquiera. ¿Qué es un bisílabo?
– Un verso de dos sílabas -dijo Belano.
– Muy bien, ya era hora -dije yo-. De dos sílabas. Muy raro y además el más corto posible en la métrica española. Casi siempre aparece ligado a versos más largos. Ahora uno difícil. ¿Qué es el asclepiadeo?
– Ni idea -dijo Belano.
– ¿Asclepiadeo? -dijo Lima.
– Viene de Asclepíades de Samos, que fue el que más lo usó, aunque también lo emplearon Safo y Alceo. Tiene dos formas: el asclepiadeo menor es de doce sílabas distribuidas en dos cola (miembros) eólicos, el primero formado por un espondeo, por un dáctilo y por una sílaba larga, el segundo por un dáctilo y por una dipodia trocaica cataléctica. El asclepiadeo mayor es un verso de dieciséis sílabas por la inserción entre los dos cola eólicos de una dipodia dactilica cataléctica in syllabam.
Empezamos a salir del DF. íbamos a más de ciento veinte por hora.
– ¿Qué es una epanalepsis?
– Ni idea -oí que decían mis amigos.
El coche pasó por avenidas oscuras, barrios sin luz, calles en donde sólo había niños y mujeres. Luego volamos por barrios en donde aún celebraban el fin de año. Belano y Lima miraban hacia delante, hacia el camino. Lupe tenía la cabeza pegada al cristal de la ventana. Me pareció que se había quedado dormida.
– ¿Y qué es una epanadiplosis? -Nadie me contestó-. Es una figura sintáctica que consiste en la repetición de una palabra al principio y al final de una frase, de un verso o de una serie de versos. Un ejemplo: Verde que te quiero verde, de García Lorca.
Durante un rato estuve callado y me puse a mirar por la ventana. Tuve la impresión de que Lima se había perdido, pero por lo menos no nos seguía nadie.
– Sigue -dijo Belano-, alguna sabremos.
– ¿Qué es una catacresis? -dije.
– Ésa me la sabía, pero se me ha olvidado -dijo Lima.
– Es una metáfora que ha entrado en el uso normal y cotidiano del lenguaje y que ya no se percibe como tal. Ejemplos: ojo de aguja, cuello de botella. ¿Y una arquiloquea?
– Ésa sí que me la sé -dijo Belano-. Es la forma métrica que usaba Arquíloco, seguro.
– Gran poeta -dijo Lima.
– Pero en qué consiste -dije yo.
– No lo sé, te puedo recitar de memoria un poema de Arquíloco, pero no sé en qué consiste una arquiloquea -dijo Belano.
Así que les dije que una arquiloquea era una estrofa de dos versos (dístico), y que podía presentar varias estructuras. La primera estaba formada por un hexámetro dactilico seguido de un trímetro dactilico cataléctico in syllabam. La segunda… pero entonces comencé a quedarme dormido y me escuché hablar o escuché mi voz que resonaba en el interior del Impala diciendo cosas como dímetro yámbico o tetrámetro dactilico o dímetro trocaico cataléctico. Y entonces escuché que Belano recitaba:
Corazón, corazón, si te turban pesares
invencibles, ¡arriba!, resístele al contrario
ofreciéndole el pecho de frente, y al ardid
del enemigo oponte con firmeza. Y si sales
vencedor, disimula, corazón, no te ufanes,
ni, de salir vencido, te envilezcas llorando en casa.
Y entonces yo abrí los ojos con gran esfuerzo y Lima preguntó si aquellos versos eran de Arquíloco. Belano dijo simón y Lima dijo qué gran poeta o qué poeta más chingón. Después Belano se dio vuelta y le explicó a Lupe (como si a ella le importara) quién había sido Arquíloco de Paros, poeta y mercenario, que vivió en Grecia alrededor del 650 antes de Cristo, y Lupe no dijo nada, lo que me pareció un comentario muy apropiado. Después me quedé medio dormido, la cabeza apoyada en la ventana, y escuché que Belano y Lima hablaban de un poeta que escapaba del campo de batalla, sin importarle la vergüenza y el deshonor que tal acto acarreaba, al contrario, vanagloriándose de él. Y entonces yo empecé a soñar con un tipo que atravesaba un campo de huesos y el tipo en cuestión no tenía rostro o al menos yo no podía verle el rostro porque lo observaba desde lejos. Yo estaba bajo una colina y apenas había aire en ese valle. El tipo iba desnudo y tenía el pelo largo y al principio pensé que se trataba de Arquíloco pero en realidad podía ser cualquiera. Cuando abrí los ojos aún era noche cerrada y ya habíamos salido del DF.
– ¿Dónde estamos? -dije.
– En la carretera de Querétaro -dijo Lima.
Lupe también estaba despierta y miraba con ojos que parecían insectos el paisaje oscuro del campo.
– ¿Qué miras? -le dije.
– El carro de Alberto -dijo ella.
– No nos sigue nadie -dijo Belano.
– Alberto es como un perro. Tiene mi olor y me va a encontrar -dijo Lupe.
Belano y Lima se rieron.
– ¿Cómo te va encontrar si desde que salimos del DF no he bajado de los ciento cincuenta kilómetros? -dijo Lima.
– Antes de que amanezca -dijo Lupe.
– A ver -dije-, ¿qué es una albada?
Ni Belano ni Lima abrieron la boca. Supuse que estaban pensando en Alberto, así que yo también me puse a pensar en él. Lupe se rió. Sus ojos de insecto me buscaron:
– A ver, sabelotodo, ¿sabes tú qué es un prix?
– Un toque de marihuana -dijo Belano sin volverse.
– ¿Y qué es muy carranza?
– Alguien que es viejo -dijo Belano.
– ¿Y lurias?
– Déjame que conteste yo -dije, pues todas las preguntas en realidad iban dirigidas a mí.
– Bueno -dijo Belano.
– No lo sé -dije tras pensar un rato.
– ¿Tú lo sabes? -dijo Lima.
– Pues no -dijo Belano.
– Loco -dijo Lima.
– Eso es, loco. ¿Y jincho?
Ninguno de los tres lo sabíamos.
– Si es muy fácil. Jincho es indio -dijo Lupe riéndose-. ¿Y qué es la grandiosa?
– La cárcel -dijo Lima.
– ¿Y quién es Javier?
Un convoy de cinco camiones de transporte pasó por el carril de la izquierda en dirección al DF. Cada camión parecía un brazo quemado. Durante un instante sólo se escuchó el ruido de los camiones y el olor a carne chamuscada. Después la carretera se sumió otra vez en la oscuridad.
– ¿Quién es Javier? -dijo Belano.
– La policía -dijo Lupe-. ¿Y la macha chaca?
– La marihuana -dijo Belano.
– Ésta es para García Madero -dijo Lupe-. ¿Qué es un guacho de orégano?
Belanoy Lima se miraron y sonrieron. Los ojos de insecto de Lupe no me miraban a mí sino a las tinieblas que se desplegaban amenazantes por la ventana trasera. A lo lejos vi las luces de un coche, luego las de otro.
– No lo sé -dije, mientras imaginaba el rostro de Alberto: una nariz gigantesca que venía tras nosotros.
– Un reloj de oro -dijo Lupe.
– ¿Y un carcamán? -dije yo.
– Un carro, pues -dijo Lupe.
Cerré los ojos: no quería ver los ojos de Lupe y apoyé la cabeza en mi ventana. Vi en sueños el carcamán negro, imparable, en donde viajaba la nariz de Alberto y uno o dos policías de vacaciones dispuestos a rompernos la madre.