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La maestra le explica a la vieja en su lengua que nosotros queremos saber noticias de Cesárea Tinajero. La vieja escucha a la maestra y nos mira y dice: huy. Belano y Lima se miran durante un segundo y yo sé que están pensando si el huy de la vieja querrá decir algo en pápago o es la exclamación en que todos estamos pensando. Buena persona, dice la vieja. Vivió con un buen hombre. Los dos buenos. La maestra nos mira y sonríe. ¿Cómo era ese hombre?, dice Belano indicando mediante gestos diferentes estaturas. Mediano, dice la vieja, flaquito, mediano, ojos claritos. ¿Claritos así?, dice Belano cogiendo una rama almendrada de la pared. Claritos así, dice la vieja. ¿Mediano así?, dice Belano señalando con el índice una estatura más bien baja. Medianito, sí, dice la vieja. ¿Y Cesárea Tinajero?, dice Belano. Sola, dice la vieja, se fue con su hombre y volvió sola. ¿Cuánto tiempo estuvo aquí? El tiempo de la escuela, buena maestra, dice la vieja. ¿Un año?, dice Belano. La vieja mira a Belano y a Lima como si no los viera. A Lupe la mira con simpatía. Le pregunta algo en pápago. La maestra traduce: ¿cuál de ellos es tu hombre? Lupe sonríe, no la veo, está a mi espalda, pero sé que sonríe, y dice: ninguno. Ella tampoco tenía hombre, dice la vieja. Un día se fue acompañada y otro día volvió sola. ¿Siguió siendo maestra?, dice Belano. La vieja dice algo en pápago. Vivía en la escuela, traduce la maestra, pero ya no daba clases. Ahora las cosas son mejores, dice la vieja. No te creas, dice la maestra. ¿Y después qué pasó? La vieja habla en pápago, hila palabras que solo la maestra entiende, pero nos mira a nosotros y al final sonríe. Vivió un tiempo en la escuela y después se marchó, dice la maestra. Parece ser que adelgazó mucho, estaba en los huesos, pero no estoy muy segura, ella confunde algunas cosas, dice la maestra. Por otra parte, si tenemos en cuenta que no trabajaba, que no tenía un sueldo, me parece normal que adelgazara, dice la maestra. No le debía sobrar dinero para comer. Comía, dice la vieja de repente y todos damos un salto. Yo le daba comida, mi mamá le daba comida. Ella estaba en los puros huesos. Los ojos hundidos. Parecía un coralillo. ¿Un coralillo?, dice Belano. Un micruroides euryxanthus, dice la maestra, una serpiente venenosa. Ya se ve que eran muy amigas, dice Belano. ¿Y cuándo se marchó? Después de un tiempo, dice la vieja sin especificar a cuánto tiempo se refería. Para los pápagos, dice la maestra, más o menos tiempo es casi equivalente a más o menos eternidad. ¿Y cómo estaba cuando se marchó?, dice Belano. Delgada como un coralillo, dijo la vieja.

Más tarde, poco antes de que anocheciera, la vieja nos acompañó a El Cubo a enseñarnos la casa en donde había vivido Cesárea Tinajero. Estaba cerca de unos corrales que se caían de viejos, las maderas de las trancas podridas, junto a una choza en donde probablemente guardaban utensilios de labranza aunque ahora estaba vacía. La casa era pequeña, con un patio reseco al lado, y cuando llegamos vimos luz a través de su única ventana delantera. ¿Llamamos?, dijo Belano. No tiene ningún sentido, dijo Lima. Así que volvimos caminando otra vez, por entre las lomas, hasta la casa de la vieja pápago y le agradecimos todo lo que había hecho por nosotros y luego le dimos las buenas noches y volvimos solos a El Cubo aunque en realidad la que se quedaba sola era ella.

Esa noche dormimos en casa de la maestra. Después de comer Lima se puso a leer a William Blake, Belano y la maestra se fueron a dar una vuelta por el desierto y al regresar se metieron en la habitación de ella, y Lupe y yo, después de lavar los platos, salimos a fumarnos un cigarrillo mirando las estrellas e hicimos el amor en el interior del Impala. Cuando volvimos a entrar a la casa encontramos a Lima dormido en el suelo, con el libro entre las manos, y un murmullo familiar que provenía de la habitación de la maestra y que nos indicaba que ni ella ni Belano iban a volver a aparecer en lo que quedaba de noche. Así que tapamos a Lima con una manta, preparamos nuestra cama en el suelo y apagamos la luz. A las ocho de la mañana la maestra entró en su habitación y despertó a Belano. El retrete estaba en el patio trasero. Al volver, las ventanas estaban abiertas y sobre la mesa había café de olla.

Nos despedimos en la calle. La maestra no quiso que la lleváramos en coche hasta la escuela. Cuando regresábamos a Hermosillo tuve la sensación no sólo de haber recorrido ya estas pinches tierras sino de haber nacido aquí.

23 de enero

Hemos visitado el Instituto Sonorense de Cultura, el Instituto Nacional Indigenista, la Dirección General de Culturas Populares (Unidad Regional Sonora), el Consejo Nacional de Educación, el Archivo de la Secretaría de Educación (Área Sonora), el Instituto Nacional de Antropología e Historia (Centro Regional Sonora), y la Peña Taurina Pilo Yáñez por segunda vez. Sólo en esta última hemos sido bien recibidos. Las pistas de Cesárea Tinajero aparecen y se pierden. El cielo de Hermosillo es rojo sangre. A Belano le pidieron los papeles, sus papeles, cuando él reclamaba los viejos libros de los maestros rurales en donde debía de estar escrito el destino que le tocó a Cesárea después de marcharse de El Cubo. Los papeles de Belano no están en regla. Una secretaria de la universidad le dijo que por menos podía ser deportado. ¿Adonde?, gritó Belano. Pues a su país, joven, dijo la secretaria. ¿Es usted analfabeta?, dijo Belano, ¿no ha leído ahí que soy chileno?, ¡mejor sería pegarme un tiro en la boca! Llamaron a la policía y nosotros salimos corriendo. No tenía idea de que Belano estuviera ilegal en el país.

24 de enero

Belano está cada día más nervioso y Lima más ensimismado. Hoy vimos a Alberto y a su amigo policía. Belano no lo vio o no lo quiso ver. Lima sí lo vio, pero le da igual. Sólo a Lupe y a mí nos preocupa (y mucho) el previsible encontronazo con su antiguo padrote. No pasa nada grave, dijo Belano para zanjar la discusión, al fin y al cabo nosotros los doblamos en número. Yo me puse a reír de los nervios que tenía. No soy cobarde, pero tampoco soy suicida. Ellos van armados, dijo Lupe. Yo también, dijo Belano. Por la tarde me mandaron a mí a los Archivos de Educación. Dije que estaba escribiendo un artículo para una revista del DF sobre las escuelas rurales de Sonora en la década de los treinta. Qué reportero más jovencito, dijeron las secretarias que se pintaban las uñas. Encontré la siguiente pista: Cesárea Tinajero había sido maestra durante los años 1930-1936. Su primer destino fue El Cubo. Después estuvo de maestra en Hermosillo, en Pitiquito, en Bábaco y en Santa Teresa. A partir de allí había dejado de pertenecer al cuerpo de maestros del estado de Sonora.

25 de enero

Según Lupe, Alberto ya sabe dónde estamos, en qué pensión vivimos, en qué coche viajamos y sólo espera el momento propicio para caernos por sorpresa. Fuimos a ver la escuela de Hermosillo en donde Cesárea había trabajado. Preguntamos por viejos maestros de los años treinta. Nos dieron la dirección del antiguo director. Su casa estaba junto a la ex penitenciaria del estado. El edificio es de piedra. Tiene tres plantas y una torre que sobresale de las demás torres de vigilancia y que produce en quien la observa una sensación de opresión. Una obra arquitectónica destinada a perdurar, dijo el director.

26 de enero

Viajamos a Pitiquito. Hoy Belano ha dicho que tal vez lo mejor sería volver al DF. A Lima le da igual. Dice que al principio se cansaba de tanto conducir pero que ahora le ha cogido gusto al volante. Incluso hasta cuando está dormido, se sueña manejando el Impala de Quim por estos caminos. Lupe no habla de volver al DF pero dice que lo mejor sería escondernos. Yo no quiero separarme de ella. Tampoco tengo planes. Adelante, entonces, dice Belano. Las manos, lo noto cuando me inclino hacia el asiento delantero para pedirle un cigarrillo, le tiemblan.