Sus buenas intenciones se volvieron contra él. No fueron los rasgos delicados, etéreos, de Emma los que se materializaron entre las sombras.
Fue el rostro delgado y cínico de su hermano mayor, el teniente coronel Heath Boscastle, que se quedó mirando fijamente a Adrian varios segundos, significativamente, antes de preguntar con sonrisa cautelosa. -¿Disculparte por qué, exactamente?
Un caballero menos experimentado se hubiera derrumbado bajo esa tensa mirada de esfinge. Adrian recordó los rumores de espías franceses que hablaban en secreto de su respeto por el enigmático inglés de hablar suave, que nunca se había quebrado bajo tortura.
A menudo Adrian se preguntaba lo que su valor le habría costado personalmente a Heath. No lo sabría nunca nadie. Heath era el tipo de hombre que se encogía de hombros, ya sea con los elogios o con el reconocimiento de lo que él consideraba su deber. Presumía saber que se llevaría sus secretos a la tumba. Era un buen oficial.
De hecho, Adrian más de una vez había lamentado no haberse alistado con los militares británicos y haber peleado junto a los hermanos Boscastle y sus iguales. Él nunca formó lazos de camaradería con sus pares, como otros oficiales nobles. Pero bueno, él había estado huyendo de su identidad aristocrática. De hecho, se había ido de Inglaterra a los dieciséis; su vida era insoportable por las pullas de su padre. Había conocido a Heath poco después, en una academia militar prusiana. Heath había continuado hacia una tranquila pero privada gloria. Adrian se había entregado a la aventura y a la gloria más oscura.
Sin embargo todavía recordaba la última conversación que había tenido con el hombre que ahora reclamaba ser su padre, Guy Fulham, Duque de Scarfield. Bueno, había tratado de escuchar a hurtadillas, hasta que Scarfield lo había pillado, agarrado del cuello y humillado en medio de una fiesta en la casa.
– Mírenlo, escuchando por la cerradura, como un sucio ladronzuelo. Pero no debería sorprenderme, ¿verdad? Tu madre no era sino una puta, y tu padre natural un soldado. Por favor, si ni siquiera era un oficial. Sólo un ordinario, ignorante soldado, que ni siquiera tuvo la habilidad de sobrevivir un año en el campo de batalla.
Su vida había empezado a tener sentido en ese momento. Su padre se había alejado de Adrian desde la muerte de su madre cuatro años antes. No había tardado mucho tiempo en darse cuenta de unos cuantos hechos indeseables, y entender su lugar en el mundo. No compartía sangre con el viejo duque, y él lo quería fuera de su vida. Poco después los abusos y la maligna negligencia del hombre que él creía su padre, tomaron dramático sentido. Constance, su joven madre, aparentemente había tenido un amante, un soldado raso de paso por el pueblo, y por eso el duque odiaba la presencia de Adrian.
El viejo cabrón pensó que su heredero era un bastardo.
La revelación debería haber quebrado el espíritu de Adrian. Otro muchacho se habría avergonzado, al recordársele repetidamente que era producto de una relación adúltera. En vez de eso, se alegró infinitamente. Le proporcionó un nuevo propósito a su vida. Decidió llegar a ser un soldado valeroso con ansias de sangre, como su verdadero padre. Le mostraría al duque lo que pensaba de su cerrado y anticuado mundo. Llegaría a ser un gran militar aventurero, rico y poderoso, y haría ostentación de sus éxitos bajo las narices de la aristocracia.
Solo que el resultado no había sido ese. Venganza. Como Adrian había descubierto, nunca resultaba Pero una vez que se puso en marcha, no hubo vuelta atrás. Era tan víctima de su venganza, como autor.
No había contado con que el resto del mundo no iba a estar precisamente de acuerdo con sus planes. O él mismo. Pelear le había quitado a golpes casi toda la rabia. De hecho, se había saciado de tanta violencia, que se había vuelto insensible.
De acuerdo, había tenido aventuras militares. Solo que su reputación era de mercenario, no de héroe. Había entrenado soldados nativos para reforzar las fuerzas británicas, y había sofocado a insurgentes en la batalla contra el avance de los franceses en las colonias. Los gobernantes, que apreciaban haber escapado a los cuchillos asesinos, le habían recompensado con oro, rupias y diamantes. Había protegido los derechos comerciales de la Compañía de las Indias Orientales, y sus intereses mercantiles en Bombay, Madras, China, Persia e India. Se había creado la reputación de pelear en cualquier parte por un precio.
Y entonces, hacía un año más o menos, el duque había tenido el descaro de pedirle que volviera a casar, declarando estar aquejado de una enfermedad mortal. Le escribió que esperaba que hicieran las paces. ¿Su casa? Infiernos, él solo había vuelto a Inglaterra porque sería una locura rehusar una herencia que era suya por derecho. Ninguna otra razón, excepto que estaba listo para establecerse.
¿Y si quería reclamar a una mujer prohibida para él por sus lazos de amistad?
– Adrian.
Él miró hacia arriba, malhumorado por el leve reproche en la voz de su anfitrión.
– Te pregunté por qué te estás disculpando.
– ¿Disculpando? Ah. -Frunció el ceño. El golpe de la cabeza debía haberle alterado el cerebro, después de todo. Raramente le daba vueltas al pasado-. Bueno, lo siento por todas las molestias. Es bochornoso que te rompan una silla en la cabeza y terminar mimado como una virgen vestal.
Heath suspiró. -Estabas defendiendo a mi hermana. No necesitas disculparte por eso.
Adrian miró al otro hombre frunciendo el ceño. -Excepto que lo estropeé, el verdadero culpable se escabulló, y me desmayé a los pies de tu hermana como una niña. De hecho, ahora que lo pienso, tengo en mente terminar lo que comencé. ¿Dónde reside Sir William?
Heath negó con la cabeza. -Drake y Devon estaban planeando desayunar con él cuando Emma pidió ayuda. Ella no se inclina hacia el escándalo como los demás. Ignóralo por ella.
– No necesito a nadie más -dijo acalorado-. Puedo desafiarle solo. O no.
Heath rió. -En realidad, amigo, me temo que no seas capaz ni de ponerte en pie por ti mismo en estos momentos, y menos aun luchar en un duelo.
– Maldito sea el infierno -dijo Adrian suavemente-. ¿Vas a insistir en que me quede?-
– Creo que necesitas otra cucharada de ese sedante.
– Creo que necesito la botella entera.
CAPÍTULO 06
Emma subió volando las escaleras, lo que se había convertido en un calmante ritual nocturno. Heath, generosamente había reabierto la última planta de su casa de la ciudad, como dormitorios privados para las pupilas internas. Por un breve período, su hermano menor Devon también la había permitido usar su casa para su escuela, pero Heath podía proveer de alojamientos más espaciosos, y como él y su esposa julia viajaban a menudo, éste era un arreglo más conveniente. Naturalmente, Emma esperaba establecer la academia algún día en un lugar propio. Ahora que sus hermanos habían encontrado pareja, bueno, ya era hora. Esperaba que para finales del verano pudiera decidirse por un lugar en el campo.
Por primera vez el pensamiento de sus pupilas y sus caras frescas, esperanzadas y a veces impertinentes, fracaso en despertar su espíritu luchador. Las había traicionado con su desliz de esa noche. Se había transformado en el más espantoso de todos los males de la sociedad; una hipócrita, y tal vez en algo peor.
No se atrevía a ponerle nombre, pero lo hecho, hecho estaba. Lo más asombroso había sido la facilidad con la que se había perdido en el placer sensual. No se creía capaz de tal goce físico.
Hizo una pausa en el umbral de la ordenada antecámara del ático, para calmarse. Ahora tenían trece chicas. Suficientes, pensó distraídamente, para una reunión de brujas. Verdaderamente, ideaban suficientes travesuras como para alterar a su directora.
En la última quincena, otras cuatro señoritas que vivían fuera de Londres habían presentado solicitudes para entrar a la academia. Una de sus estudiantes actuales decía tener antepasados reales. Otra estaba comprometida con el primo de un marqués francés. Naturalmente, los padres de “madeimoselle” deseaban darle a su hija un cierto “savoir fair”, antes que se marchara a residir a Burgundy. Que le confiaran el perfeccionamiento de señoritas de la Alta Sociedad, que tendrían gran influencia en el mundo, era un deber sagrado para el corazón de Emma.