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Una conocida de sus propios días escolares, Lady Clipstone, se había convertido en su enemiga número uno, al establecer su propia academia apenas un mes antes; haciendo a Emma más decidida a triunfar.

Y ahora, después de ese día…de esa noche…

¿Qué había de su indiscreción? Del acto incalificable que suponía fingir que no había ocurrido.

Me muero de deseo por ti.

Deseo. Por ella. Una sonrisa espontanea cruzó su rostro.

Sabía como la llamaban. La Delicada Dictadora. La señora Aguafiestas. Nadie creería que era la mujer que solo media hora antes casi había sucumbido a la seducción de un mercenario. Ni siquiera ella misma, y sin embargo, bueno, casi lo había hecho. Su sangre había burbujeado con toda la pujante pasión de sus ancestros Boscastle.

Pensar que no había sido diferente en nada. De hecho, podría terminar peor que sus hermanos. Por lo menos ellos pecaban abiertamente y no se excusaban por ello.

Emma había decidido dejar su imprudente conducta en secreto. O por lo menos eso esperaba. En todo caso, se perdonaría menos de lo que había perdonado a su familia, si su indiscreción saliera a la luz. Había sido una dura juez con las fechorías de sus hermanos. Quizás todos estaban cortados por el mismo patrón.

Un suave ronquido brotó de una de las camas de sus durmientes pupilas. Suspirando, caminó lentamente por la habitación.

Debía haber adivinado que la inquieta muchacha era una de sus pupilas más recientes, Harriet Gardner, un caso de caridad proveniente de las alcantarillas de St. Giles. Se había preguntado por lo menos cien veces desde ese día el por qué había tomado a Harriet, la del cabello como fuego bajo su ala, por qué había decidido ayudar a una golfilla de la calle, que juraba que nunca se reformaría.

Se temía que tenía mucho que ver con sus instintos maternales, que por mucho que intentara, no podía negar. Y el hecho de que a los diecisiete años su familia la hubiera preparado para una vida de hurto y prostitución. Emma sufría por ella. ¿Qué oportunidad tenía en Londres una muchacha como ella? Su difícil situación le llegaba profundamente, y a la vez, desafiaba a Emma, pues ya había aprendido que había problemas en los que no podía ayudar.

Como esperaba, Harriet era la que emitía los ofensivos ronquidos, con sus delgados dedos blancos alrededor del palo con el que dormía cada noche. Emma se inclinó para arrebatarle el arma, pero se detuvo.

¿Quién sabía los horrores que Harriet enfrentaba en sus sueños? ¿O los que había encarado en la vida? Mientras se enderezaba, Emma supuso que si necesitaba un palo para poder dormir, podía permitírselo unos días más.

– Asqueroso chulo -gritó Harriet sentándose en la cama levantando el palo-. ¡Devuélveme mi guinea, o te golpearé en tu tripa de cerdo!

Emma se puso blanca y corrió a quitarle el palo, susurrando, -¡Harriet, Harriet, despierta! Solo es un sueño, querida mía.

Entonces, más suavemente, agregó. -Estás a salvo en esta casa, ¿Me oyes? No hay… la lengua se le trabó con la palabra… chulos asquerosos, solo amigos.

– ¿Lady Lyons? -Harriet parpadeó varias veces antes de ofrecerle una sonrisa avergonzada, al reconocer a Emma-. Esto debería enseñarle a no acercarse de puntillas a alguien que duerme. Casi la tumbo, como a un pájaro de mal agüero, señora Princum Prancum.

Emma la miró sin pestañar, pensando que no podía permitir que dos personas la “tumbaran” en un solo día. -Ya te he advertido acerca del lenguaje, Harriet -hizo una pausa-. Y sobre esa pronunciación. Pronunciaste una “h”, y desafías las reglas fonéticas muy a menudo. De hecho, tu dicción podría parar un desfile de Guardias a Caballo.

Harriet sonrió de oreja a oreja. -Bueno, gracias, madame -metió sus huesudas rodillas en su muy lavado camisón, y se acomodó para una larga charla-. Está merodeando tarde, ¿no? ¿Ha estado haciendo amistad con su gracia? Bonita apariencia, la de ese tipo. Una chica se estremece cerca de él.

Emma sintió que le tiraba el cuero cabelludo. O Harriet tenía poderes casi sobrenaturales, o parecía tan culpable como se sentía. -Baja la voz Harriet, y abstente de esos comentarios groseros. Su Gracia… por dios, no ha heredado todavía. Es Lord Wolverton para nosotras.

– Lobo -la corrigió Harriet con una sonrisa cómplice-. ¿Y no sabemos lo que eso quiere decir?

Emma levantó una ceja, asombrada. -Si lo sabemos, ciertamente no lo admitiremos, y no compartiremos nuestra embarazosa percepción con las demás, más inocentes -dijo desconcertada.

Las comisuras de Harriet subieron. -Alguien debiera de educarlas, ¿No es así?

Emma se estaba sintiendo un poco mareada, una reacción tardía, estaba segura, de su no planeada lección de amor. -No en esas materias, niña. Cuando una mujer se casa, bueno, su marido es el mejor para instruirla en esos asuntos.

Harriet resopló. -El ciego guiando al ciego, en mi ignorante opinión. Si nos quiere dar una educación adecuada, debería llevarnos a casa de la Sra. Watson en la calle Bruton, unas cuantas noches. Escuché decir que da lecciones de amor.

– Se me hiela la sangre con la mera sugerencia.

– No estaría helada por mucho rato en ese sitio.

– Tranquilízame, Harriet, dime que nunca estuviste empleada en ese lugar -susurró Emma, enferma solo de pensarlo.

– Lo estuve una vez -susurró Harriet-. Pero solo como una ayudante de la criada, hasta que me pillaron mirando por una cerradura. Cielos, las cosas que vi. Algunos de ellos hacen cosas no naturales, ¿sabe lo que quiero decir? Los lugares donde los hombres meten su…

Emma cerró los ojos. -Nunca, pero nunca, nunca, debes admitir ante nadie otra vez, que trabajaste en un burdel. ¿Lo has entendido? Ese tipo de cosas quedó atrás. Vamos a pretender que nunca ocurrió. -Al menos este era el consejo que el padre de Emma siempre dispensaba cuando se enfrentaba a las travesuras de sus hijos. Sin embargo Emma no estaba segura de que se pudiera olvidar siempre.

Harriet la estudiaba con una intensidad desconcertante. -¿Nunca ha hecho algo malo en su vida, Lady Lyons?

– Por supuesto. Todos lo hemos hecho.

– Na. No estoy hablando de robar una galleta de la bandeja del desayuno. Quiero decir algo verdaderamente perverso. Pecaminoso. Siendo mujer adulta. Algo que te mantenga despierta por la noche.

Emma negó con la cabeza. -Una dama nunca lo preguntaría, y te guste o no, por las buenas o las malas, serás una dama. Ahora vete a dormir. Tu voz está molestando a las demás.

Harriet se hundió en la cama, solo para apoyarse en un codo. -No la traicionaré si es buena conmigo.

Emma se giró al pie de la cama, el vello de la nuca erizado. -¿Traicionarme? -Sabía que era mejor ignorar la pulla-. ¿Qué estás diciendo?

– Tu rival, madame. Esa pecho plano de Lady Clipstone. Mandó cartas a los padres de todas las chicas ofreciéndoles instrucción gratis tres meses.

Emma achicó los ojos. -Esa vengativa mujer.

– Sí. ¿Y quieres oír lo peor?

– No, no quiero. -Aunque naturalmente, Emma quería.

– Está tratando de llevarme. Moi. Allí. Esto es una lección de francés para usted. ¿No está orgullosa?

Emma sintió que estaba al borde de una fosa séptica. -¿Por qué, dime por favor, Lady Clipstone querría llevarte, Harriet?

Harriet se golpeó la sien con el índice. -Para agarrar este viejo cerebro de aquí.

– ¿Agarrarlo para qué? -preguntó Emma vacilante-. Acabas de comenzar tu vida como joven dama.