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Preguntó por Lord Wolverton en el desayuno y Heath le informó que aparentemente Adrian continuaba con vida, aunque dormido. Emma tuvo miedo de preguntar qué quería decir con eso.

Por ahora parecía mejor dejar dormir a los lobos. Si Adrian había pasado una noche tranquila, era más de lo que podía decir de sí misma.

– Si estás preocupada por él -agregó Heath tras el diario de la mañana-, estaré feliz de acompañarte a su habitación.

Ella negó, descartándolo. -Tal vez más tarde. Tengo un día muy ocupado. Es posible que lo visite cuando tenga oportunidad de descansar.

Él levantó una ceja, al menos eso fue lo que imaginó, pues todavía tenía la cara tras las noticias de la mañana. Ella solo podía asumir que todavía no había ninguna mención en los diarios de la pelea en la boda.

– ¿Puedo darle recuerdos de tu parte mientras tanto? -le preguntó, mientras ella se levantaba de la mesa.

Ella suspiró. -Por supuesto.

– Y le explicaré -continuó con tono casual-, lo ocupada que estas. Demasiado ocupada como para sentarte al lado de su cama.

Ella se quedó mirando la puerta. Se recordó lo mucho que quería a sus cuatro hermanos. Realmente los quería, aunque la provocaran. -Deberías decirlo de una manera menos brusca.

– No te preocupes por los sentimientos de Wolf, Emma. No es del tipo que solloza por la falta de cortesía.

– Estoy segura de ello.

– Yo me ocuparé de él por ti -susurró él.

Ella agarró el pomo de la puerta. -Es un consuelo para mí.

Él soltó una risita. -Sabía que lo sería.

CAPÍTULO 07

Adrian se despertó más tarde esa mañana, con un leve dolor de cabeza que le recordaba los vergonzosos sucesos que lo habían llevado a esa humillante situación. Inmediatamente pensó en Emma y se preguntó cuando la volvería a ver, o si ella intentaría ignorarlo. Bostezó, y acababa de abrir las cortinas de la cama, cuando escuchó a una mujer detrás de la puerta. No sonaba como la voz suave y agradable de Emma. Tal vez era una de las ratoncitas que la noche anterior habían encontrado divertido estudiarlo mientras dormía.

Se levantó, llegó a la tumbona de satén rosa e intentó acomodar su gran cuerpo en los cojines bordados, en una pose masculina e intimidante. El esfuerzo hizo que las sienes le palpitaran levemente en protesta; era un dolor sordo que podía ignorar, y que pronto desapareció.

Sonó un leve golpe en la puerta. Una voz de mujer preguntó, -¿Está despierto, Lord Wolverton?

Él levantó las cejas. Esa no era la voz de un ratón. -Sí.

– ¿Podemos visitarle? Soy la esposa de Heath, Julia, y mi prima política, Charlotte. No me quedaré mucho tiempo.

Ah Julia, la esposa de su anfitrión, Lord Heath. Definitivamente, no era el tipo de dama que acosa a un extraño mientras duerme. Su esposo era otro tema. Adrian sonrió recordando el escándalo que esta pelirroja, hija de un vizconde, había causado justo antes de su matrimonio, el año anterior. Por turnos, Londres se había escandalizado y deleitado cuando había dibujado un bosquejo con las partes poco respetables de Heath, en una caricatura de Apolo, y lo había perdido, solo para descubrirlo impreso en los periódicos.

– Por favor, Julia, entre.

– Qué bien. Está despierto -dijo ella aliviada-. Y hambriento, espero. ¿Quiere que le diga a su ayuda de cámara que suba a afeitarle, ¿Antes, o después del desayuno? Ha estado toda la mañana con sus artículos personales. Tiene un plato de huevos con tocino, caliente. Nunca pensé que le vería postrado, Adrian.

Se apoyó en el degradante mueble. Lo que a él le habría gustado era ver a Emma al lado de Julia, en vez de a la compañera rubia y atractiva, que no había bajado sus ojos azules lo bastante rápido para ocultar la risa en ellos.

Suspiró. Solo porque había prometido no recordarle a Emma la-noche-que-nunca-pasó, no significaba que hubiera perdido la esperanza de tener otra oportunidad. Súbitamente se sintió irritado por lo fácilmente que había forzado sus afectos, al haberla empujado prematuramente a la intimidad.

– ¿Lord Wolverton? -preguntó Julia, aparentemente preocupada por su momento de distracción-. ¿Mando a buscar el doctor? ¿Se siente mal?

– Tal vez deberíamos llamar a Lady Lyons -dijo Charlotte desde la puerta.

– Espera -dijo Julia, con ojos chispeantes-. Está enseñando modales en la mesa esta mañana. Ya sabes cómo le desagrada que la interrumpan en medio de esa enseñanza tan crucial.

Modales en la mesa. Adrian contuvo una sonrisa. Podía escuchar su voz refinada mientras reiteraba a sus debutantes la importancia de no ensartar las arvejas con el cuchillo.

– Lord Wolverton -dijo Julia otra vez, un poco más fuerte-. Deje que le mire los ojos.

Él parpadeó. Era una mujer alta, imponente, y aparentemente no se podía ignorarla. Supuestamente Heath Boscastle había estado enamorado de ella durante años, y casi la había perdido cuando se marchó a la guerra. Ahora que lo pensaba, a Adrian le pareció recordar que el asunto amoroso había surgido después de que Julia le disparara en el hombro. Asumió que había sido un accidente. No podía estar totalmente seguro. Los Boscastles tenían tendencia a casarse con compañeras de corazón fuerte, que contribuían a perpetuar la apasionada casta.

– ¿Por qué me quiere mirar los ojos? -exigió a Julia de repente.

– Para juzgar cuan alerta está.

– La estoy respondiendo ahora, ¿No es verdad?

Julia levantó las cejas. -Sabes, Charlotte, después de todo no sería mala idea ir a buscar a Emma.

– ¿Por qué? -le preguntó Charlotte divertida.

– Porque está acostumbrada a tratar con intratables.

– Y con los socialmente descastados -agregó Charlotte, con su boca curvándose en una sonrisa.

– Perdonen -dijo Adrian-. ¿Ustedes dos vinieron a burlarse de mí?

– Solo estamos pensando en su bienestar -dijo Julia con tranquilidad.

– Mi bienestar. -¿Había estado tanto tiempo fuera de Inglaterra que las mujeres se habían vuelto liberales al expresar sus opiniones? ¿O era influencia de los hombres Boscastle? No es que fuese a pensar mucho en el tema, pero si se casaba alguna vez, apreciaría a una mujer que no se asustara de su sombra. O de él.

Matrimonio. Supuso que es lo que se esperaría de él, si decidía aceptar su legado. La crianza de hijos y caballos era parte del paquete, y no era una posibilidad desagradable para el futuro.

– Recalcitrante -masculló él-. Desahuciado.

Julia rió. -Tal vez lo último sea una exageración, pero tiene que entender que mi cuñada es la que cuida de la familia. Y, bueno, todos estamos un poco intimidados por ella.

– ¿Un poco? -dijo Charlotte riendo.

¿Intimidados? Adrian sonrió por dentro. En cierta forma podía entender cómo podía intimidar Emma. Él lo había estado, hasta que se habían quedado solos y se había suavizado, bajando la guardia.

– A lo que ella se refería -dijo Charlotte-, es a que Emma dedica su atención intensamente a aquellos de nosotros en que percibe alguna carencia

Otra persona entró en la habitación antes de que Adrian pudiese reflexionar sobre esta revelación. Levantó la vista con la esperanza que pudiese ser la misma Emma, para dedicarle toda su atención. Era su hermano Heath.

– ¿Nuestro héroe está demostrando su carencias esta mañana? -preguntó irónico, aparentemente al menos, había escuchado la última parte de la conversación.

Se fue directo al lado de su esposa y pasó un brazo por su cintura. -Lo que estábamos discutiendo -dijo Julia, apoyándose cómodamente en el brazo de Heath-. Es que Emma se siente bien ayudando a aquellos que lo necesitan.

– Ah -sonrió Heath-. Me temo que es cierto. Mi hermana probablemente se va a inquietar por ti sin misericordia, mientras permanezcas bajo sus cuidados.