Gabriel le obsequió con una gran sonrisa. -Al menos pusieron a descansar tu cabeza en lindos cojines de seda. ¿Quieres que te traiga flores?
Adrian se rió de mala gana. -Creo que podría empezar a leer revistas de moda.
– Dejando las bromas de lado, ¿estás bien? -preguntó Gabriel columpiando sus largas piernas en un banco.
– ¿Qué aspecto tengo?
Gabriel negó con la cabeza. -Diría que espantosamente peculiar en esa tumbona. De todas maneras, ¿Por qué continúas aquí todavía?
– Supongo que me divierto fácilmente.
Gabriel bajó la voz. Había nacido con la belleza oscura de los Boscastle y su pasión por la vida. -No sabes lo que te puede caer encima.
Adrian se echó hacia adelante con su interés despertado. -Explícate.
– Escápate, amigo mío, mientras tengas oportunidad. Este no es un lugar para hombres como nosotros, que valoran su libertad.
– Supongo que te estarás refiriendo a las jóvenes damas de la academia -replicó Adrian -. Creo que las puedo mantener a raya.
– Demonios, ellas no -dijo Gabriel rudamente-. Me refiero a la directora, Emma. Márchate a toda prisa y salva tu vida, antes que sus guantes te sujeten con sus delicadas pero mortales garras.
Ahora la curiosidad de Adrian no solo estaba picada, sino que se había despertado sin control. -¿Huir de Emma? Ella tiene la mitad de mi tamaño -reflexionó él. Y más del doble de su peso en espíritu.
Gabriel sonrió sombríamente. -Cuando se entere de tu miserable pasado, moverá cielo y tierra para convertir tu vida en correcta y decente.
Adrian se aclaró la garganta. Le gustaba lo poco que sabía de Gabriel. Pero, francamente estaba más intrigado por las terribles amenazas sobre las intenciones de Emma, que desanimado. -Tengo que decirte, Gabriel, que si ella trató de redimirte, no hizo un buen trabajo.
– Algunos de nosotros estamos más allá de la redención -respondió Gabriel sin ofenderse-. Yo trato de evitarla todo lo que puedo. Por supuesto tú no puedes elegir. ¿Sabes cómo la llama la familia? La delicada dictadora.
Adrian escondió su diversión tras una expresión insípida. Se le ocurrió que Emma había desarrollado su facilidad de liderazgo por necesidad, en una familia de personalidades dominantes. Una violeta delicada sería pisoteada a temprana edad en este clan.
– Supongo que yo habría hecho lo mismo al ver que la insultaban -reflexionó Gabriel-. De todas maneras, creo que debieras haberte agachado antes de arruinar esa silla.
– Gracias por tu buen consejo. -Adrian sacó un cojín de la espalda para arrojárselo al pecho a Gabriel-. Agáchate.
Gabriel cogió el cojín con una gran sonrisa. -Después no digas que no te avisé. Yacer herido aquí te hace el blanco ideal para una de las cruzadas de mejora de Emma. Es realmente doloroso cuando decide redimirte, porque, bueno, hay algo en ella que hace que un hombre desee ser mejor. Ella predica. Tú pretendes escuchar. Y entonces, antes de darte cuente, empiezas a oír su voz como un ángel de tu conciencia, en el hombro, justo cuando estás tentado a pasar un buen rato.
– Bueno, ella no va tener suerte con nosotros a la larga.
– En mi opinión, no. -Gabriel volvió a tirar el cojín de vuelta a la tumbona-. Pero eso no significa que ella no vaya a tomarlo como un desafío, y atormentarnos mientras tanto.
Adrian rió. Nadie, que él recordara, lo había tomado nunca como causa. Sonaba casi agradable.
– Ella mejora a muchachitas, Gabriel, no a soldados con cicatrices de batallas, como tú y yo.
Gabriel retrocedió hacia la puerta. -Bueno, sigue creyéndolo. Ella te puede pulir con cera de abejas para una de sus debutantes. Se lo podría sugerir antes de marcharme.
– ¿Por qué, en el nombre de Dios?
Gabriel sonrió. -Porque mientras tenga las manos ocupadas con un pecador, no es probable que trate de reformarme. No dejes que su delicada apariencia te engañe, Adrian. Emma es igual a sus hermanos cuando se trata de obtener lo que quiere.
A Emma le empezaron a palpitar las sienes con fuerza. ¿Qué se había apoderado de ella, para hacerla creer que podría convertir a una niña de las alcantarillas de Seven Dials, en una dama?
Un vistazo a Lord Wolverton mientras dormía.
¿Había estado siquiera dormido? -¿A qué hora perpetraron esa intromisión imperdonable, Harriet? -preguntó con voz ahogada.
Harriet encogió sus delgados hombros. -No mucho después de su patrulla nocturna.
– No es una patrulla -dijo Emma molesta-. ¿Estaba lord Wolverton despierto durante vuestra fechoría? -exigió ella.
– ¿No lo escuchó? -dijo Harriet con una sonrisa-. Roncaba tanto que parecía que iba a tumbar las paredes.
– Debería devolverla a sus tugurios, Lady Lyons -sugirió Lydia Potter-. Mis padres estarían muy disgustados si se enteraran de que estoy codo a codo, con gente como ella.
Harriet sonrió, maligna. -Esta noche, mientras duermas, voy a meterte una gran araña marrón por la nariz.
Emma cogió a Harriet por el brazo. -Tú no harás nada de eso. Por favor, Harriet. Compórtate.
– ¿Por qué se molesta? -preguntó Harriet, como si fuera algo que hubiera escuchado miles de veces-. Soy una causa perdida. Todos lo saben. Terminaré mal y arrastraré conmigo al resto cuando caiga. ¿Por qué diablos molestarse?
Lo dijo sin pena ni desafío, como si se hubiese resignado hacía mucho tiempo. Emma se sintió desgarrada. Tenía obligaciones hacia sus alumnas de pago, promesas que había hecho a sus padres, de que sus hijas saldrían del capullo de la torpeza, transformadas en encantadoras mariposas sociales.
Pero nadie quería ayudar a las niñas de las calles de Londres, los huérfanos, los abandonados, los explotados. ¿Eran realmente casos sin esperanza? Seguramente no todos. Seguramente una mujer con conciencia no podría dormir por las noches sin intentar solucionarlo.
Le soltó el brazo a Harriet. -Lo intentaré una vez más. -Recogió el manual del escritorio-. La invención de los utensilios para comer, precede a la rueda.
– Bueno, demonios -dijo Harriet-. ¿Quién lo hubiera adivinado? ¿O importado, de cualquier manera?
Emma continuó como si no hubiese notado la interrupción. -¿Alguien sabe lo que se dice para distinguir a un caballero -y me encojo con solo decir la palabra- de un ignorante?
– ¿Sus ancestros? -preguntó brillantemente la señorita Butterfield.
– No. -Emma permitió que una fugaz mirada de desdén apareciera en su aristocrático rostro -. Es el uso de un tenedor.
– Un tenedor -dijo Harriet-. Vaya, pueden pegarme un tiro.
– …sobre una cuchara -continuó Emma calmadamente-. El uso de un tenedor sobre una cuchara, separa al caballero de sus inferiores. Y me atrevo a decir que todavía criamos campesinos en nuestra orgullosa isla, que prefieren comer con una pala, tan desastrosas son sus maneras en la mesa.
Harriet la miró con suavidad. -Lady Lyons, si piensa honestamente que comer con cuchara es el peor crimen que un hombre puede cometer, estoy dispuesta a mostrarle que no es así.
– Por favor, no -dijo Emma rápidamente. Presionó un nudillo en la vena que le parpadeaba bajo la ceja derecha. Sentía que su cabeza iba a tener una poco delicada explosión-. En realidad, creo que es un buen momento para que tomen sus chales y den un paseo por el jardín con sus cuadernos de dibujo. Espero que esbocen con todo detalle cualquier bonito objeto que les llame la atención.
– Yo sé lo que Harriet va a dibujar -dijo la señorita Butterfield con voz desagradable.
Harriet resopló. -Bueno, puedo decirte que no sería la primera en dibujarlo en ezta casa.
– Ve arriba, Harriet -dijo Emma tajante-. Lee un libro… o duerme una siesta.
– ¿Una siesta?
– Por ningún motivo vas a molestar a Lord Wolverton otra vez, ¿me oyes?
– Todo lo que desee.
– Muy gracioso Emma -dijo Charlotte, echándose apresuradamente la capa en los hombros mientras las niñas salían en fila de la sala-. Tendré que acompañarlas. Harriet es capaz de empezar una revuelta si se queda sin vigilancia.
Emma suspiró. -Lo sé.
– ¿Qué vas hacer con ella, Emma? Es bastante incorregible.
– No estoy segura.
– Yo estaría tentada de sacarla de una oreja.
– Yo también estoy tentada, créeme. Y sí, ya sé que todos creen que estoy un poco loca por tratar de reformar una muchacha de la calle, en primer lugar. Y tal vez lo estoy.
– Tal vez todos los demás estén equivocados -Charlotte ofreció una sonrisa compasiva-. Has hecho maravillas con algunas de tus estudiantes.
– He tenido modestos éxitos.
De hecho, había cumplido su deber con tres casos de altruismo que había tomado bajo su ala. Una había llegado a ser una competente ama de llaves, su hermana se había casado con un juez. La tercera era una dedicada maestra de escuela en Gloucester, que estaba prometida con un boticario.
Nadie sabía cómo esos pequeños triunfos le habían levantado el ánimo a Emma. Cómo su misión personal de transformar a toda Inglaterra en un refugio refinado la había ayudado a superar la pena sorda que la había embargado al perder a un hermano, a su padre y a su esposo, en un período muy corto de tiempo.
Tal vez era pura arrogancia Boscastle creer estar imbuida con el poder de mejorar a otros.
Al menos en su caso, al contrario que sus hermanos, ella había canalizado el espíritu Boscastle para bien de la humanidad.
Hasta la noche anterior.
La noche anterior… cuando había comprobado, aunque fuese a sí misma, que Emma Boscastle en realidad no era diferente, o mejor que el resto de los miembros de su familia, inclinados al escándalo. Era posiblemente la más perversa del lote, y si era verdad, bueno, no había nadie en la familia para continuar su labor.