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– Muy gracioso Emma -dijo Charlotte, echándose apresuradamente la capa en los hombros mientras las niñas salían en fila de la sala-. Tendré que acompañarlas. Harriet es capaz de empezar una revuelta si se queda sin vigilancia.

Emma suspiró. -Lo sé.

– ¿Qué vas hacer con ella, Emma? Es bastante incorregible.

– No estoy segura.

– Yo estaría tentada de sacarla de una oreja.

– Yo también estoy tentada, créeme. Y sí, ya sé que todos creen que estoy un poco loca por tratar de reformar una muchacha de la calle, en primer lugar. Y tal vez lo estoy.

– Tal vez todos los demás estén equivocados -Charlotte ofreció una sonrisa compasiva-. Has hecho maravillas con algunas de tus estudiantes.

– He tenido modestos éxitos.

De hecho, había cumplido su deber con tres casos de altruismo que había tomado bajo su ala. Una había llegado a ser una competente ama de llaves, su hermana se había casado con un juez. La tercera era una dedicada maestra de escuela en Gloucester, que estaba prometida con un boticario.

Nadie sabía cómo esos pequeños triunfos le habían levantado el ánimo a Emma. Cómo su misión personal de transformar a toda Inglaterra en un refugio refinado la había ayudado a superar la pena sorda que la había embargado al perder a un hermano, a su padre y a su esposo, en un período muy corto de tiempo.

Tal vez era pura arrogancia Boscastle creer estar imbuida con el poder de mejorar a otros.

Al menos en su caso, al contrario que sus hermanos, ella había canalizado el espíritu Boscastle para bien de la humanidad.

Hasta la noche anterior.

La noche anterior… cuando había comprobado, aunque fuese a sí misma, que Emma Boscastle en realidad no era diferente, o mejor que el resto de los miembros de su familia, inclinados al escándalo. Era posiblemente la más perversa del lote, y si era verdad, bueno, no había nadie en la familia para continuar su labor.

Adrian se frotó con una toalla su lisa mandíbula. Su ayuda de cámara, Bones, podía afeitar a un hombre en menos de un minuto. También podía degollar a uno si era necesario, un talento útil para el subalterno de un mercenario e improvisado sepulturero, pero uno que difícilmente lo dejaría en buen lugar con la sociedad inglesa. Ellos se habían conocido defendiendo a la compañía de las Indias Orientales de los piratas franceses en el Golfo Pérsico, siendo su deber evitar el crecimiento de la industria francesa. Un año más tarde Bones había perdido un ojo mientras defendía Lahore, y como consecuencia se había ofrecido como ayuda de cámara de Adrian, para navegar a Java bajo las órdenes de Stamford Ruffles. Bones había hecho su parte para que los británicos tomaran Batavia.

– ¿Cómo estoy? -preguntó Adrian, agachándose para examinarse el rostro en el espejo de cuerpo de borde dorado.

– Un verdadero cuadro de buena salud, milord.

– Eso es lo que temía.

– ¿Perdón?

Adrian miraba su tez bruñida por el sol, con desagrado. -No parezco tener algo malo.

– Verdaderamente no lo parece -el ayuda de cámara estuvo de acuerdo-. Creí que había dicho que nunca se había sentido mejor en su vida, que había pasado algo que le había sacado del bache.

– Maldición.

– ¿Milord? -preguntó Bones, ocupado guardando jabones y navajas.

– Tu preparaste a algún hombre para su funeral después de la batalla del Punjab, ¿no? -preguntó Adrian.

– ¡Ay! a más de uno. Era lo menos que podía hacer, sin ningún profesional que pudiera preparar sus cuerpos para enterrarlos. Me pareció compasión artística. Acuérdese que por algún tiempo quise trabajar en el teatro.

– ¿Crees que podrías hacerme parecer un poco menos sano? -lo interrumpió Adrian-. No mortalmente enfermo, ¿entiendes? Solo un poco enfermo. Un hombre que te parezca que necesita un poco de ternura.

– Podría hacer que se viera como si le hubiesen pisoteado un rebaño de elefantes -dijo Bones con aire contemplativo-. O un carruaje, teniendo en cuenta que estamos de vuelta en lo que llamamos, dudosamente, mundo civilizado.

– Dudo que necesitemos llegar a esos extremos -dijo Adrian pensativamente-. Dar la impresión de tener molestias, sería suficiente para mis propósitos.

Afortunadamente Bones no preguntó cuales eran esos propósitos. Ya estaba revisando los frascos de rouge y papel de arroz que estaban en filas ordenadas en el tocador. -Ah, sí solo hubiese un poco de plomo blanco… ¿Está seguro de esto, milord? El médico está esperando afuera. Va a insistir que se quede en cama si no le ve bien. Sé lo que le desagrada estar quieto.

Adrian se dejó caer en el sillón, reclinándose con anticipación. -Tendré que seguir su consejo si lo hace, ¿verdad? ¿Quién soy yo para discutir con una mente superior?

A Emma le pareció que apenas habían pasado quince minutos de relativa paz, cuando se presentó otra crisis. Charlotte la interceptó en la puerta, con sus mejillas de color subido.

– Justo ahora iba al jardín -dijo Emma atando las cintas de su bonete de seda-. ¿Se han calmado las niñas?

– Las niñas están bien. -Charlotte hizo una pausa para respirar.

– Eso me recuerda, Charlotte. ¿Ha llegado alguna noticia de la sobrina del conde, o de cuándo llegará? Odiaría que fuese testigo de una de esas escenas con Harriet, en su primer día aquí. Cuando ella…

Charlotte espetó calmadamente. -Es él.

– ¿Qué? -Pero en su interior ya lo sabía. ¿Cómo no iba a ser así, si nada más había ocupado sus pensamientos?

– Es Lord Wolverton. -La voz de Charlotte era suave pero consternada-. Oí a los lacayos en la casa hablando de Heath. Parece que el médico acaba de examinar a Lord Wolverton, y se teme que ha empeorado. Ya nos advirtió que podía pasar.

Oh no. Un escalofrío puso carne de gallina en sus brazos. -Él se veía tan… vital cuando lo vi anoche -más bien demasiado vital-. Debería haberle visitado esta mañana. Todo es por mi culpa.

– Por supuesto que no -le aseguró Charlotte, siempre fiel a su patrona y prima-. Su condición empeoró durante la noche. ¿Por qué va a culparte alguien?

– ¿Durante la noche? -Emma se sumió en un silencio preocupado. Si bien no había animado los avances amorosos de Adrian, tampoco los había rechazado. Pensar que el esfuerzo del episodio no planificado pudiera ser el catalizador de su empeoramiento. No. Rehusó considerar una posibilidad tan humillante. ¿La pasión física de Emma Boscastle haciendo daño a un hombre? De repente se sintió levemente mal.

– ¿Lo viste, Charlotte? -Preguntó, con ojos oscuros como tinta de la preocupación.

– Sí, pero por pocos minutos, dejé a Julia con las niñas y acompañé al doctor.

– ¿Cómo se le veía?

– Un poco pálido, su piel se veía cerosa. No, no sé, bueno, no quería que pareciera que lo estaba examinando.

– Dios mío -a Emma le costaba imaginar su deterioro, habiendo dejado a un hombre cuya energía era sorprendente.

– Fue un caballero al respecto, Emma. Podría decirse que estaba esforzándose por ocultar lo que sentía. Un verdadero caballero de corazón, ese hombre, si es que alguna vez vi alguno, no me importa lo que haya hecho en el pasado. Incluso insistió en que no te molestara con las noticias de su recaída.

– Lo que tú hiciste, y muy apropiadamente.

Charlotte exhalo un sincero suspiro, mientras Emma pasaba a su lado en dirección a la escalera. -Sí, bueno, sé que me hubieras matado si no lo hubiera hecho.

CAPÍTULO 08

Mientras entraba en el dormitorio, Emma observó con preocupación que el médico de los Boscastle estaba inclinado al lado de Adrian. El aire olía a la fuerte esencia de compresas de hierbas y plumas quemadas. -¿Cómo está? -preguntó con una mirada preocupada al enorme hombre que yacía en la cama.

– Su pulso era correcto hasta su entrada, Lady Lyons -dijo el médico, sonando algo perplejo-. Tal vez la emoción de oír su voz después de lo que ocurrió ayer, lo haya causado.