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"¿Los paraliza?"

"Sí. Se desploman y no pueden respirar. La droga tarda en actuar unos treinta segundos, caen y, después de eso, es una mera cuestión mecánica. Parece un ataque cardíaco después, y lo parece también en los análisis. Es perfecto para lo que hacemos".

"Al diablo", dijo Jack. "Así que estuvieron en Charlottesville, ¿verdad?"

"Sí, respondió Brian. "No fue agradable. Un niño murió en mis brazos, Jack. Fue muy duro.

"Bueno, dispararon bien".

"No eran muy inteligentes", evaluó Dominic. "No más que cualquier delincuente común. Sin entrenamiento. No verificaron la retaguardia. Supongo que habrán creído que, al tener armas automáticas, no lo necesitarían. Se enteraron de que no era así. De todas formas, tuvimos suerte… ia la mierda!", observó al ver las Ferraris.

"iQué bien! Son bonitas", asintió Jack. Hasta Brian quedó impresionado.

"Ésa es la vieja", les dijo Dominic. "575M, doce cilindros en v, más de quinientos caballos de fuerza, seis cambios, doscientos veinte mil dólares. Pero la buena es la Ferrari Enzo. Esa sí que es una bomba, amigos. Hasta le pusieron mi nombre. Allí, al fondo".

"¿Cuánto?", preguntó Junior.

"Más de seiscientos mil verdes. Pero si quieres algo más potente, tendrás que recurrir a Lockheed Burbank". Y, en efecto, el auto tenía dos aberturas de ventilación en el morro que parecían las turbinas de un avión a chorro. En conjunto, la máquina parecía el transporte personal del tipo rico de Luke Skywalker.

"Sigue sabiendo de autos, ¿eh?", observó Jack. Seguramente un avión a chorro privado consumiera menos combustible"pero el auto era de una elegante belleza.

"Preferiría dormir con Ferrari que con Grace Kelly", resopló Brian. Por supuesto que sus prioridades eran más convencionales.

"Amigo, puedes pasar más tiempo arriba de un auto que arriba de una chica". Era una versión de qué es la eficiencia. "Bueno, apuesto a que esa belleza va bien rápido".

"Podrías conseguir una licencia de piloto privado", sugirió Jack.

Dominic meneó la cabeza. "No. Demasiado peligroso".

"Hijo de puta". Jack estuvo a punto de lanzar una carcajada, "¿ten comparación con lo que están haciendo?"

"Junior, a eso estoy acostumbrado, ¿sabes?"

"Si tú lo dices". Jack meneó la cabeza. Seguro que eran bonitos autos. Le gustaba su Hummer. Podía conducir en la nieve y si llegaba a chocar en la ruta, llevaría las de ganar y si no era exactamente un auto deportivo, ¿qué le importaba? Pero el niñito que vivía en él comprendía la expresión del rostro de su primo. Si Maureen D'Hara hubiese nacido auto, tal vez se pareciera a uno de éstos. El rojo de la carrocería habría combinado bien con su cabello. Dominic se babeó durante unos diez minutos más y siguieron su camino.

"De modo que, ¿sabemos todo acerca de nuestro objetivo excepto qué aspecto tiene?", preguntó Brian a la media cuadra.

"Correcto", dijo Jack. "Pero cuántos árabes puede haber en el Bristol?"

"En Londres hay muchos. Lo difícil será identificado. Hacer la tarea en la acera misma no debería ser difícil". Y, al mirar alrededor, parecía lógico que así fuera. El tránsito no era tan intenso como en Nueva York o en Londres, pero lo mismo ocurría en Kansas City al caer la noche, y hacer el trabajo en pleno día tenía sus atractivos. "Supongo que lo que hay que hacer es acechar la entrada principal y las entradas secundarias que haya. ¿Puedes ver si es posible obtener algo más del Campus?"

Jack miró su reloj e hizo un cálculo mental. "En unas dos horas estarán abriendo".

"Entonces, verifica tu correo electrónico", le dijo Dominic. "Nosotros daremos una vuelta a ver si reconocemos al candidato".

"De acuerdo". Cruzaron la calle y regresaron al Imperial. Una vez en su habitación, Jack se tiró en la cama y se echó un sueñecito.

Fa'ad pensó que no tenía nada que hacer en lo inmediato, de modo que bien podía salir a dar una vuelta. Viena tenías muchas cosas para ver y aún no las había agotado todas. De modo que se vistió formalmente, como un hombre de negocios, y salió a la calle.

"Bingo, Aldo". Dominic tenía memoria de policía para las caras y casi habían tropezado con ésta.

"No es…"

"Sí. El amigo de Atef, el de Munich. ¿A que es nuestro muchacho?"

"Si apostara, perdería, hermanito". Dominic catalogó al objetivo. Aspecto muy árabe, estatura mediana, aproximadamente uno ochenta, delgado, unos sesenta y siete kilos, cabellos negros, ojos castaños, nariz ligeramente semita, viste bien y caro, como hombre de negocios, camina con decisión y confianza. Se acercaron hasta unos tres metros de él, cuidando de no mirarlo fijo, ni siquiera a través de sus anteojos de sol. Te pesqué, cabrón. Fueran quienes fueran estas personas, no sabían nada respecto de cómo ocultarse en un lugar público. Anduvieron hasta la esquina.

"Caramba, eso fue fácil", observó Brian. "¿Ahora qué?"

"Dejamos que Jack verifique con la central y nos mantenemos en calma, Aldo".

"Entendido, hermanito". Se cercioró inconscientemente de que llevaba el bolígrafo dorado, como podría haber mirado si llevaba su Beretta automática M9 en el cinturón de haber estado en combate y vistiendo uniforme. Se sentía como un león invisible junto a una manada de antílopes en los campos de Kenya. Había pocas cosas mejores que ésa. Podía escoger a cuál mataría y comería sin que el pobre desgraciado se diera cuenta ni por un momento de que lo estaba acechando. Así actúan ellos. Se preguntó si los colegas de ese tipo apreciarían la ironía de que sus propias tácticas se usaran contra ellos. Los estadounidenses no estaban condicionados para actuar así, pero en fin, todos esos cuentos sobre duelos a pistola en la calle principal al mediodía eran un invento de Hollywood. Los leones no arriesgaban la vida y, como le enseñaron en el entrenamiento básico, si uno se metía en una pelea pareja, era que no había planificado bien las cosas. Pelear limpio estaba bien para los juegos olímpicos, pero aquí no se trataba de eso. Ningún cazador va hacia un león haciendo ruido y blandiendo una espada. Hace lo sensato: se cubre tras un árbol y le dispara con fusil desde unos doscientos metros de distancia. Hasta los integrantes de la tribu masai de Kenya, para quienes matar un león marca el pasaje a la virilidad, tenían la sensatez de hacerla con una unidad o escuadra de diez hombres, no todos adolescentes, para asegurarse de que lo que llevaran de vuelta a su aldea fuera el rabo del león. No se trataba de ser valiente, sino de ser efectivo. Dedicarse a esto ya era, de por sí, bastante peligroso. Había que hacer lo posible por eliminar todo elemento de riesgo innecesario de la ecuación. Era un negocio, no un deporte. "¿Lo atrapamos en la calle?"

"Ya sabemos que eso funciona, Aldo. No me imagino que pudiéramos hacerla en el vestíbulo del hotel".

"De acuerdo, Enzo, ¿y ahora qué hacemos?"

"Juguemos a los turistas. La ópera parece impresionante. Echémosle un vistazo… Allí dice que dan La Valquiria de Wagner. Nunca la vi".

"Yo nunca vi una ópera en mi vida. Supongo que algún día debo hacerla, es parte del alma italiana, ¿no?"

"Ah sí, yo tengo mucha alma, pero lo que me gusta es Verdi".

"Y una mierda. ¿Cuándo fuiste a la ópera?"

"Tengo algunos de los compactos", respondió Dominic con una sonrisa. La Casa de la Opera del Estado resultó ser un magnífico ejemplo de arquitectura imperial, construida como para que Dios Mismo fuese a una función, armada de escarlata y oro. Fueran cuales hayan sido sus fallas, la Casa de Habsburgo había tenido un gusto impresionante. Dominic consideró brevemente la posibilidad de echar una mirada a las iglesias de la ciudad, pero llegó a la conclusión de que no sería apropiado, dada la razón por la cual estaban allí. Pasearon durante unas dos horas, luego regresaron al hotel, a la habitación de Jack.