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Pero de todas formas había aprendido algunas lecciones. Todos sus mensajes de correo electrónico estaban encriptados con el mejor programa disponible, ingresados de a uno en su propia computadora y, por lo tanto, imposibles de leer para nadie que no fuera él mismo. De modo que sus comunicaciones eran seguras. Apenas si parecía árabe. No tenía acento árabe. En todos los hoteles donde se alojaba sabían que bebía alcohol y en lugares como ésos sabían que los musulmanes no beben. De modo que debía estar completamente a salvo. Bueno, sí, el Mossad debía saber que alguien parecido a él había matado a ese cerdo de Greengold, pero no creía que le hubieran tomado una foto, y a no ser que lo hubiera traicionado el hombre a quien le pagó para que engañara al judío, no tenían ni idea de quién era ni dónde estaba él. Yuriy le había advertido que uno no puede saber todo siempre, pero también era cierto que mostrarse demasiado paranoico podía poner sobre alerta a alguien que lo vigilase por casualidad acerca de quién era él, porque había trucos que sólo emplearía un oficial de inteligencia profesional -y si se lo observaba con la suficiente atención, se notaban. Era como una gran rueda que siempre girara y siempre regresara al mismo punto, que nunca se quedaba quieta, pero que tampoco se desviaba de su camino. Una gran rueda… y él sólo era un engranaje, e ignoraba si su función era ayudada a que fuera más rápido o demorada.

"Ah". Descartó esa reflexión. Él era más que un engranaje. Era uno de los motores. Tal vez no un motor grande, pero sí importante, porque si bien la gran rueda podía continuar moviéndose sin él, nunca se movería tan rápido y con tanta seguridad como ahora. Y, Dios mediante, la mantendría en movimiento hasta que aplastase a sus enemigos, los enemigos del Emir y los enemigos de Alá Mismo.

De modo que despachó su mensaje a GadflyO97 y pidió que le trajeran café.

Rick Bell había dispuesto que hubiera equipos en las computadoras durante las veinticuatro horas. Era extraño que el Campus no lo hubiera hecho desde el primer día, pero ahora lo hacía. El Campus aprendía sobre la marcha, como les ocurría a todos los demás en ambos bandos. En ese momento, era el turno de Tony Wills, quien se había hecho cargo de la tarea para aprovechar la diferencia de seis horas entre Europa central y la costa este de los Estados Unidos. Era un buen operador de computadoras, y descargó el mensaje de 56 a 097 cinco minutos después de que hubiera sido enviado y se lo reenvió de inmediato a Jack.

Ello requirió menos segundos de lo que toma pensarlo. Bien, conocían a su objetivo y sabían donde estaría, y con eso alcanzaba. Jack descolgó el teléfono.

"Estás despierto", oyó Brian.

"Ahora sí, gruñó en respuesta. "Qué ocurre?"

"Ven a tomar un café. Trae a Dominic".

"A la orden, señor". Cortó la comunicación.

"Fspero que tengas un buen motivo", dijo Dominic. Sus ojos parecían el agujero que hace una meada en la nieve.

"Si quieres remontarte con las águilas por la mañana, no puedes revolcarte con los cerdos por la noche, compadre. Tranquilo. Ya viene el café".

"Gracias. ¿Qué ocurre?"

Jack fue a su computadora y señaló el monitor. Ambos se inclinaron a leer.

"¿Quién es ése?", preguntó Dominic, refiriéndose a GadflyD97.

"También él llegó de Viena ayer".

¿Sería el que estaba al otro lado de la calle?, se preguntó Brian y luego: ¿Me vio la cara?

"Bien, creo que podemos asistir a la cita", dijo Brian mirando a Dominic, quien le respondió alzando el pulgar.

El café llegó a los pocos minutos. Jack sirvió, pero a todos les pareció arenoso, de estilo turco, aunque mucho peor que el que bebían los turcos. Aun así, era mejor que no beber café. No adrede hablaban. Conocían lo suficiente del oficio como para no hablar en una habitación que no había sido registrada en busca de micrófonos ocultos, para lo cual ni tenían los equipos necesarios y de haberlos tenido no habrían sabido cómo usarlos.

Jack bebió su café a toda prisa y se metió en la ducha. Allí había un cordón rojo, evidentemente para tirar de él si uno sufría un ataque cardíaco, pero se sentía razonablemente bien, de modo que no lo usó. No estaba tan seguro de Dominic, quien parecía un vómito de gato en la alfombra. En su caso, la ducha hizo maravillas y salió de ella afeitado y frotado hasta quedar rosado, listo para la acción.

"La comida de aquí es buena, pero no estoy muy seguro del café", anunció.

"No estás seguro. Por favor, estoy seguro de que el café es mejor en Cuba", dijo Brian. "El café que sirven en la cantina de la infantería de marina es mejor que éste".

"Nadie es perfecto, Aldo", observó Dominic. Pero tampoco a él le gustaba.

"Así que, ¿digamos, una media hora?", preguntó Jack. Necesitaba unos tres minutos más para prepararse.

"Si no, envía una ambulancia", dijo Enzo dirigiéndose hacia la puerta y esperando que los dioses de la ducha mostrasen misericordia. No era justo, pensó. Se suponía que beber, no conducir, producía resaca.

Pero treinta minutos después, los tres estaban en la recepción, prolijamente vestidos, con anteojos oscuros para protegerse del radiante sol italiano que relucía afuera. Dominic le preguntó cómo llegar al portero, quien le sefialó la Via Sistina, que los llevó directamente a la iglesia de Trinita dei Monti, y al otro lado de la calle, la escalinata bajaba unos veinticinco metros -había un ascensor perteneciente a la estación de tren subterráneo que estaba aún más abajo, pero caminar colina abajo no era una tarea demasiado exigente. Los tres concordaron en que Roma tenía tantas iglesias como kioscos de golosinas Nueva York. El descenso fue agradable. De hecho, toda la escena habría sido maravillosamente romántica si hubieran llevado del brazo a la muchacha adecuada. El arquitecto Francesco de Sanctis había diseñado la escalinata para que se amoldase a la ladera de la colina, y allí tenía lugar el desfile de modas anual Donna sotto le Stelle. Al pie de la escalera había una fuente que representaba un bote de mármol, construida en conmemoración de una gran inundación, ocasión en la que una nave de piedra no resultaría muy útil. La plaza era la intersección de dos calles, y derivaba su nombre de la embajada de España ante la Santa Sede, que se alzaba allí. El campo de juego, por así decirlo, no era muy grande -era más pequeño que, por 'ejemplo, Times Square- pero zumbaba de actividad y tránsito vehicular, además de suficientes peatones como para hacer que cruzar fuera difícil.