"Cómo contactamos a esas personas?", preguntó Pablo.
"Mi gente hará las presentaciones necesarias".
Cada vez mejor, pensó Ernesto.
"Y qué servicios requerirán de nosotros?", preguntó al fin.
"Necesitaremos que nos ayuden a meter gente en los Estados Unidos. ¿Cómo lo haríamos?"
"Si se refiere a llevar personas desde su parte del mundo a los Estados Unidos, lo mejor es traerlos primero a Colombia -de hecho aquí, a Cartagena. Luego, nos ocuparemos de enviarlos a otros países hispano- hablantes del norte. Por ejemplo, Costa Rica. Desde allí, si contamos con documentación de viaje confiable, pueden ingresar directamente por avión, en una aerolínea estadounidense o a través de México. Si tienen apariencia latina y hablan en castellano, se los puede hacer entrar por la frontera mexicano-estadounidense. Es exigente en lo físico, y algunos pueden ser capturados, pero si eso ocurre, simplemente serán regresados a México y lo intentarán otra vez. O, siempre con documentos apropiados, pueden simplemente cruzar la frontera a pie a San Diego, California. Una vez en Norteamérica, será cuestión de mantener la fachada. Si ti dinero no es problema…"
"No lo es", aseguró Mohammed.
"Le pagan a un abogado local -no son muchos los que tienen escrúpulos- y disponen la compra de una casa segura local que Es sirva como base de operaciones. Discúlpeme -ya acordamos que sus operaciones no nos conciernen- pero si me dieran alguna idea de cuáles son sus planes, tal vez pudiera ayudarlos.
Mohammed pensó durante un momento y luego explicó.
"Entiendo. Su gente debe de estar muy motivada para hacer cosas", observó Ernesto.
"Lo está". ¿Cómo podía dudarlo? se preguntó Mohammed.
"Y si planean bien las cosas y no pierden la cabeza, hasta pueden salir con vida. Pero nunca se debe subestimar a las agencias de policía estadounidenses. En nuestro negocio, podemos llegar a arreglos financieros con algunas, pero en su caso, es muy poco probable que sea así'.
"Lo sabemos. Idealmente, queremos que nuestra gente sobreviva, pero lamentablemente, deberemos perder algunos. Saben a qué se arriesgan". No Es habló del paraíso. Esa gente no lo entendería. El Dios al que adoraban cabía en sus billeteras.
¿Qué clase de fanático desperdicia así a su gente?, se preguntó Pablo. Sus hombres se arriesgaban a sabiendas, comparaban, sus ganancias con las consecuencias de fracasar y decidían por cuenta propia. Estos no. Bueno, no siempre se puede escoger a la gente con la que uno hace negocios.
"Muy bien, entonces. Tenemos cierta cantidad de pasaportes norteamericanos en blanco. Es responsabilidad suya asegurarse de que la gente que envíen hable buen inglés o castellano y que se sepa presentar adecuadamente. Confío en que ninguno de ellos tome lecciones de vuelo", bromeó Ernesto.
Mohammed lo tomó en serio.
"El momento para eso ya pasó. En mi campo de actividades es difícil repetir un éxito".
"Afortunadamente, tenemos distintos intereses", respondió Ernesto. Era cierto. Podía enviar cargas a todo Estados Unidos mediante buques mercantes y camiones. Si se perdía uno y se descubría cuál era su destino, había abundante protección legal en América para sus empleados de bajo rango. Sólo los que no eran inteligentes iban a la cárcel. Con el correr de los años, había aprendido a derrotar a los perros entrenados para oler droga y a los demás procedimientos de detección. Lo importante es que estaban dispuestos a emplear gente dispuesta a correr riesgos y que la mayor parte de ellos sobrevivía y podía pasar a retiro en Colombia, donde se integraban en la clase media acomodada, con una prosperidad resultante de un pasado distante, olvidado, que ni se repetiría ni se mencionaba.
"Bien", dijo Mohammed. "Cuándo comenzamos a operar?"
Está ansioso, notó Ernesto. Pero le seguiría la corriente. Hiciese lo que hiciese, contribuiría a distraer recursos de las operaciones anticontrabando y eso era bueno. Las relativamente escasas bajas que se producían en las operaciones de cruce de fronteras y que ya había aprendido a soportar, disminuirían aún más. El precio callejero de la cocaína bajaría, pero de algún modo la demanda aumentaría, de modo que no habría una baja neta del ingreso por ventas. Esa sería la ventaja táctica. Aun mejor, los Estados Unidos se interesarían menos por Colombia y enfocaría sus operaciones de inteligencia en otra dirección. Esa sería la importancia estratégica de la empresa… Y siempre le quedaba la opción de transmitirle información a la CIA. Podía decir que los terroristas habían aparecido de improviso en su campo de operaciones, y que ni siquiera el Cartel podía aprobar lo que éstos hacían. Mientras que esto no le bastaría para ser amado por los norteamericanos, tampoco le vendría mal. y en cuanto a los suyos que hubieran ayudado a los terroristas, se podía ocupar de ellos internamente por así decirlo. A los estadounidenses eso Es agradaría.
De modo que había un real aspecto positivo, y un aspecto negativo controlable. En términos generales, decidió, parecía tratarse de una operación valiosa y provechosa.
"Señor Miguel, Es propondré esta alianza a mis colegas, recomendándoles que la adoptemos. Tendrá una decisión final para fines de semana. ¿Se quedará en Cartagena o viajará?"
"Prefiero no quedarme demasiado tiempo en un lugar. Parto mañana. Pablo puede hacerme llegar su decisión vía Internet. Por ahora, le agradezco por esta cordial reunión de negocios".
Ernesto se puso de pie y le estrechó la mano. Decidió que a partir de ese momento consideraría a Miguel como un hombre de negocios de un área similar a la suya, pero que no competía con ésta. Ciertamente no un amigo, pero sí un aliado conveniente.
"¿Cómo demonios obtuvieron esto?", preguntó Jack.
"¿Diste hablar de una compañía llamada INFDSEC?", fue la respuesta de Rick Bell.
"Se dedican a encriptar, ¿no?"
"Correcto. Information Systems Security Company. La compañía tiene su sede cerca de Seattle. Tienen el mejor programa de información segura que existe. La dirige un ex jefe de la División 7 de Fort Meade. El y tres colegas fundaron la compañía hace tres años. No estoy seguro de que la NSA pueda descifrarlo, a no ser que lo logren con la fuerza bruta de sus nuevos equipos Sun. Casi todos los Bancos del mundo lo usan, en particular los de Liechtenstein y el resto de Europa. Pero hay una puerta secreta en el programa".
"Y nadie dio con ella?", con el transcurso de los años, quienes compraban programas de computadora habían aprendido a contratar expertos externos que recorriesen esos programas línea a línea para defenderse de los ingenieros de software bromistas, que eran demasiados.
"Esos tipos de la NSA saben encriptar", respondió Bell. "No tengo idea de qué hay ahí dentro, pero estos tipos aún tienen sus viejos uniformes de la NSA colgando en el vestidor, ¿me entiendes?"
"Y Fort Meade escucha, y nosotros obtenemos lo que ellos averiguan cuando lo transmiten por fax a Langley", dijo Jack. "¿En la CIA son buenos para rastrear dinero?"
"No tanto como los nuestros".
"Hace falta un ladrón para atrapar a otro ladrón, ¿verdad?"
"Es útil saber cómo piensa el adversario", confirmó Bell. "Ésta no es una comunidad grande. Demonios, los conocemos a casi todos, estamos en el mismo negocio, ¿no?"
"Yeso hace que yo sea un recurso más, ¿no?", preguntó Jack. Para la ley estadounidense, él no era un príncipe, pero los europeos aún pensaban en esos términos. Se inclinaban ante él y se desesperaban por estrecharle la mano, lo habrían considerado un joven promisorio aunque hubiera sido un idiota, y buscarían caerle en gracia, ante todo por la posibilidad de que pudiera servirles de útil recomendación. Claro que eso era corrupción, o al menos la atmósfera en que ésta crece.
"Qué aprendiste en la Casa Blanca?", preguntó Bell.
"Alguna que otra cosa", respondió Jack. Más que nada, había aprendido cosas de Mike Brennan, quien detestaba cordialmente las tonteras de los diplomáticos, por no hablar de las diarias intrigas políticas. Brennan solía tratar esos temas con sus colegas extranjeros, quienes veían que eso también ocurría en sus propias capitales y que, detrás de la inexpresiva fachada que sus puestos los obligaban a adoptar, tenían opiniones bastante parecidas a la suya. Probablemente, pensó Jack, había sido una mejor manera de aprender que la que tuvo su padre. No se había visto obligado a aprender a nadar mientras luchaba por no ahogarse. Era un tema que su padre no tocaba, a no ser cuando se irritaba por la corrupción.