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"Cabello largo oscuro?", preguntó Brian.

"Ésa", confirmó Peter. "Determinen qué compra, qué auto tiene y dónde vive".

"Nosotros dos solos?", preguntó Dominic. "No pide mucho, ¿no?"

"¿Es dije que era un trabajo fácil?", preguntó Alexander en tono inocente. les dio dos radiotransmisores. "Los auriculares van dentro de la oreja, los micrófonos se abrochan en el cuello de las camisas. Tienen un alcance de unos tres kilómetros. Ambos tienen las llaves de sus autos". Y con estas palabras, partió a comprarse unos calzoncillos en una tienda Eddie Bauer.

"Bienvenido a la mierda, Enzo", dijo Brian.

"Al menos nos dijo qué tenemos que hacer".

"Te alcanzó con eso?"

El objetivo entró en una tienda Ann Taylor. Se dirigieron hacia allí, deteniéndose a comprarse un café grande cada uno en Starbucks como disfraz de ambientación.

"No tires la taza", le dijo Dominic a su hermano.

"Por qué?", preguntó Brian.

"Por si necesitaras mear. La perversidad del mundo gusta de intervenir en planes cuidadosamente trazados como éste. Es una lección práctica de una clase en la academia".

Brian no dijo nada, pero le pareció que era una medida razonable. Se colocaron las radios, cerciorándose de que funcionaran bien.

"Aldo a Enzo, cambio", llamó Brian por el canal 6.

"Te copio, hermano. Abandonemos la vigilancia visual, pero mantengámonos a la vista uno del otro, ¿de acuerdo?"

"Buena idea. De acuerdo, voy hacia la tienda".

"Diez-cuatro. Para ti, entendido, hermano". Dominic se volvió para ver cómo partía su hermano. Luego se sentó a sorber su café y observar al objetivo, nunca directamente, sino con un ángulo lateral de unos veinte grados.

"Qué hace?", preguntó Aldo.

"Parece que elige una blusa". El objetivo tenía unos treinta años, cabello castaño largo hasta los hombros y era razonablemente atractiva. Llevaba un anillo de casada, sin diamantes y una cadena barata dorada en el cuello, probablemente comprada en el Wal-Mart al otro lado de la calle. Llevaba una blusa color durazno. Pantalones, no falda, negros, zapatos "sensatos" sin taco. Un bolso más bien grande. No parecía demasiado alerta a lo que la rodeaba, lo cual era bueno. Parecía estar sola. Finalmente escogió qué blusa quería, al parecer una de seda blanca, la pagó con una tarjeta de crédito y salió de Ann Taylor.

"El objetivo se mueve, Aldo".

A setenta metros de allí, la cabeza de Brian se asomó y se volvió directamente hacia su hermano. "Háblame, Enzo".

Dominic alzó su taza, como si fuese a tomar un sorbo. "Giró a la izquierda, va en tu dirección. Me puedes relevar en aproximadamente un minuto".

"Diez-cuatro, Enzo".

Habían estacionado sus automóviles a uno y otro lado del centro de compras. Eso resultó favorable, pues el objetivo giró a la derecha y salió por la puerta que daba al estacionamiento.

"Aldo, acércate hasta donde veas su patente", ordenó Dominic.

"Léeme el número de su patente y describe el auto. Voy al mío".

"De acuerdo, entendido, hermano".

Dominic no corrió hasta su auto, sólo caminó lo más rápido que pudo sin llamar la atención. Entró, lo puso en marcha y abrió las ventanillas.

"Enzo a Aldo, cambio".

"Bien, conduce una camioneta Volvo color verde oscuro, patente de Virginia, Whisky Kilo Romeo Seis Oso Nueve. Sola en el auto, lo pone en marcha, se dirige al norte. Voy a mi auto".

"Entendido. Enzo la sigue". Llegó a las tiendas Sears que componían el extremo este del centro de compras tan rápido como se lo permitió el tránsito y buscó su celular en el bolsillo de su chaqueta. y llamó a información para que le suministraran el número de teléfono de la delegación Charlottesville del FBI, que la compañía discó por él mediante el pago de cincuenta centavos adicionales.

"Operaciones, éste es el agente especial Dominic Caruso. Mi número de crede es seis cinco ocho dos uno. Necesito ya los datos correspondientes a la patente Whisky Kilo Romeo Seis Oso Nueve".

Quien estaba al otro lado de la línea ingresó el número de su credencial en una computadora y verificó la identidad de Dominic.

– Qué hace tan lejos de Birmingham, señor Caruso?"

"No tengo tiempo para eso. Por favor, los datos".

"Entendido, de acuerdo, un Volvo, verde, del año pasado, registrado a nombre de Edward y Michelle Peters, domicilio seis Riding Hood Court, Charlottesville. Eso queda justo antes de los límites de la ciudad al oeste. ¿Necesita apoyo?"

"Negativo. Gracias, puedo manejarlo desde aquí. Caruso fuera". Apagó su celular y le envió la dirección por radio a su hermano. Ambos ingresaron la dirección al mismo tiempo en sus computadoras de ruta.

"Esto es trampa", observó Brian con una sonrisa.

"Los buenos no hacen trampa, Aldo. Sólo cumplen con su misión. Okey. Estoy viendo al objetivo. Va hacia el oeste por Shady Branch Road. ¿Dónde estás?"

"A unos quinientos detrás de ti… ¡Mierda! Semáforo rojo".

– Bien, espera a que cambie. Al parecer, va a su casa y sabemos dónde es". Dominic se acercó hasta quedar a cien metros de su objetivo, del que sólo lo separaba una camioneta. Había hecho esa tarea pocas veces antes, y se sorprendió al ver lo tenso que estaba.

"PREPÁRESE PARA DOBLAR A LA IZQUIERDA DENTRO DE CIENTO CINCUENTA METROS", le dijo la computadora.

"Gracias, querida", gruñó Dominic.

Y entonces el Volvo giró en la esquina sugerida por la computadora. Así, a fin de cuentas, no iba tan mal. Dominic respiró hondo y se tranquilizó un poco.

"Bien, Brian, parece que va a su casa. Sólo sígueme", dijo por radio.

"Entendido, te sigo. ¿Alguna idea de quién es esta fulana?"

"Michelle Peters, según el registro de automotores:' El Volvo giró a la izquierda, luego a la derecha, a un callejón sin salida, donde se metió en la entrada que llevaba a un garaje para dos autos adosado a un casa mediana de dos plantas con marcos de puertas y ventanas de aluminio blanco. Estacionó su auto a unos cien metros de allí y sorbió su café. Brian llegó unos treinta segundos después y se detuvo media cuadra más allá.

"Ves el auto?", preguntó Dominic.

"Afirmativo, Enzo". El infante de marina calló un instante. "ay ahora qué hacemos?"

"Entran a tomar un café conmigo", sugirió una voz femenina. "Soy la fulana del Volvo", aclaró la voz.

"Oh, mierda", musitó Dominic fuera del alcance del micrófono. Salió de su Mercedes y le indicó a su hermano que lo imitara.

Los hermanos Caruso, juntos, se dirigieron al 6 de Riding Hood Court. La puerta se abrió para recibirlos.

"Estaba todo arreglado", dijo quedamente Dominic. "Me lo tendría que haber imaginado desde el principio".

"Sí. Quedamos como idiotas", dijo Brian.

"En realidad no", dijo la señora Peters desde la puerta. "Pero obtener mi dirección del registro de automotores sí que fue hacer trampa".

"Nadie nos dijo que hubiera reglas, señora", le dijo Dominic.

"No las hay, al menos no siempre, y no en esta actividad".

"De modo que estuvo oyendo la radio todo el tiempo?", preguntó Brian.

Asintió mientras los hacía pasar a la cocina. "Así es. Las radios están encriptadas. Nadie más sabía de qué hablaban. ¿Cómo les gusta el café, muchachos?"

"¿Así que nos vio desde el principio?", preguntó Dominic.

"En realidad, no. No usé las radios para hacer trampa -bueno, no mucho". Tenía una sonrisa cautivante que ayudaba a aminorar los golpes que propinaba a los egos de sus visitantes. "Eres Enzo, no?"

"Sí, señora".

"Estabas un poco demasiado cerca, pero sólo un objetivo muy atento lo hubiera notado, dado el poco tiempo que transcurrió. La marca del auto te ayudó. Hay muchos de estos pequeños Benz por aquí. Pero el mejor vehículo hubiese sido una camioneta pick-up, bien sucia. Muchos de los palurdos nunca la lavan y muchos de los académicos de la universidad han adoptado la misma costumbre, como para no desentonar. Para la Interestatal 64, bueno, sería mejor un avión y un inodoro portátil. La vigilancia discreta puede llegar a ser la más dura tarea de este negocio. Ahora lo saben".