"No te pago para que especules, Sam".
"Es una posibilidad", insistió Granger.
"También pudiera ser que la mafia mató al pobre infeliz porque lo confundió con un mañoso que no pagó sus deudas. Pero no apostaría por eso".
"Sí, sefior". Granger regresó a su oficina.
En ese momento, Mohammed Hasan al-Din trabajaba en su computadora mientras bebía café en el hotel Excelsior de Roma. Lo de Atef era una mala noticia. Era -había sido- un buen reclutador, con la mezcla exacta de inteligencia, verosimilitud y compromiso como para persuadir a otros de que se unieran a la causa. El mismo había querido entrar en acción, tomar vidas y ser un Santo Mártir, pero aunque quizá lo hubiera hecho bien, un hombre que sabía reclutar valía más que uno dispuesto a sacrificar su vida. Se trataba de aritmética básica, algo que un ingeniero graduado como Atef debería haber entendido. ¿Qué era lo que le había ocurrido? ¿Un hermano muerto por los israelíes en 1973, no? Era mucho tiempo como para mantener vivo el rencor, aún para un hombre de su organización, pero no un caso único. Pero ahora Atef estaba en el paraíso con su hermano. Eso era bueno para él pero malo para la organización. Estaba escrito, pensó Mohammed para consolarse, y así debía ocurrir, pero la lucha continuaría hasta que muriera el último enemigo.
Tenía un par de teléfonos donados sobre la cama, teléfonos que podía emplear sin miedo a ser escuchado. ¿Debía llamar al Emir para hablar de lo ocurrido? Valía la pena tomado en cuenta. El de Anas Alí Atef había sido el segundo ataque cardíaco en menos de una semana,y en ambos casos se había tratado de hombres muy jóvenes, lo cual era extraño, muy inusual desde el punto de vista estadístico. Fa'ad había estado junto a Anas cuando ocurrió, de modo que no había sido baleado o envenenado por un oficial de inteligencia israelí -Mohammed pensó que un judío los habría matado a ambos-, y la presencia de un testigo ocular en el lugar del hecho hacía difícil sospechar que se hubiera tratado de un homicidio. En cuanto al otro, bueno, Uda era un putero, y difícilmente fuera el primer hombre en morir por tal debilidad. De modo que a fin de cuentas debía tratarse de una coincidencia poco probable y por lo tanto no se justificaba llamar al Emir. Sin embargo, tomó nota de los dos incidentes en su computadora, encriptó lo escrito y apagó. Sentía deseos de dar un paseo. Era un agradable día en Roma. Cálido para tratarse de Europa, pero eso para él era lo deseable. Calle arriba había un agradable restaurante al aire libre, cuya comida italiana era apenas de calidad promedio, pero el promedio de aquí era superior al de muchos buenos restaurantes del mundo. Era como para pensar que todas las mujeres italianas serían obesas, pero no, algunas de ellas sufrían de la enfermedad femenina occidental de la delgadez, algunas al punto de que parecían niños de Africa occidental. Muchachos más que mujeres maduras y experimentadas. Era triste. Pero en lugar de comer, cruzó la Vía Veneto para extraer mil euros de un cajero automático. El euro había simplificado mucho el viajar por Europa, gracias a Alá. Aún no se equiparaba al dólar norteamericano en términos de estabilidad, pero, con un poco de suerte, ello pronto sería así, lo cual haría que viajar fuera aún más fácil.
Era difícil no amar Roma. Era una ubicación cómoda, de carácter internacional, estaba llena de extranjeros y tenía una hospitalaria población local, que se inclinaba y esforzaba a cambio de dinero, como buenos campesinos que eran. Buena ciudad para las mujeres, con la posibilidad de hacer compras que en Riad no eran siquiera imaginables. Su madre inglesa había amado Roma, y el porqué era obvio. Buena comida, buen vino, y un maravilloso ambiente histórico anterior al mismísmo Profeta, que la paz y las bendiciones fueran con él. Muchos habían muerto aquí a manos de los césares,masacrados para diversión pública en el anfiteatro Flavio, o matados porque habían desagradado al emperador de una u otra forma.Durante la época imperial posiblemente las calles hubieran sido muy pacíficas. Qué mejor manera de garantizar eso que aplicando la ley implacablemente? Aun los débiles podían reconocer el precio de comportarse mal. Así era también en su tierra natal, y esperaba que así siguiera siendo cuando se libraran de la familia real matándola o forzándola a exiliarse en Inglaterra o Suiza, donde la gente con dinero y nobleza era tratada lo suficientemente bien como para que pasara su vida en la indolencia y la comodidad. Cualquiera de estas alternativas era aceptable para Mohammed y sus colegas. Mientras ya no gobernaran, llenos de corrupción, inclinándose ante los infieles y cambiándoles petróleo por dinero, gobernando al pueblo como si fuesen hijos del propio Mahoma. Eso se terminaría. Su odio hacia los Estados Unidos era menor que el que sentía por los gobernantes de su propio país… Pero los Estados Unidos eran su principal objetivo debido al poder que éstos empleaban para sí o a través de otros para alcanzar sus objetivos imperiales. Los Estados Unidos amenazaban todo lo que él amaba. Eran un país descreído, patrocinador y protector de los judíos. Habían invadido su país y tenían tropas y armas allí, con el indudable objetivo de sojuzgar todo el Islam, rigiendo las vidas de mil millones de fieles en nombre de sus propios y estrechos intereses: Castigar a los Estados Unidos se había convertido en su obsesión. Ni siquiera los israelíes eran blancos igualmente atractivos. Aunque los judíos eran crueles, no eran más que los ejecutores de los designios de los estadounidenses, vasallos que obedecían las órdenes de sus amos a cambio de dinero y armas sin siquiera darse cuenta de cuán cínicamente estaban siendo usados. Los chiítas iraníes tenían razón. Los Estados Unidos eran el Gran Satán, Iblis mismo, tan poderoso que era difícil asestarle un golpe definitivo, pero así y todo vulnerable, como lo es el mal ante las virtuosas fuerzas de Alá y los creyentes.
El conserje del hotel Bayerischer se había excedido, pensó Dominic, al conseguirles un Porsche 911 en cuyo maletero frontal apenas si había lugar para su equipaje, y eso metiéndolo a la fuerza. Pero estaba bien y era aun mejor que alquilar un Mercedes de motor pequeño. El 911 tenía cojones. Brian se ocuparía de los mapas mientras cruzaran los Alpes en dirección sudeste en su camino a Viena. Que estaban yendo al sur para matar a alguien no importaba por el momento. Servían a su país, que es lo máximo que se puede exigir en materia de lealtad.
"¿Necesito un casco?", preguntó Brian mientras entraba, lo cual, en el caso de ese auto, significaba prácticamente sentarse en la acera.
"No si yo conduzco, Aldo. Vamos, hermanito, es hora de ponemos en marcha".
El auto estaba pintado de un horrible tono azul, pero el tanque estaba lleno y el motor de seis cilindros estaba a punto. A los alemanes ciertamente les gustaba que las cosas estuviesen in Ordnung. Brian fue indicando cómo salir de Munich y tomar la Autobahn hacia el sudeste, a Viena y, una vez en la autopista, Enzo decidió ver qué velocidad alcanzaba realmente el Porsche.
"Crees que puedan necesitar algún apoyo?", le preguntó Hendleya Granger, quien acababa de entrar en su oficina.
"¿A qué te refieres?", respondió Sam. Claro que Hendley hablaba de los hermanos Caruso.
"Digo que no cuentan con demasiado apoyo de inteligencia", señaló el ex senador.
"Bueno, nunca pensamos en eso, ¿verdad?"
"Exactamente". Hendley se reclinó en su silla. "En cierto sentido, están operando desnudos. Ninguno de los dos tiene mucha experiencia en materia de inteligencia. ¿y si matan a la persona equivocada? Creo que es poco probable que los atrapen al hacerlo, pero tampoco ayudaría mucho a su moral. Recuerdo a un tipo de la mafia que estaba, creo, en la Penitenciaría Federal de Atlanta. Mató a un pobre desgraciado, pues creyó que lo estaba por matar a él, pero resulta que se equivocó, y enloqueció.