Ése fue el origen de nuestra primera intervención importante en la mafia y de la primera vez que supimos de qué forma está organizada, ¿lo recuerdas?"
"Ah, sí, era un soldado de la mafia llamado Joe Valachi, pero era un delincuente, ¿recuerdas?"
"y Brian y Dominic son buenos tipos. De modo que en su caso la culpa puede llegar a golpearlos aún más fuerte. Tal vez darles respaldo de inteligencia sea buena idea".
A Granger lo sorprendió la sugerencia. "Entiendo que necesitemos mejor evaluación de inteligencia, y admito que eso de la 'oficina virtual' tiene ciertas limitaciones. No tienen a quién hacerle preguntas, pero si las tuvieran, siempre nos pueden pedir consejo vía correo electrónico…"
"Y no lo han hecho", señaló Hendley.
"Gerry, sólo han cumplido con dos etapas de esta misión. Aún no es momento de asustarse, ¿sabes? Se trata de dos jóvenes oficiales muy inteligentes y muy aptos. Por eso los escogimos. Saben cómo pensar por cuenta propia y precisamente eso es lo que necesitamos de nuestro personal de operaciones".
"No sólo estamos dando cosas por sentadas. Estamos dando cosas por sentadas y proyectándolas al futuro. ¿Te parece una buena idea?" Hendley había aprendido a seguir las ideas hasta sus últimas consecuencias en el Capitolio y lo hacía con letal eficacia.
"Dar las cosas por sentadas siempre es malo. Lo sé, Gerry. Pero también lo son las complicaciones. ¿Cómo sabemos que los enviaremos al hombre adecuado? ¿y si no hacemos más que agregar un nivel de incertidumbre? ¿Eso es lo que queremos?" Hendley, pensó Granger, sufría de la más mortal de las enfermedades de los congresistas. Era demasiado fácil supervisar las cosas hasta matarlas.
"Lo que digo es que es buena idea contar con alguien allí que piense un poco distinto, que enfoque de otra manera los datos que enviamos. Los muchachos Caruso son muy buenos. Lo sé. Pero no tienen experiencia. Lo importante es que allí haya otro cerebro para ver de otra manera los hechos y la situación".
Granger sintió que había sido arrinconado. "De acuerdo, veo la lógica de eso, pero es un nivel de complicación que no necesitamos".
"De acuerdo, míralo así: ¿qué ocurre si ven algo para lo que no están preparados? En ese caso, necesitarán una segunda opinión -o como quieras llamarla- de los datos en cuestión. Ello hará que sea más difícil para ambos cometer errores sobre el terreno. Lo único que me preocupa es que si cometen un error, y si ese error es fatal para algún pobre desgraciado, ese error afectará sus futuras misiones. Culpa, remordimiento, y tal vez se pongan a hablar ¿entiendes? ¿Podemos descartar esa posibilidad por completo?"
"No, tal vez no del todo, pero también significa que sumamos un factor a la ecuación que puede decir 'no', cuando lo correcto tal vez sea 'sí'. Cualquiera puede decir no. y no necesariamente tendrá razón. Se puede ser demasiado precavido".
"No lo creo".
"Bien. ¿A quién quieres enviar?", preguntó Granger.
"Pensémoslo. Podría ser -debería ser alguien a quien conozcan y de quien se fíen, se interrumpió.
Hendley había puesto nervioso a su jefe de operaciones. Se le había metido una idea en la cabeza, y Hendley sabía muy bien que él era el jefe del Campus y que en este edificio su palabra era la ley y que no había a quién apelar. De modo que si Granger debía seleccionar un candidato para ese presunto trabajo, debía tratarse de alguien que no arruinase las cosas.
La Autobahn era una obra de ingeniería soberbia, hasta brillante. Dominic se preguntaba quién la habría instalado. Luego se le ocurrió que parecía llevar allí mucho tiempo. y unía Alemania con Austria… tal vez el propio Hitler la hubiese mandado construir. ¿No era como para reírse? Como sea, allí no había límite de velocidad y el motor de seis cilindros del Porsche ronroneaba como un tigre al acecho de carne fresca. y los conductores alemanes eran asombrosamente educados. Uno no tenía más que hacer señales de luces, y se hacían a un lado como si hubieran recibido una orden del cielo. Definitivamente distinto de los Estados Unidos, donde alguna anciana en un vetusto Pinto ocupaba el carril izquierdo porque era zurda y porque le gustaba demorar a los dementes que conducían Corvettes. Ni las salinas de Bonneville eran tan divertidas como esto.
En cuanto a Brian, hacía lo que podía por no encogerse de miedo. Cada tanto cerraba los ojos, recordando cómo volaba a ras de tierra con la fuerza de reconocimiento de los infantes de marina por los desfiladeros de la Sierra Nevada, a menudo en helicópteros CH-46 que tenían más años que él. No había muerto así. Probablemente, tampoco fuera a morir ahora y, como oficial de infantes de marina no tenía permitido demostrar miedo ni debilidad. Y era excitante. Parecido a andar en la montaña rusa sin colocar la barra de seguridad. Pero veía que Enzo se divertía como nunca, y se consolaba con el hecho de que sí llevaba puesto el cinturón de seguridad, y que ese pequefio auto alemán posiblemente hubiera sido diseñado por el mismo equipo que había construido el tanque Tiger. Pasar las montañas era lo más temible, y cuando entraron en la región de las granjas, la tierra se hizo más llana y la ruta más recta, gracias a Dios.
Dominic cantaba, horriblemente, canciones de La novicia rebelde.
"Si cantas así en la iglesia, Dios te fulminará", le advirtió Brian, buscando el mapa urbano para ingresar en Wien, que era como los ciudadanos vieneses llamaban a su ciudad.
Y las calles de la ciudad eran un laberinto. La capital de Austria -Osterreich- era anterior a las legiones romanas y ni una calle tenía un tramo recto más largo que el necesario para que una legión desfilase frente a su tribunus militaris el día del cumpleaños del emperador. El mapa indicaba que había rutas de circunvalación internas y externas que probablemente coincidieran con el trazado de las murallas medievales de la ciudad -los turcos habían llegado hasta aquí más de una vez con la esperanza de sumar Austria a su imperio, pero estos elementos de historia militar no habían formado parte de la lista oficial de lecturas del Cuerpo de Infantería de Marina. Era un país mayoritariamente católico, pues la reinante casa de Habsburgo lo había sido, lo cual no había impedido que los austríacos exterminasen a su destacada y próspera minoría judía una vez que Hitler incorporó Austria a su Gran Reich Alemán. Ello había ocurrido después del plebiscito del Anschluss en 1938. Hitler había nacido aquí, no en Alemania como se suponía generalmente, y los austríacos habían respondido a su lealtad con lealtad, volviéndose más… nazis que el propio Hitler. Eso, al menos era lo que informaba la historia oficial, que no era la que adoptaron los austríacos. Era el único país donde La novicia rebelde no fue un éxito de taquilla, tal vez porque no era una película que dejaba bien parado al partido nazi.
Asi y todo, Viena parecía lo que era, una ex ciudad imperial con amplios bulevares bordeados de árboles, arquitectura clásica y ciudadanos de aspecto notablemente cuidado. Con su mapa, Brian llegó hasta el hotel Imperial en el Kartner Ring, un edificio que parecía ser un anexo del conocido palacio de Schonbrunn.
"Hay que admitir que nos alojan en buenos lugares, Aldo", observó Dominic.
El interior era aún más impresionante, con molduras de yeso dorado; cada uno de cuyos segmentos parecía instalado por maestros artesanos importados de la Florencia del Renacimiento. El vestíbulo no era espacioso; pero era imposible no ver el mostrador de la recepción, atendido por empleados cuyas vestimentas eran tan llamativas como el uniforme de gala de los infantes de marina.
"Buenos días", los saludó el conserje. "¿Su nombre es Caruso?"
"Así es", dijo Dominic, sorprendido por esa exhibición de poderes telepáticos por parte del conserje. "Usted debe de tener una reserva para mi hermano y para mí".
"Sí, señor", dijo el conserje con entusiasta subordinación. Su inglés podía haber sido aprendido en Harvard. "Dos habitaciones contiguas sobre la calle".