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Ahora Pomponio estaba muy cerca, con su cara enrojecida y sudorosa aproximándose a la de su insolente subordinado.

– Harás lo que yo diga.

Áquila desenvainó su espada y se la tendió, con la empuñadura por delante, al general.

– Si ya has decidido, déjate caer sobre esto, pero yo voy a sacar a mis hombres de aquí, y algo me dice que tu legión querrá seguirnos.

En el rostro del cónsul se hizo evidente su confusión, por lo que Áquila bajó la voz. Incluso aunque la muerte de ese hombre no le afectaría en absoluto, sabía que si quería sobrevivir, había que mantener la dignidad del general y él no tenía tiempo para sutilezas, puesto que sus hombres se estaban acercando en grupo.

– Eres tan tozudo como una mula. No tenemos más opción que retirarnos, así que, ¿por qué no das la orden? Haz que parezca idea tuya.

– Yo…

– ¿Quieres muerte o deshonor para tu familia?

Aquello hizo que su rostro empalideciera. Se dio la vuelta justo cuando sus hombres llegaron.

– Formad con el princeps de la Decimoctava. Vamos a luchar para abrirnos camino de vuelta hasta el cuerpo principal.

Entonces Pomponio se detuvo, como si en su mente no pudiera concebir lo que ocurriría después.

– Después nos retiraremos en orden -dijo Áquila.

Los hombres del general, al ver a un recluta dirigiéndose a un general, lo miraron extrañados, mientras Pomponio repetía sus palabras.

Pomponio ni se planteó regresar a Roma con sólo una marcha infructuosa y pérdidas innecesarias en su cuenta. Tuvo la gentileza de no intervenir cuando la Decimoctava mantuvo su elección, que devolvió a Áquila a su antiguo puesto de centurión sénior, pero esa legión no fue incluida en su siguiente movimiento. Se quedaron en Emphorae mientras el cónsul, con escasez de tiempo y sin un verdadero enemigo que combatir, hizo marchar al resto de ejército contra los escordiscos, una tribu aliada que llevaba una década en paz con Roma.

Incendió su campamento, mató a sus guerreros, saqueó sus tesoros y su ganado, y esclavizó a mujeres y niños. Después, envió una petición a Roma para que le concediesen un triunfo. Dejó atrás una tierra en completa revuelta, pues toda tribu de la frontera que había jurado mantener la paz por su propia supervivencia, atacaba las posiciones romanas que tenía más cerca. Incluso los bregones y los lusitanos, aunque se mantenían al margen de la participación a escala total, enviaron hombres desde el interior para ayudar. Ya no era un alzamiento tribal lo que la legión tenía que confrontar. Ahora era una guerra en toda regla.

Mientras miraba el paisaje cubierto de nieve del exterior, que se extendía con su blancura fantasmal bajo un sombrío cielo gris, Marcelo añoraba una luz decente. No sólo luz, sino espacio, pues allí en el norte, en la provincia de la Galia Cisalpina, las casas se construían de manera muy diferente a como eran en Roma. Las ventanas eran pequeñas y con postigos, los muros, gruesos y una inmensa chimenea dominaba cada habitación. La villa no tenía atrio, un espacio abierto a los benignos elementos donde un patricio pudiera recibir a sus invitados; en su lugar había un patio de tierra que o bien estaba congelado en esta época del año, o bien estaba cubierto de barro, si es que se había descongelado.

Más allá estaba la ciudad de Mediolaudum, la posición más alejada del poder romano en Italia, levantada al sur de los altísimos Alpes, que se alzaban como una muralla defensiva a la cabeza de la República. Desde luego se trataba de una muralla en la que ya se habían abierto brechas, y era necesaria la vigilancia. Las tribus celtas locales, los boyos y los helvecios, odiaban a Roma con pasión, pero, en lo alto de sus bastiones de montaña, se mantenían apartados. De vez en cuando había ataques, cuando se robaba ganado, pero no había nada que justificase una persecución, e incluso aunque quisiera, Marcelo no contaba con tropas con las que conseguir nada. Hasta los boyos y los helvecios evitaban los problemas en invierno, retirándose al norte, al este y al oeste en busca de pastos de invierno, al tiempo que dejaban que los romanos llevaran su organización agrícola al pie de las colinas.

El tiempo llevaba una semana así, con sólo alguna ventisca de vez en cuando para romper la monotonía, lo que hacía que su ánimo decayera aún más que el nombramiento que le había traído a esta parte de Italia. Aquellos que estaban bajo su mando, los oficiales locales, aseguraban a su nuevo pretor provincial que cuando el sol apareciese se asombraría de la belleza del paisaje. Incluso aunque estuviera bloqueado por la nieve, encontraría agradable el calor del día, y, ¿qué podía ser más grato en una noche de helada que un hogar encendido? Los buenos modales, así como la prudencia, le impedían contarles que a él le habían apartado. Quinto le había camelado con elocuencia acerca de la necesidad de que perfeccionara sus destrezas como magistrado, insistiendo en que Marcelo era demasiado joven para cualquier cargo en la misma Roma; su mentor también parecía haber decidido mantenerlo alejado de cualquier tipo de guerra. Las excusas que le dio por aquello fueron tan manidas como las que había empleado para enviarlo aquí: la necesidad de protegerlo del peligro para que la República pudiera tener asegurados sus servicios en el futuro.

Y fue así como se vio en su primer tribunal, juzgando disputas tan tediosas como para hacerle difícil permanecer despierto. En esta parte del mundo no había ninguno de los escándalos que hacían que la abogacía en Roma fuese una ocupación excitante; los abogados locales que había conocido eran una panda de cretinos, más inclinados a cerrar un caso por pura incapacidad que con elocuencia, y los propios casos, como pudo examinar en los registros del tribunal, parecían igual de prosaicos.

Su cupo diario eran arbitrajes sobre lindes de tierras, persecución de quienes no habían podido pagar sus impuestos e interminables litigios sobre herencias, pero lo que en verdad lo mortificaba era su incapacidad a la hora de rechazar la oferta de Quinto Cornelio. De haberlo hecho, habría liberado a su patrón de cualquier obligación con él, camino que Quinto hubiera emprendido con alegría. La sibila a la que había consultado días antes de que Lucio muriese le había dicho que heredaría de su padre; puede que algún día llegara a creer en ello, como Lucio, pero justo ahora, con su actual ánimo melancólico, era un concepto difícil de tragar.

Se alejó de la rendija de la ventana cuando su físico entró en la habitación. El hombre caminó hasta el fuego, acercando las manos a los troncos en llamas, y después se las frotó vigorosamente antes de mirar de frente al pretor. Tenía una sonrisa de oreja a oreja, lo que hizo que la pregunta que hizo Marcelo pareciese superficial.

– ¿Y bien? -preguntó.

– Definitivamente está encinta, excelencia. Los dioses y los vientos del oeste os han sido propicios.

Marcelo tuvo que morderse la lengua. ¿De verdad creían aún, en esta parte del mundo olvidada por los dioses, que era necesario un viento benigno para asegurarse un embarazo? Se preguntó qué habría dicho el viejo doctor de su padre, Epidauriano, al encarar unas creencias tan primitivas.

– ¿Y la salud de mi esposa?

– Excelente -replicó el doctor, que volvía a frotarse las manos ante el fuego como para enfatizar su opinión-. Aunque la dama Claudianilla es de complexión menuda. El nacimiento en sí podría ser difícil.

La concepción había estado lejos de ser difícil. Después de su noche de bodas, él se las había arreglado para evitar, con bastante éxito, la unión sexual con su joven esposa. En aquellas ocasiones en que había compartido el lecho con ella, él simplemente había hecho los movimientos, dejándola a ella tan falta de placer como lo estaba él mismo. Sosia era aún la compañera de sus horas oscuras, tanto física como metafóricamente. Mansa y sumisa, y del todo carente de experiencia, Claudianilla aceptaba aquello como la norma, pero alguien, probablemente su madre, o quizá sus amigas mayores, la habían instruido sobre la verdadera naturaleza de los asuntos conyugales. Al mismo tiempo, alguien de dentro de su casa había informado a la nueva ama de los deberes que desempeñaba la esclava griega.