La maestra alzó la vista, con el entrecejo fruncido.
– ¿Pendenciero?
– A veces creo que está convencido de que puede salirse con la suya porque la única persona que aquí respetan más que al maestro es el ministro. Si los maestros que hemos tenido durante años le hubiesen dado su merecido y contado al reverendo Severt algunas de las diabluras de Alien, tal vez no se hubiese convertido en semejante problema.
– ¿Qué clase de diabluras?
– Oh, empujar a los más chicos, burlarse de las niñas de manera nada divertida… nada que se pudiese considerar grave. En lo que se refiere a cosas graves, es lo bastante hábil para borrar sus huellas de modo que no se le pueda acusar de nada. Pero conviene que lo vigiles. Es respondón y atrevido. A mí nunca me ha gustado mucho, pero ya te formarás tu propia opinión cuando lo conozcas.
Linnea le aseguró que lo haría y siguió con otro nombre:
– Libby Severt, once años.
– Es la hermana de Alien. Es bastante ignorada, porque Alien se encarga de atraer toda la atención de la familia. Parece una chica bastante agradable.
– Francés Westgaard, diez años.
– También es de Ulmer y Helen. Ella tiene un lugar especial en mi corazón y creo que es porque es más lenta que los demás. Pero jamás conocerás a una niña mejor dispuesta ni más cariñosa. Espera a que llegue la época de Navidad: será la primera en hacerte un regalo y será un regalo muy pensado.
Linnea sonrió y dibujó una flor junto al nombre.
– Norma Westgaard, diez años.
– Norma es hija de mi hijo Lars y de su esposa Evie. Es la mayor de los cinco y siempre está cuidando a los más pequeños como una madre. Más adelante, hallarás en la lista a Skipp y Roseanne, que son los hermanos menores de Norma.
Se quedó pensativa un momento y luego prosiguió, como respondiendo a una pregunta tácita.
– Creo que Roseanne comenzará la escuela este año. Todos son buenos chicos. Lars y Evie los criaron bien. como todos mis hijos.
La subjetividad de la abuela la hizo sonreír y bajó la cara para que no la viese. El siguiente nombre de la lista era Skipp, cuyo nombre unió con córcheles a los de los hermanos y comprobó que, además de Skipp, había otros dos de ocho años en la lista: los de tercer grado serían sus alumnos mayores.
– Bent Linder y Jeannette Knutson.
– Bent es hijo de mi hija Clara, la menor. Está casada con un buen muchacho llamado Trígg Linder y tienen dos más pequeños. Esperan el tercero para febrero. -La mirada de Nissa se volvió remota y sus manos se aquietaron un instante-. ¡Dios, cómo se va el tiempo! Me parece que fue ayer cuando la propia Clara terminó la escuela. -Suspiró-. Ah, bueno- ¿Quién sigue?
– Jeannette Knutson.
– Es hija de Oscar e Hilda… ¿los conoces? Él es el presidente del consejo escolar.
– Oh, claro. Y tengo dos de siete años: Roseanne y Sonny Westgaard,
– Primos. Ya te dije que Roseanne es hija de Evie y Sonny, de Ulmer. Se llama igual que su padre, pero siempre le decimos Sonny.
Las notas de Linnea empezaron a volverse confusas, como ella misma, y su expresión lo demostró.
Riendo, Nissa dejó un plato con emparedados sobre la mesa y volvió junto a la cocina, limpiándose las manos en el delantal.
– Lo entenderás mejor cuando los conozcas a todos. En muy poco tiempo los llamarás por sus nombres de pila y sabrás a qué familia pertenecen. Aquí todos conocen a todos y tú también los conocerás.
– Cuántos son nietos suyos -dijo Linnea, con cierto asombro en la voz.
– Trece. Serán catorce cuando nazca el de Clara. Siempre pienso cuántos más serían si John se hubiese casado y si Melinda no hubiera…
Pero en ese instante irrumpieron los hombres y Nissa cerró la boca. Dirigió una mirada cautelosa a Theodore y se apresuró a ir a la despensa a guardar el cuchillo de carnicero.
"¿Quién será Melinda?" se preguntó Linnea. "¿La esposa de Theodore? ¿La madre de Kristian?" ¿Sí Melinda no hubiera… qué?
Linnea observó con disimulo al padre y al hijo, que entraban. Intentó imaginarse a Theodore con una esposa. ¿Cómo sería? Teniendo en cuenta el cabello de Kristian, debía de ser rubia. Y supuso que debía de ser bella, a juzgar por los armoniosos rasgos del muchacho. ¿Kristian habría heredado de ella el labio inferior lleno y la boca bien formada? Muy probable, pues la de Theodore era bien diferente: ancha, muy definida pero no tan curvada. Costaba imaginarla sonriendo, pues ella jamás lo había visto hacerlo.
Desde donde estaba sentada, junto a la mesa, lo vio cruzar la cocina hacia el cubo de agua y observó la cabeza echada hacia atrás mientras bebía. De repente, él se dio la vuelta y la sorprendió. Las miradas se encontraron y Theodore dejó el cazo en e! cubo con gestos lentos y se secó la boca con el dorso de la mano, con gestos más lentos aún. En el pecho de Linnea pasó algo extraño. Una fugaz opresión, una tensión que la hizo bajar la vista hacia la lista de nombres en el libro que tenia abierto sobre la mesa de la cocina.
– Vengo a buscar los emparedados -dijo el hombre, sin dirigirse a nadie en particular. De golpe, apareció junto a ella, recogió el montón de gruesos emparedados y le dio dos a Kristian-. Vamos.
– Nos vemos en la cena -dijo el chico, desde la puerta y ella alzó la vista para devolverle la sonrisa.
– Sí, nos vemos en la cena.
Pero Theodore no saludó y se limitó a salir tras su hijo. Linnea se preguntó qué era lo que la había impactado. Conjeturó que podía ser incomodidad, pues, en cierto modo, ese hombre tenía la capacidad de sacudirla cada vez que los dos estaban a distancia suficiente para hablar.
Volvió Nissa, apoyó la cafetera en la parte más caliente de la cocina y echó un vistazo hacia la puerta por donde acababa de salir Theodore.
Para darse ánimo, Linnea hizo una inspiración profunda y preguntó:
– ¿Quién es Melinda?
– ¿Quieres encargar los zapatos o no?
Nissa indicó con un cabeceo el catálogo que estaba sobre la mesa.
– Dentro de un minuto… -Hizo una pausa y repitió, en voz baja-: ¿Quién es Melinda?
– Era la esposa de Teddy, pero a él no le gusta hablar de ella.
– ¿Por qué?
Nissa se quitó las gafas, las sostuvo por el puente y les echó el aliento Levantó el delantal y se concentró en limpiarlas, mientras respondía:
– Porque huyó dejándolo con un niño de un año y jamás volvimos a verla por aquí.
Linnea tuvo que esforzarse por ahogar una exclamación.
– ¿Co…con un niño de un año?
– Eso he dicho, ¿no?
– ¿Se refiere a Kristian?
– No veo a ningún otro hijo de Teddy por aquí, ¿y tú?
– ¿Quiere decir que ella… los abandonó?
En su interior algo se retorció, un apretujen de piedad, la compulsión de saber más.
Nissa se sentó y hojeó las gruesas páginas con el pulgar, buscando.
El catálogo se abrió. Se mojó un dedo y con dos pasadas encontró la página correcta.
– Estos son -Estiró el cuello para observar la fila de dibujos en blanco y negro, a través de las gafas limpias-. Estas botas de lluvia para dama, con cordones, son adecuadas. Estas te servirán.
Señaló la página con el índice. La piel de ese dedo estaba muy arrugada y ya no se enderezaba del todo. Con gesto suave, Linnea cubrió la mano de la anciana y habló con mucha dulzura:
– Me gustaría que me hablara de Melinda.
Nissa levantó la vista. Las gafas ovaladas agrandaban los opacos ojos castaños, acentuados por las arrugas de los párpados. Contempló a la Muchacha en silencio, como evaluándola. Llegó desde afuera el grito de un cuervo y el mido de los cascos de caballos que se alejaban. Miró hacia el patio de la granja, donde ya no se veía ni al padre ni al hijo y retiró la mano de la de Linnea para empujar el catálogo hacia atrás con los pulgares.
– Está bien. Si quieres saber, te contaré hasta donde sé. ¿Te molesta si primero me sirvo una taza de café?