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¿Era su imaginación o Nissa parecía abatida por primera vez? Apoyando las manos en las rodillas se puso de pie, encontró una taza y la llenó. Cuando volvió a la mesa, no era sólo el abatimiento lo que le pesaba sobre sus hombros: en sus ojos había una indudable expresión de tristeza.

– Fue en el verano de 1900. Mi hombre, mi Hjalmar, pensaba que Theodore Rooseveit era la persona más grandiosa que hubiese pisado la tierra. En la región, todos amaban al Viejo Cuatro Ojos, ¿sabes?, les guiaba considerarlo un hijo del lugar porque había ceñido un rancho en Medora un par de años. Añade a ello que acababa de estar en Cuba con los Rouge Riders, con los que cabalgaron hasta San Juan Hill. y era prácticamente un héroe nacional. Pero nadie lo admiraba como mi Hjalmar

– Ese verano, Rooseveit se presentó como candidato a vicepresidente con McKinley y Hjalmar supo que pasaría por Williston en el tren de campaña. Nunca olvidaré ese día en que él entró como una exhalación en la casa, vociferando: 'señorita' -así solía llamarme cuando estaba excitado-, 'señorita', gritó, 'haz tu equipaje, ¡nos vamos a Williston a ver a Rooseveit!'

– Caramba, yo no podía creerlo. Le dije: 'Hjalmar, ¿de qué estás hablando? ¿Otra vez has estado probando la nueva cerveza de centeno de Helgeson? Ese tipo, Helgeson, solía vivir en la siguiente sección y preparaba cerveza casera y los dos siempre afirmaban que hacía falta probarla…

Sus ojos se suavizaron con la luz de la evocación y el fantasma de una sonrisa jugueteó en sus labios. De repente se aclaró la voz, bebió un trago de café y volvió al punto principal del relato.

– Hjalmar decía que ningún hijo al que se le pusiera el nombre de Teddy Rooseveit debía perder la oportunidad de ver a su tocayo en persona, ya que estaba a menos de cien kilómetros de distancia, y así fue como los tres fuimos a Williston a esperar el tren.

Nissa apretó el puño y golpeó suavemente con él sobre el catálogo.

– Bueno, eso fue lo que hicimos. Fuimos hasta Williston los tres, ocupamos una habitación en el hotel Manilou y todos emperifollados con nuestra ropa de los domingos, fuimos a la estación para ver llegar ese tren. -Balanceó lentamente la cabeza-. Fue algo digno de verse, te lo aseguro. -Se apretó el puño contra el corazón-. Había una gran banda tocando marchas y escolares agitando banderas norteamericanas, y entonces llegó el tren, iodo adornado con banderas y colgaduras… y ahí estaba el mismísimo señor Rooseveit, de pie en el Ultimo vagó", con las manos levantadas y las mejillas tan rojas como las rayas de las banderas y la banda que atronaba con las canciones patrióticas. Recuerdo que, al levantar la vista, vi a mi Hjaimar con una sonrisa en el rostro -tenía un bigote igual que el de Rooseveit-; con el brazo sobre los hombros de Teddy, le señalaba al gran hombre y le gritaba algo al oído.

En la expresión de la anciana, Linnea podía ver y oír toda la escena. En ese instante, alzó la vista y, al advertir que se había dejado llevar por los recuerdos, bajó la mano y sujetó la taza. Resopló para despejarse algo más que la nariz.

– Bueno, ella estaba en alguna parte de ese tren. Su padre formaba parte del comité de campaña de McKinley y Rooseveit y, como su madre había muerto, iba a todas partes con él. Resultó que se quedaron en Williston más tiempo que una parada del tren- Al parecer, había un tipo rico allí, de apellido Hagens, que había hecho importantes donaciones para la campaña y se iba a celebrar una reunión política donde los granjeros tendrían la oportunidad de hablar con los candidatos y comprometerlos a cumplir ciertas promesas. Después hubo una cena en el Manitou y distribuyeron a las personas clave de McKinley por las nietas para responder preguntas, por lo cual Melinda y su padre se sentaron con nosotros.

– No recuerdo mucho de eso y tal vez fuese culpa de Hjalmar y mía por no prestar mucha atención a esos jóvenes; lo que sucedió fue que él estaba hablando de política y yo estaba atrapada por lo que veía en ese hotel tan lujoso. Recuerdo que la banda tocaba otra vez, y que una vez le di un codazo a Hjalmar y dije: 'Mira ahí", porque ahí estaba nuestro Teddy bailando con esa muchacha. Claro que Hjalmar estaba enzarzado en una discusión sobre los méritos y defectos del nuevo sistema de servicio civil propuesto por el señor Rooseveit y no recuerdo qué hora era cuando se acercó nuestro Teddy y nos dijo que él y la muchacha iban a dar un paseo. Claro que me sorprendí, pero, a fin de cuentas, Teddy ya tenía diecisiete años.

Linnea intentó imaginar a Teddy a los diecisiete y no pudo. Trató de imaginárselo bailando y no pudo. Intentó imaginárselo llevando a una muchacha del brazo a caminar y tampoco pudo. Como sólo había visto su lado irascible, esas imágenes parecían impropias de él.

– Pero diecisiete o lo que fuera, antes de que llegara la mañana, Teddy había provocado un buen revuelo. Esperamos, esperamos y fuimos a preguntarle al padre de Melinda, pero ella tampoco había vuelto y se hicieron las cinco de la madrugada cuando los dos regresaron y entraron en el vestíbulo tomados de la mano. -Nissa miró sobre la montura de las gafas y cruzó los brazos sobre el pecho-. ¿Viste alguna vez lo que pasa cuando una comadreja se escabulle dentro de un gallinero? Bueno, eso es lo que parecía cuando los sorprendimos en el vestíbulo. Volaban plumas en todas direcciones y algunas las lanzaba yo. Te aseguro que yo participaba del desplume y nunca escuché semejantes chillidos y gritos como los que lanzaba Melinda cuando su padre la llevó a rastras a la habitación por el pasillo. Gritaba como si la mataran, exclamando que no había hecho nada de lo cual avergonzarse y que, si viviese en una casa y pudiera quedarse quieta, como otras muchachas, no tendría que quedarse fuera toda la noche para hacer amigos nuevos. -Nissa se frotó la boca, con la vista fija en el café frío-. Jamás pregunté dónde habían estado todo ese tiempo ni qué habían hecho. A decir verdad, creo que no quería saberlo. Llevamos a Teddy a nuestra habitación y cerramos la puerta de un golpe, oyendo que la chica seguía comportándose como una gata salvaje y las cabezas asomaban por las puertas. Por Dios, fue horrible.

Nissa suspiró.

– Bueno, creímos que ahí acababa todo, y por la mañana sacamos a Teddy de allí sin posar la vista otra vez sobre Melinda. Pero no había pasado una semana cuando la chica se presentó en la puerta de mi cocina, audaz y atrevida; en aquel entonces, vivíamos en la casa de John. Ahí estaba nuestro hogar y la chica dijo que quería ver a Teddy, sí yo, por favor, podía decirle dónde encontrarlo. -Agitó la cabeza, como si no pudiese creerlo-. Todavía puedo verla, con ese rostro que daba la impresión de no tener coraje, de pie en el vano de mi puerta, pidiendo ver a mi muchacho, no tenía relación el modo en que se comportaba y lo que resultó ser. Supongo que debía de ser una de esas épocas de locura por las que, a veces, pasamos en la vida cuando nos rebelamos y creemos que ya es hora de independizarnos.

Volvió a perderse en los recuerdos y guardó silencio, pensativa.

– ¿Qué pasó? -la instó Linnea.

La anciana levantó la vista, exhaló un hondo suspiro y prosiguió.

– Lo que pasó fue que ella se encaminó al campo, donde Teddy estaba segando trigo con Hjalmar y los muchachos, y le dijo que había decidido venir y casarse con él, como habían hablado. Nunca se lo pregunté, pero me pareció que la aparición de la chica diciendo eso fue una sorpresa para Teddy, igual que para todos nosotros. Pero nunca lo dejó entrever y con ese rostro de Melinda era fácil conjeturar que estaba muerto por ella.

En efecto, se casaron y bastante rápido. Hjalmar les dio estas tierras y todos los muchachos les cedieron esta casa. Todos nos preguntábamos cómo resultaría, pero esperábamos lo mejor. Después supimos que ella había discutido con su padre con respecto a viajar en el tren con él, y deduzco que, en realidad, lo que había detrás de eso era sólo una muchacha joven a la que se le ordenaba hacer una cosa y que decidía que no aceptaría la orden.