Выбрать главу

– Gracias, Norma.

Pero, cuando dirigió la vista hacía el Noroeste, en la dirección en que los muchachos estaban segando el día anterior, estaba furiosa. No veía un alma. ¡Y, cuando entró en el guardarropa y tiró del grueso nudo de la cuerda, hizo sonar la campana con tal vehemencia que, al elevarse, sus pies se despegaron del suelo!

Qué comienzo tan desastroso para el día que había imaginado con tanto idealismo… ¿Sería cierto que se atenían a esa costumbre todos los años? ¿Arrebataban a los niños mayores el valioso tiempo de asistencia al colegio para que los ayudaran a guardar su precioso trigo? ¡Bueno, sería conveniente que cambiaran de actitud porque ese año estaba presente la señorita Brandonberg y las cosas serían un poco diferentes!

El incidente le estropeó toda la jornada. Aunque siguió con todas actividades planeadas y se dedicó a conocer a sus pupilos, cada vez que los niños estaban atareados y ella no, la asaltaban amargos pensamientos; estaba impaciente por volver a la casa y emprenderla contra Theodore. Asignó asientos y se fabricó una tarjeta con los nombres; luego hizo que todos los chicos que lo supieran recitasen el "Juramento de Fidelidad” al comenzar el día. Después, por turno, se paraban junto a los pupitres y decían sus nombres, edades y el lugar aproximado en el que habían dejado de estudiar al terminar el año escolar anterior, al trabajar los diversos temas. La mayoría de los libros que usaban los niños no tenían ninguna marca que indicara el grado. En un esfuerzo por familiarizarse con cada alumno, tanto desde el punto de vista personal como académico, asignó a los mayores la tarea de escribir un breve ensayo sobre cada miembro de su familia. Los que estaban en los grados intermedios tuvieron como tarea escribir una lista de diez palabras que creyesen que describían a su familia, y a los más pequeños les pidió que dibujasen a su familia. Entretanto, reunió alrededor de sí al "primer grado", que formaban Roseanne y su primo, Sonny Westgaard, y empezó a enseñarles el alfabeto con las tarjetas que había preparado.

Descubrió que era dificultoso mantener en marcha siete niveles de enseñanza al mismo tiempo y en ocasiones creía haberles dado tarea a un par de alumnos como para una hora… ¡cuando ahí estaban, habiendo terminado y listos para la siguiente lección, antes de que ella hubiese acabado con otro grupo!

El descanso de media mañana fue un alivio, así como el del mediodía para comer, si bien no logró comerse el emparedado de lengua. Al final, lo tiró discretamente y pasó el resto de la tarde sintiendo que le gruñía el estómago.

Como los niños trabajaban solos buena parte del tiempo, era fácil determinar quién se aplicaba y quién no, quién podía trabajar sin vigilancia continua y en quién no podía confiar.

Alien Severt era el peor de todos. Su trabajo escrito era sucio, su actitud bordeaba la insolencia y trataba a los demás niños con grosería y desconsideración. Durante la pausa del almuerzo, salió a ahogar ardillas. Linnea se enteró de que había muchas, de modo que cazarlas era la actividad preferida de los varones al mediodía- y no sólo trajo dos colas sino una diminuta pata peluda, que puso silenciosamente sobre el hombro de Francés Westgaard cuando se reanudaron las clases. Cuando la niña la descubrió, rompió a gritar, alterando al resto de la clase, levantándose de un salto y quitándosela a manotazos para arrojarla al suelo-

– ¡Alien! -Ordenó Linnea-, ¡inmediatamente le pedirás disculpas a Francés y te llevarás esa porquería afuera y la tirarás!

Encorvándose en el asiento con aire indiferente, el niño preguntó:

– ¿Por qué? Yo no se la puse ahí.

– ¿No fuiste tú el que atrapó las ardillas al mediodía?

En lugar de responder, sin desdibujar la mueca desdeñosa de su boca, se levantó lentamente, inclinándose desde la cintura con actitud descarada y levantó la pata de ardilla del suelo.

– Como usted diga, maestra -dijo, arrastrando las palabras.

Pronunció la palabra "maestra" como una bofetada en el rostro. Linnea tuvo que apelar a toda su fortaleza para no darle el golpe que se merecía. Las miradas se encontraron, la de él, lánguida y victoriosa, la de ella, enérgica y, metiendo el pulgar en el bolsillo trasero, el muchacho empezó a darse la vuelta.

– Primero la disculpa -le ordenó la joven.

El niño se detuvo con un hombro más bajo que el otro, como en actitud de perseguido, y casi sin apartar la vista de Linnea, dijo:

– Lo siento, desgraciada.

– ¡Fuera! -le espetó Linnea, sin escapársete la importancia psicológica de decir la última palabra.

El chico salió con paso lento, con impúdicos movimientos perezosos, arrastrando los pies de manera que resonaran en el suelo hueco.

Por suerte, el incidente ocurrió hacia el final de la jornada, pues Linnea se quedó temblando de ira. Se esforzó por disimularlo cuando Alien entró otra vez con el mismo paso y volvió a sentarse con la actitud aburrida de antes.

Faltaba media hora para hacer sonar la campana y dar por finalizadas las clases y se sentó al escritorio para revisar los papeles del día. Alien que integraba el grupo de los mayores, al que le había dado la tarea de escribir los ensayos, había decidido escribir la lista de palabras. Más encolerizada aun por su empecinamiento, leyó la lista sin reconvenirlo por haber desobedecido sus indicaciones. La lista misma revelaba la actitud desafiante del muchacho:

aburrido

estúpido

oraciones

peste (hermana)

negro

fatidio

Para sorpresa de Linnea, añadió dos palabras que no guardaban menor relación con las demás:

biscochos de choclate

Alzando la vista por encima del papel, descubrió a Alien tendido sobre el pupitre, con la barbilla apoyada en el puño cerrado, mirándola. Lo que en realidad debía estar haciendo era leer, pero tapaba con las manos el libro abierto.

Biscochos de choclate. ¿Los bizcochos de chocolate que hacía su madre? ¿A fin de cuentas, habría algo que ese niño supiera apreciar? Pero ¿qué significaría la palabra falidio7 Estaba demasiado fastidiada para deducirlo y, dando vuelta a la hoja, pasó al siguiente. Sintió que los ojos de Alien le perforaban la coronilla, hasta que ya no pudo soportarlo más y volvió a mirar el reloj.

La tapa del reloj era retráctil y el resorte estaba disimulado tras el arco de oro. Cuando tiro de él e hizo saltar la tapa, volvió a sentir el incómodo escrutinio. Al levantar la vista, se encontró con la mirada de Alien fija en su pecho, donde la tela de la blusa, tironeada por la cadena, formaba un pico. Le recorrió la espalda un estremecimiento y sintió que se ruborizaba, pero en ese momento la mirada desinteresada del niño se volvió hacia la ventana.

No seas tonta. No es más que un chico de quince años, por el amor de Dios.

Lo observó con discreción durante un minuto más. Era delgado y larguirucho, pero alto y de hombros desproporcionadamente anchos, como un edificio alto con vigas sólidas que esperasen que se rellenaran las paredes, No tenía nada de la corpulencia que se veía desarrollarse en Kristian, cosa comprensible teniendo en cuenta que no hacía el mismo trabajo esforzado que los hijos de los granjeros. Aun así, en los huesos de la cara angulosa de Alien se veía asomar la virilidad, como también en el irónico labio superior, que ya estaba recortado por una fina sombra de bigote, similar a la pelusa que adornaba los huecos de las mejillas. También daba la impresión de que estaban engrosándose las cejas, como si fuesen a unirse sobre el puente de la nariz. Pero, al pensar en lo que sería Alien como hombre, se estremeció de nuevo y,se apresuró a dejar caer la vista cuando vio que la cabeza del niño giraba otra vez en su dirección.

– Niños, es hora de ordenar los pupitres. Por favor, devolved los libros aquí y lavad las plumas en el cubo que está en el guardarropa. Iremos por grados: Jeannette, Bent y Skípp, vosotros vais primeros.