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La voz de la señora Severt era como un punzón para hielo que estuviese astillando la autoestima de Linnea. Los nervios se le erizaron en zonas en que ignoraba que los tuviese. Deseó estar en la casa, con Nissa, donde nadie hablaba en la mesa. Temblorosa por dentro, se esforzó por mantener la voz plácida.

– Tal vez fraternizar no sea el término exacto. -Linnea pensó otro pero como no se le ocurrió ninguno, barbotó-: Alien provoca mucho a los otros chicos.

– Todos los niños provocan. Yo lo hacía de niña. Estoy segura de que Martin también, ¿no es así, querido?

"Pero no a todos los chicos les da tan perverso placer", pensó Linnea, sabiendo que no podía decírselo al ministro y a la esposa.

El reverendo Severt no contestó a la pregunta de Lillian y formuló otra:

– En concreto, ¿qué es lo que ha hecho?

Si bien la muchacha no tenía intención de mencionar hechos concretos, era evidente que la señora Severt era ciega en lo que al hijo se refería. Si pretendía ayudar a Alien, tenía que ser franca. Relató el incidente de la culebra con Francés.

Lillian Severt preguntó:

– ¿Alguien vio a Alien poner la culebra por el agujero?

– No, pero…

– Ya lo ve.

Se respaldó en la silla con aire satisfecho.

Cada vez más enfadada, Linnea atacó de nuevo.

– Estaba a punto de decir que era el único que no participaba en el juego de pelota que se desarrollaba en el patio en ese momento. Y sucedió inmediatamente después de que Francés viniera a quejarse de que le había quitado un bizcocho de su almuerzo.

El señor Severt comenzó:

– ¿Nuestro Alien robar…?

– ¿Francés? -volvió a interrumpirla esposa- ¿Se refiere a Francés Westgaard, la hija retrasada de Ulmer y Helen?

Bajo la mesa, Linnea apretó los puños sobre el regazo.

– Francés no es retrasada. Sólo un poco lenta.

Lillian Severt bebió un sorbo de café con gesto remilgado.

– Ah, lenta, claro -dijo, con aire de quien sabe, y volvió a colocar la taza sobre el delicado plato-. ¿Y usted cree la palabra de una niña como esa y no la del hijo del ministro? -Alzando una ceja con expresión de reprobación, dejó unos segundos la pregunta en el aire y luego se le ilumino el rostro-. De todos modos -le dedicó una sonrisa a su esposo y otra a la maestra-, no hay ninguna razón para que Alien robe galletas a los otros. Yo misma le preparo un abundante almuerzo todos los días y, como ha oído, está más que encantado con las golosinas que preparo aquí. Admito que adora las galletas, pero siempre me ocupo de que esté bien provisto.

Martin Severt se inclinó hacia delante.

– Señorita Brandonberg, ¿no sería posible que se hubiese equivocado con respecto a que Alien haya robado?

Linnea se volvió hacia él con renovadas esperanzas.

– Esta vez, me temo que no. Se la quitó cuando estaban todos los niños juntos y la engulló antes de que la niña pudiese recuperarla. En otras ocasiones, su hijo se las ingenió para dar mordiscos y dejar las galletas en las cajas.

Una vez más, la señora Severt salió en defensa de su hijo.

– Señorita Brandonberg, tal vez usted califique a eso de robo, pero para mí es una travesura infantil.

– Por mi vocación -intervino el ministro-, podrá imaginar que tanto para la señora Severt como para mí, la enseñanza de los Diez Mandamientos ha sido de la mayor importancia en la crianza de nuestros hijos. Sé que Alien no es perfecto, pero el robo es una acusación sería contra un niño que ha sido educado oyendo leer la Biblia todas las noches.

Linnea recordó la lista de palabras de Alien: aburrido, estúpido, plegarias, bizcochos de choclate y comprendió que le habían revelado más acerca del niño que lo que advirtió en ese momento. Empezaba a percatarse cada vez más de que tenía motivos para preocuparse por su conducta.

En ese momento, ante esos padres, con la sensación de que la regañaban y de que no podía hacer nada, no pudo menos que pensar qué dirían si ella directamente les hubiese contado que su hijo dedicaba una cantidad de tiempo insólita a mirarle los pechos. Sin duda, Lillian deduciría que la señorita Brandonberg había hecho algo para provocarlo. Habiendo presenciado algunas muestras de cómo era esa mujer, no estaba segura de que no fuese capaz de causar la pérdida del trabajo de un maestro sobre bases mucho menos graves que esa.

Hasta haber reunido pruebas más sustanciales de las fechorías de Alien, le pareció prudente emplear el tacto.

– Señor y señora Severt, yo no he venido aquí a criticar el modo en que ustedes educan a sus hijos. No tendría semejante pretensión, aunque sí quería que estuvieran advertidos de que, para Alien, las cosas no van del todo bien en la escuela. Será preciso que cambie de actitud antes de que se meta en mayores dificultades y cuando le doy una orden, espero que se cumpla.

– ¿Qué órdenes en particular no ha cumplido? -preguntó la señora Severt.

Linnea relató el incidente relacionado con el párrafo y la lista con que la había sustituido el niño.

– ¿Y esa lista no le dice a usted nada… ahora que ha visto cómo es el hogar?

– Sí, pero ese no es…

– Señorita Brandonberg, la cuestión es que Alien es un niño muy brillante. Nos lo han dicho desde que comenzó la escuela. Y los niños brillantes necesitan de un desafío constante para rendir al máximo. Quizá, bajo su tutela, no esté recibiendo suficiente desafío. -Linnea sintió que la cara se le ponía roja y el enfado se le multiplicaba, mientras la señora Severt proseguía con tono indulgente-: Usted es nueva aquí, señorita Brandonberg. Hace muy poco que está usted entre nosotros y ya ha catalogado a Alien de provocador de problemas. Ya ha tenido otros cinco maestros, todos mayores y con más experiencia que usted… y debería agregar que eran hombres. ¿No le extraña que nosotros no hayamos tenido noticias de que nuestro hijo es un alborotador, si es cierto que lo es?

– Lillian, no creo que la señorita Brandonberg…

– Y yo no creo -Lillian cortó a su esposo con una mirada que hizo suponer a Linnea que un trueno atravesaría el techo- que la señorita Brandonberg se haya tomado la molestia de buscar rasgos positivos en nuestro hijo Martín. -Si su frase no hubiese bastado para hacer callar al ministro, sin duda lo habría hecho su expresión-. Quizá necesite algo más de tiempo para hacerlo. Esperemos que la próxima vez que venga a cenar el informe que nos traiga sea menos perjudicial.

Tuvo que reconocer, en favor de Martín Severt, que se removió y se ruborizó, y Linnea no supo a dónde mirar ni cuánto tiempo tardaría en salir de ahí para librarse de la furia que ya amenazaba con estallar.

– Si, esperemos-admitió Linnea en voz baja, doblando la servilleta y apartándose de la mesa, agregó-: La comida estaba deliciosa, señora Severt. Gracias por haberme invitado.

– De nada. Venga cuando quiera. La puerta de la casa de un ministro está siempre abierta.

Le ofreció la mano y, si bien Linnea hubiese preferido tocar una serpiente, la aceptó y se despidió con toda la elegancia posible.

En la planta alta, en el dormitorio que quedaba sobre el comedor. Alien estaba tendido boca abajo sobre el suelo de linóleo, con la cara pegada al regulador de la calefacción. A través de las ranuras ajustables de metal, veía y oía con claridad lo que sucedía en la habitación de abajo.

– ¡Alien, lo voy a contar! -susurró Libby desde la entrada-. Ya sabes que no puedes escuchar por el regulador. Le prometiste a papi que no lo harías.

Alien se apartó lentamente de la rejilla para no hacer crujir el suelo.

– Sí, pero ella está ahí sentada, contándole toda clase de malditas mentiras acerca de mí, tratando de convencerlos de que provoco líos en la escuela.