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—¿Quiere usted decir que la señora Oliver, su amiga, le ha contado alguna cosa relativa a mi persona?

—Me ha contado que tuvo una conversación con una ahijada suya llamada Celia Ravenscroft. Esto es cierto, ¿no?

—Sí. Me lo dijo Celia. La señora Oliver conoce a mi madre… ¿La conoce a fondo, quiere decir?

—No. Me parece que la relación que pueda existir entre ellas es más bien de tipo superficial. Según la señora Oliver, la conoció en el transcurso de una comida literaria y las dos cruzaron unas palabras. Tengo entendido que su madre le hizo una pregunta a mi amiga.

—No tenía por qué haberla hecho. No se trataba de nada que le incumbiera —saltó el joven.

Desmond Burton-Cox había arrugado el ceño. Poirot le vio ahora enfadado y resentido.

—Las madres… Bueno, quiero decir…

—Me hago cargo —replicó Poirot—. Las madres, generalmente, se pasan la vida haciendo cosas que sus hijos preferirían que no hicieran. ¿No es verdad?

—Tiene usted razón. Ahora, mi madre ha hecho un hábito de inmiscuirse en los asuntos que no le conciernen.

—Tengo entendido que usted y Celia Ravenscroft son… muy amigos… De las palabras de su madre, la señora Oliver dedujo que había por en medio un proyecto de casamiento. ¿Para dentro de poco, quizá?

—Sí, pero insisto en que mi madre no tiene por qué estar haciendo preguntas por ahí, preocupándose por detalles que no le conciernen.

—Las madres son así —dijo Poirot, sonriendo. Para añadir inmediatamente—: Usted es un joven, quizá, muy apegado a la suya.

—Yo no diría eso —indicó Desmond—. Decididamente, no hay nada de eso en mi caso… Fíjese… Bueno, será mejor que le diga en seguida que no es realmente mi madre.

—¡Ah! Ignoraba tal circunstancia.

—Yo fui adoptado —explicó Desmond—. Ella tuvo un hijo que falleció siendo una criatura. Yo fui a ocupar su puesto. Se refiere a mí, piensa y habla de mí como si fuese auténticamente su hijo. Pero no hay nada de eso. Nosotros dos no nos parecemos. No tenemos los mismos puntos de vista, ni mucho menos.

—Es fácil de comprender —dijo Poirot.

—Me estoy apartando de lo que quiero preguntarle —indicó Desmond.

—¿Quiere encargarme algo, hacer unas averiguaciones respecto al particular en su nombre, llevar a cabo algún interrogatorio?

—Supongo que todo eso cubre lo que yo deseo. No sé hasta qué punto se halla usted informado…

—Poseo una ligera información —repuso Poirot—. Nada de detalles. Sé bastante poco sobre usted y la señorita Ravenscroft, a la que no he tenido el honor de conocer personalmente. Me gustaría tener ocasión de charlar con ella.

—Había pensado traerla aquí para eso, pero me he dicho que era mejor que antes celebráramos esta entrevista.

—Una decisión muy sensata —comentó Poirot—. ¿Se siente inquieto? ¿Le preocupa algo? ¿Tropieza con dificultades?

—Pues no. No. No han surgido dificultades. Y lo de la familia de Celia es algo que sucedió hace años, siendo ella una chiquilla. Hubo una tragedia… Bueno, está ocurriendo todos los días ahora. Dos personas se quitaron la vida, de común acuerdo. Fue un pacto de suicidio. Nadie supo sus causas, el porqué del drama. Cuando se da una de estas cosas, ¿qué culpa cabe imputar a los descendientes? Sin embargo, ellos, injustamente, sufren las consecuencias del hecho, en el terreno material y en el moral. Y en este caso particular, mi madre no tiene por qué inmiscuirse, en absoluto.

—A medida que uno avanza por la vida —declaró Poirot—, observa que hay mucha gente aficionada a meterse en cosas que no debieran importarle. Esto es muy corriente.

—Este asunto quedó liquidado en su día. Quedó en un enigma, ciertamente. Y ahora mi madre no cesa de formular preguntas. Quiere estar informada y ha logrado poner a Celia en un estado de vacilación, de duda, insoportable. La chica se pregunta si ella quiere o no su casamiento conmigo.

—¿Y usted qué dice? ¿Usted quiere todavía hacer de la muchacha su esposa?

—Por supuesto que sí. Estoy decidido. Pero Celia no es ya la misma de antes. Desea estar enterada. Quiere saber el porqué de lo ocurrido. Y piensa que mi madre conoce algo importante sobre el caso, si bien yo opino que anda equivocada.

—A mí me parece que si ustedes están decididos a casarse no tienen por qué desistir de su proyecto, obrando sensatamente. Puede decirse que me hallo en posesión de algunas informaciones sobre la tragedia. Me han sido facilitadas a solicitud mía. Como ya señaló, se trata de un asunto del pasado, de años atrás. No hubo explicaciones satisfactorias en su vida. No las ha habido nunca. Ahora, no es posible en la vida dar con todas las correspondientes a las cosas que suceden.

—Fue un pacto de suicidio —afirmó el joven—. No pudo tratarse de otra cosa. Sin embargo…

—Usted aspira a conocer las causas reales, ¿no? ¿Es eso lo que desea?

—Sí. Celia anda preocupada en este aspecto y me ha contagiado su inquietud. También está preocupada mi madre, aunque, como ya he indicado antes, esto no es asunto que le concierna. No creo que haya un culpable. Quiero decir que en mi opinión no hubo ninguna riña ni cosa parecida. Lo malo es que no sabemos a qué atenernos. Bueno, yo no puedo saber nada, porque no me encontraba allí.

—¿No conocía usted al matrimonio Ravenscroft, ni a Celia?

—De más cerca o de más lejos, conozco a Celia desde siempre. Los amigos con los cuales yo pasaba mis vacaciones eran vecinos de los Ravenscroft cuando nosotros éramos muy jóvenes. Unos niños, simplemente. Simpatizamos desde el primer momento e íbamos juntos a todas partes.

»Después, estuve muchos años sin ver a Celia. Sus padres estaban en Malaya, igual que los míos. Creo que se vieron de nuevo allí, en más de una ocasión… Hablo de mi padre y de mi madre. Mi padre murió ya… Pero yo creo que cuando mi madre estuvo en Malaya oyó contar algunas cosas de las cuales se ha acordado ahora, comenzando a pensar, a concebir ideas que no es posible que sean confirmadas prácticamente. Estoy seguro de que son erróneas. Pero no ha vacilado al sembrar la preocupación en Celia. Quiero saber qué es lo que pasó realmente. Celia tiene idéntico empeño. Queremos saber el porqué, el cómo del suceso, todo… Basta ya de estúpidos comentarios o murmuraciones.

—Sí —contestó Poirot—. No deja de ser natural su postura. Seguramente, Celia tiene más interés que usted todavía en saber la verdad. Ella se siente afectada más directamente por el caso. Ahora bien, ¿qué importancia real tiene eso? Ustedes debieron pensar en el ahora, en el presente. Usted ama a la chica y ella le ama a usted… ¿Qué tiene que ver el pasado con esto? ¿Qué más da que los padres fueran unos suicidas, o que murieran en un accidente de aviación, o que fallecieran de muerte natural? ¿Qué más da si tuvieron o no escarceos amorosos con otras personas que sembraron la infelicidad en sus vidas?

—Es cierto —dijo Desmond Burton-Cox—. Tiene usted mucha razón. Ha hablado muy sensatamente. Ocurre, sin embargo, que las cosas han tomado un giro que me obliga a dejar a Celia completamente satisfecha en cuanto a su empeño de conocer la verdad. Celia es una persona muy sensible, que lo tiene todo en cuenta, aunque sea una chica poco dada a hablar, a exteriorizar sus sentimientos.

—¿Y no se le ha ocurrido a usted pensar que ha de resultar muy difícil, si no imposible, llegar al conocimiento de esa verdad? —inquirió Hércules Poirot.

—La verdad… Es decir, quién mató a quién y por qué… Pudo haber algo…

—Pero es que ese algo pertenece al pasado. Por tanto, ¿qué más da ya ahora?

—No debía importarnos, ciertamente. Y es lo que hubiera ocurrido de no haber intervenido mi madre, de no haber comenzado ella a efectuar indagaciones por su cuenta. Lo habríamos dado de lado, naturalmente. No creo que Celia dedicara muchas reflexiones al drama. Tengo entendido que se encontraba en Suiza en la época en que se produjo. Ya sabe usted lo que pasa… De adolescente, se acepta todo como viene, imponiéndose la despreocupación o falta de juicio de los pocos años.