—Lo que yo pienso —manifestó Poirot— es que la verdad puede ocasionar un fuerte choque emocional, un pesar. Es posible que entonces se preguntara: «¿Por qué no dejé todo atrás definitivamente? ¿Por qué me empeñé en saber más? Ahora sé algo doloroso, con lo que nada puedo hacer, que no me consuela ni me proporciona ninguna esperanza».
—Se trata del suicidio de mis padres, a quienes yo amaba. No puede extrañar a nadie que yo los quisiera…
—En los tiempos en que vivimos, hasta eso llega a producir ocasionalmente extrañeza en la gente —declaró la señora Oliver—. Es una pena, pero así es.
—Durante mucho tiempo —dijo Celia— no he cesado de hacerme preguntas. Oía ciertos comentarios… Algunas personas me miraban con compasión. Había algo más. Se sentían curiosas. En tales circunstancias, no es raro que una comience a desear saber más cosas sobre la gente que conoce, sobre las amistades, sobre las personas que tuvieron relación con la familia propia. Yo quiero…, quiero saber la verdad. Soy capaz de enfrentarme con ella.
»Usted ha visto recientemente a Desmond —añadió la joven—. Se entrevistó con usted, sí. Él mismo me lo dijo.
—Es cierto. Fue a verme. ¿No quería usted que diese ese paso?
—No me pidió permiso.
—¿Y si se lo hubiese pedido?
—No sé qué habría hecho. No sé si le habría prohibido que le viera, diciéndole que no tenía por qué entrevistarse con usted, o si le habría animado…
—Me gustaría hacerle una pregunta, mademoiselle. Quisiera saber si existe una cosa clara en su mente que le importe verdaderamente, que puede importarle más que ninguna otra.
—¿De qué se trata?
—Desmond Burton-Cox fue a verme. Es un joven muy atractivo, muy agradable. Muy formal también, al parecer. Bien. Aquí está la cosa importante a que me refería. ¿Se proponen ustedes realmente casarse? Esto es serio, ¿eh? La gente joven no piensa en ello, pero hay que considerar que se trata de un lazo para toda la vida. ¿Pretenden ustedes contraer matrimonio? Entonces, ¿qué más da, a sus ojos y a los de Desmond, que esa pareja se suicidara o que hubiera por en medio otra historia completamente distinta?
—¿Usted piensa que puede ocurrir esto último?
—No lo sé, todavía —contestó Poirot—. Tengo razones para calibrar tal posibilidad. Existen ciertas cosas que no están de acuerdo con la idea del doble suicidio, pero si me atengo a la opinión de la policía, y la policía, mademoiselle Celia, es digna de crédito, muy digna de crédito, señalaré que hubo pruebas e indagaciones que abonan la hipótesis del suicidio.
—Usted lo que quiere darme a entender es que no se supo nunca la causa del hecho.
—Sí.
—Y usted tampoco la conoce, ¿eh? No ha podido llegar a determinarla basándose en los datos conseguidos, en sus reflexiones, en lo que pueda haber más…
—No. No puedo ofrecerle seguridad de ninguna clase —manifestó Poirot—. Pienso que puede haber algo cuyo conocimiento resulte doloroso y le pregunto si no sería lo más juicioso decirle: «El pasado es el pasado. He aquí un joven a quien amo. Él me corresponde. Es el futuro lo que tenemos que compartir los dos y no el pasado».
—¿Le dijo él que era hijo adoptivo? —inquirió Celia.
—Sí, en efecto.
—Ya lo ve… ¿Por qué ha de meterse ella en esto? ¿Por qué importunar a la señora Oliver, sugiriéndole que me haga preguntas, que lleve a cabo ciertas averiguaciones? Ni siquiera es su madre.
—¿Está Desmond muy apegado a ella?
—No —repuso Celia—. Yo diría que le disgusta incluso. Creo que siempre ha sido así.
—Ella gastó dinero en su educación, pagó sus colegios, lo vistió, cuidó de él en otros aspectos. ¿Piensa usted que ella le quiere?
—No lo sé. No lo creo. Supongo que quiso en su día un niño que reemplazara a su hijo. Ella tuvo un hijo que murió en accidente. Ése es el motivo de que pensara en una adopción… Su esposo falleció hace poco… Son difíciles estos hechos a la hora de intentar su esclarecimiento.
—Lo sé. Me gustaría saber ahora otra cosa.
—¿Acerca de ella o de él?
—¿Es buena su situación financiera? Me refiero a Desmond.
—Ignoro el alcance de su pregunta. Desmond dispondrá de lo necesario para mantener una esposa, para sostener un hogar. Tengo entendido que le fue asignada una cantidad de dinero al ser adoptado. Una suma suficiente. Desde luego, no se trata de una fortuna.
—¿No hay nada que ella pudiera… retener?
—¿Alude usted a la posibilidad de cortar la entrega de dinero en el caso de que él se casara conmigo? No sé que haya formulado una amenaza de ese tipo. No sé tampoco si podría hacer algo en tal sentido. Me parece que todo quedó arreglado por mediación de unos abogados o las personas encargadas de legalizar las adopciones. Por lo que he oído contar, las entidades que desarrollan esas actividades son muy escrupulosas cuando llega el momento de entregar un niño de los confiados a su custodia.
—Deseo preguntarle algo más… No sé si podrá responderme. La señora Burton-Cox sí que debe de estar informada. ¿Conoce a su madre real?
—¿Es que ve usted en eso una razón justificante de su entrometimiento? Le diré que no. Supongo que Desmond es hijo ilegítimo de alguien. Normalmente, éstos son los niños objeto de adopción. Es posible que ella haya llegado a hacerse con alguna información referente a sus padres. De ser así, a Desmond no le ha comunicado nada. Me imagino que le diría, en su momento, las tonterías que se sugieren sean dichas en semejantes casos: que resulta maravilloso verse adoptado por una familia porque ese paso demuestra que se es realmente deseado, por ejemplo. Hay muchas frases hechas sobre el particular.
—¿Conoce él a alguno de sus parientes? ¿Y usted?
—No lo sé. A mí me parece que no conoce a nadie. Y me inclino a pensar que eso le tiene sin cuidado.
—¿Sabe usted si la señora Burton-Cox fue amiga de su familia, de sus padres? ¿La conoció cuando vivía usted en su casa, en los primeros tiempos?
—No. Creo que la madre de Desmond, quiero decir, la señora Burton-Cox, estuvo en Malaya. Me figuro que su esposo murió allí y que Desmond fue enviado a Inglaterra estando ellos allí, alojándose con unos primos o unas personas que se hacían cargo de algunos niños en la época de las vacaciones. Así fue cómo nos hicimos amigos por aquellos días. Yo le admiraba mucho. No había nadie que desplegara más agilidad que él para trepar hasta las copas de los árboles. Me enseñaba los nidos que encontraba, las crías que había en ellos, los huevecillos de las aves. Después, nos vimos de nuevo en la Universidad y charlamos acerca de aquellos días. Recordamos muchas veces horas vividas juntos… Yo no sé nada sobre él. Nada. Y quiero estar informada. ¿Cómo puede una ordenar su existencia y saber lo que va a hacer con ella si lo ignora todo en lo tocante a las cosas que la afectan, que han sucedido realmente?
—En consecuencia, usted me pide que continúe con mis indagaciones, ¿no?
—Sí. No sé si logrará usted algo… Yo creo que no. Es que Desmond y yo hemos hecho lo posible por averiguar algo más de lo que sabemos. No nos ha sonreído el éxito, precisamente. Todo se centra en ese hecho indudable que no es realmente la historia de una vida. Es la historia de una muerte, ¿no? Esto es, de dos muertes. Cuando se habla de un doble suicidio, se piensa en ello como si fuese una muerte. «Y en la muerte, ellos no fueron separados». La cita es de Shakespeare… —La chica se volvió hacia Poirot—. Sí. Continúe con su trabajo. Haga las averiguaciones que le sean posibles. Déle cuenta a la señora Oliver de lo que haya, o póngase en comunicación directa conmigo. Yo preferiría esto último. —Celia miró ahora a la señora Oliver—. No quiero ser descortés con usted, madrina. Usted fue siempre muy atenta conmigo, pero… Deseo tener una versión directa de los hechos, lo más directa posible.