—No. No se pensó en eso. Ella se sintió profundamente afectada por la muerte de su esposo. Según su médico, no se recobraba satisfactoriamente del fuerte choque emocional experimentado. No le agradaba aquella larga convalecencia y ella hacía muy poco para avanzar. Observaba en la señora Jarrow unas reacciones extrañas. Lo cierto es que el médico quiso consultar el caso con un colega y fue llamado mi padre.
»Mi padre entendió que aquella situación podía entrañar algunos peligros y propuso su internamiento en una clínica, donde pudiera ser especialmente observada y atendida. La cosa fue peor tras el accidente del niño…
»De acuerdo con el relato de la señora Jarrow, una chiquilla atacó al pequeño, cuatro o cinco años menor que ella, golpeándole con una azada o una pala, haciéndole caer en un estanque del jardín en que se hallaban, donde aquél se ahogó.
»Bueno, como usted sabe, estas cosas se dan entre las criaturas. Más de una vez, un niño ha empujado en dirección a un estanque el cochecillo de un bebé en un arrebato de celos, diciéndose: «Mamá estaría más tranquila si Edward o Donald, o quien sea, no estuviese aquí», o bien «Ella se encontrará más a gusto». Son acciones inspiradas por los celos. Sin embargo, en ese caso no fueron éstos la causa. Aquella criatura no había lamentado el nacimiento de su hermano. Por otra parte, la señora Jarrow no había querido aquel segundo hijo. Su esposo, en cambio, habíase mostrado contento. Ella habíase puesto en contacto con dos médicos con el fin de abortar, pero no pudo lograr su propósito, ya que ninguno se avino a sus deseos. Por entonces, aquélla era una operación ilegal. Uno de los criados, y también un muchacho que se había presentado en la casa para entregar un telegrama, afirmaron que había sido una mujer quien atacara al niño y no la chiquilla. Otro de los servidores declaró sin rodeos que la agresora había sido su señora, manifestando haber presenciado la escena con ocasión de hallarse asomado a una ventana. Luego, añadió: “No creo que esa mujer se dé cuenta de lo que hace en realidad. No es responsable de sus actos. Desde la muerte del señor no ha vuelto a ser la misma de antes”.
»No sé qué es concretamente lo que desea usted saber sobre el caso. El veredicto fue de accidente. Simplemente: los niños habían estado jugando, habían estado empujándose unos a otros, forcejeando, etcétera. Indudablemente fue un desgraciado accidente. La cosa quedó así. Pero mi padre, al ser consultado, tras una conversación con la señora Jarrow, a la que sometió a diversos “test” e interrogatorios, la consideró personalmente responsable de lo sucedido. De acuerdo con su consejo, se imponía un tratamiento en regla para atacar aquel trastorno mental.
—¿Y dice usted que su padre estaba completamente seguro de su culpabilidad?
—Sí. Había una escuela de tratamiento en aquella época que fue muy popular en la que mi padre creía. Sosteníase entonces que tras un tratamiento adecuado, que duraba a veces largo tiempo, un año o más, la gente podía volver a llevar una existencia normal. El paciente podía regresar a su hogar, siempre y cuando disfrutara en él de atención familiar y médica. Primeramente, se registraron casos enfocados con éxito, pero luego se conocieron otros que fueron completos fracasos. Había pacientes que, inmersos nuevamente en el ambiente habitual, junto al esposo o la esposa, junto a los padres, sufrían recaídas que desembocaban en la tragedia o en el amago de tragedia.
»Mi padre se enfrentó con amargura con uno de estos últimos casos. Una mujer abandonó el centro sanitario en que estuviera algún tiempo para reunirse con la amiga con quien había estado viviendo anteriormente. Todo parecía marchar bien, pero cierto día, al cabo de cinco o seis meses, la enferma llamó urgentemente a un médico. Al presentarse éste en su casa, ella le dijo: “Sé que se va usted a enfadar cuando le muestre lo que he hecho, y también que querrá llamar a la policía. Ahora, esto era inevitable… Vi al diablo cuando se asomaba a los ojos de Hilda. Vi al diablo en ellos y supe en seguida cuál era mi deber. Supe inmediatamente que tenía que matarla”.
»La amiga se encontraba en un sillón. Había sido estrangulada. Y después de haberla asesinado, la agresora se había ensañado con sus ojos. Esta mujer murió en un manicomio, convencida de que matando a su amiga había obrado bien, convencida de que así había destruido al diablo.
Poirot movió la cabeza, entristecido.
El doctor continuó hablando:
—Yo considero que Dorothea Preston-Grey era víctima de unos desórdenes mentales que podían dar lugar a acciones peligrosas. Tenía que vivir en lo sucesivo estrechamente vigilada. Esto no era aceptado generalmente en aquella época y mi padre no lo consideró aconsejable. Trasladada a una casa de salud, que reunía excelentes condiciones, se inició con ella un estudiado tratamiento. Y de nuevo, al cabo de varios años, completamente recuperada, abandonó el establecimiento llevando una existencia normal, acompañada por una enfermera que más bien era considerada dama de compañía. Se desenvolvió bien, hizo algunas amistades y posteriormente se fue al extranjero.
—A Malaya —dijo Poirot.
—Sí. Ya veo que está usted bien informado. Se fue a Malaya, a casa de su hermana gemela.
—Y entonces hubo otra tragedia.
—En efecto. Un chico de la vecindad fue objeto de una agresión. Se sospechó de una niñera primero y luego fue señalado como autor de aquélla uno de los criados nativos. Indudablemente, sin embargo, todo había sido cosa de la señora Jarrow. No hubo una prueba concluyente, a pesar de todo. Entonces, el general… No recuerdo su nombre ahora…
—¿El general Ravenscroft? —apuntó Poirot.
—Sí, eso es. El general Ravenscroft dispuso lo necesario para que ella volviese a Inglaterra, para someterla a otro tratamiento médico. ¿Era eso lo que quería saber usted?
—Bueno —repuso Poirot—, yo ya sabía algo de lo que acaba de contarme. Mi interés se centra en el caso de las gemelas idénticas. ¿Qué hay acerca de la otra hermana? Me refiero a Margaret Preston-Grey, la mujer que fue más tarde la esposa del general Ravenscroft. ¿Se vio afectada por la misma enfermedad?
—En Margaret Preston-Grey no se observó nada anormal. Estaba perfectamente sana. Mi padre la visitó en una o dos ocasiones porque en varios casos había podido ver que los hermanos gemelos, en los que son idénticos y se han hallado siempre unidos, las enfermedades suelen ser comunes…
—Continúe, continúe, doctor.
—A veces, entre los hermanos gemelos se produce cierto sentimiento de animosidad. Éste puede degenerar en otro de odio, casi, si media algún choque emocional o crisis.
»Creo que eso pudo darse allí. El general Ravenscroft, siendo un joven subalterno, o capitán, o lo que fuera, se enamoró perdidamente de Dorothea Preston-Grey, que era una bellísima muchacha. La más bella de las dos hermanas realmente… Dorothea correspondió a su amor. No estaban prometidos oficialmente. Pero luego, muy pronto, el general transfirió sus afectos a la otra hermana, a Margaret. O Molly, como era llamada por todos sus familiares. Ésta le aceptó y se casaron tan pronto lo permitieron los azares de la carrera del joven. Mi padre estaba convencido de que la otra gemela, Dolly, había mirado con malos ojos aquel enlace, por el hecho de continuar enamorada de Alistair Ravenscroft. Sin embargo, se sobrepuso a aquella contrariedad, contrayendo matrimonio con otro hombre en su momento.
»Fue éste un matrimonio feliz, con todo. Luego, Dolly visitó a los Ravenscroft, no solamente en Malaya sino en otro servicio del extranjero y después de haber regresado al país. Aparentemente, se había restablecido de nuevo, no sufría perturbación mental alguna y vivía con una enfermera de toda confianza y varios servidores.
»Creo (es lo que me dijo mi padre) que lady Ravenscroft, Molly, siguió sintiéndose muy apegada a su hermana. Adoptaba, en relación con ella, más bien una actitud protectora. Exteriorizaba a menudo sus deseos de ver a Dolly con más frecuencia, pero el general Ravenscroft no se mostraba tan animado como ella en este sentido. Es posible, a mi juicio, que la ligeramente desequilibrada Dolly (la señora Jarrow) siguiera sintiéndose fuertemente atraída por el general. Esto debió de crear para él una situación embarazosa, molesta. Margaret pensaría, sin duda, que su hermana había dejado atrás todos los celos del principio o la ira que hubiera podido suscitar en ella su casamiento con el antiguo galán.